LA TRAMPA
El hombre duplicado
A principios de 2024 llegaba a salas españolas El mal no existe (Evil Does Not Exist, 2024), la última película de Ryusuke Hamaguchi, nacida a raíz de la colaboración entre el cineasta y la compositora Eiko Ishibashi para filmar visuales que ilustraran su música en vivo. Así el director japonés acabó desarrollando un guión para poder llevar a cabo esta tarea. Podría resultar caprichoso relacionar la concepción de esta obra con el último largometraje de M. Night Shyamalan, La trampa (Trap, 2024), si no fuera porque este toma como ambientación un concierto de Saleka, cantante pop americana, compositora de la película e hija del director. Así, Shyamalan urde una suerte de escape room alrededor de una película concierto, en sus palabras, la película podría ser definida como un: ¿Qué pasaría si El silencio de los corderos ocurriera dentro de un concierto de Taylor Swift?
La trampa, autoconsciente de su naturaleza dividida, ve inundada cada composición con otras pequeñas pantallas: teléfonos que graban el concierto, paneles que lo retransmiten o cámaras que localizan a cada sospechoso. Shyamalan dota al espectador de diferentes ángulos de visión para intentar descifrar la identidad de cada individuo, buscando demostrar que la empatía también es una cuestión de encuadre (una meditación en torno a la existencia del mal que vuelve a acercarnos a la película de Hamaguchi). Cooper, el padre de familia al que encarna Josh Harnett, se nos desvela como el “carnicero” en un plano detalle de su teléfono móvil. Dos identidades presentadas en mundos diferentes, el virtual y el terrenal, que poco a poco (imbuidas por puntuales encuadres de mitad de rostro) se irán fundiendo en una sola. Del perfil familiar (como padre) al mediático (como asesino en busca y captura). Siguiendo con este juego de duplicidades encontramos el procedimiento inverso en el personaje al que da vida Saleka, presentado primero a través desde su perfil mediático (la popstar Lady Raven) en el primer plano de la película (impresa en la camiseta de Riley, la hija de Cooper) para poco a poco ser filmado como un ser humano tangible y concedido de un punto de vista propio.
Entretanto, La trampa no esconde ni su naturaleza de película artefacto, ni su ya citada construcción del suspense como un escape room y usa todo lo intuido por el espectador para no perder el tiempo ni ceder el encuadre a lo puramente funcional. Cada primer plano de la película, expuesto con quirúrgica frontalidad acerca cada conversación hacia una plasticidad más propia del videojuego y pareciera que todo, al igual que un concierto se da para sus asistentes, ocurre para el disfrute del espectador de La trampa. El minimalismo argumental y el constante apoyo en las casualidades se convierten en el terreno de juego perfecto para la puesta en escena de Shyamalan como tantas otras veces ha ocurrido en su cine, donde la inverosimilitud se ha erige como principal baza a favor (una falta de credibilidad que desvía la atención del espectador hacia la forma).
En una filmografía plagada de exploraciones en torno a la identidad, desde la explícitaexplicita Múltiple (2016) hasta Señales (2002) o El bosque (2004), la última película de M. Night Shyamalan abraza esta vocación hasta su última consecuencia, en una película de identidad escindida, tan thriller como musical, tan tramposa como honesta y tan textual como subtextual. Viajando desde el citado primer plano de la película hasta el último (un primer plano de Cooper en estado de fuga), La trampa erige su estado mediático como largometraje en salas desde la íntima colaboración entre padre e hija.
La trampa (Trap, EE.UU., 2024)
Dirección: M. Night Shyamalan / Guion: M. Night Shyamalan / Producción: Blinding Edge Pictures / Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom / Música: Herdís Stefánsdóttir / Reparto: Josh Hartnett, Ariel Joy Donoghue, Saleka, Alison Pill, Hayley Mills