DOMINO
La sombra de De Palma
Resulta harto complicado analizar Domino (2019) como película en sí, sin tener en cuenta que forma parte de la irregular pero muy coherente filmografía de su director, Brian De Palma. O lo que viene a ser lo mismo, cuesta considerar la película, con sus escasas virtudes y múltiples decepciones, como lo que es y no, a la luz de lo visto en el cine anterior de su director, lo que quizás (y solo quizás) podría haber sido bajo circunstancias más propicias. Puede argumentarse en su defensa que el camino de Domino, desde su producción a nivel internacional por parte de Dinamarca, Francia, España y Bélgica hasta su poco afortunado estreno, ha sido uno plagado de accidentes que a punto estuvieron de echar al traste con la película en su totalidad. Y si bien es cierto que, siempre según De Palma, su financiación fue intermitente como pocas, que su actriz protagonista, Christina Hendricks, fue sustituida por Carice van Houten a medio rodaje, que el director ni siquiera pudo estar presente ni en la grabación de diálogos adicionales (o ADR), ni en la remezcla final de la banda sonora sobre la película, ni tampoco en su proceso etalonaje… Domino es lo que es. Y, mal que pese, es una muy decepcionante película, a varios niveles.
Su argumento parte de una situación tan confusa como interesantes son los matices que siembran su desarrollo: Christian Toft (Nikolaj Coster-Waldau) es un policía de Copenhague que, durante una de sus rondas nocturnas junto a su amigo y mentor Lars (Søren Malling), detiene a Ezra Tarzi (Eriq Ebouaney) como sospechoso de una agresión cuando este sale de lo que parece su apartamento. Un crimen que se ve confirmado a ojos del policía cuando deja a Ezra esposado bajo la vigilancia de Lars en el rellano, y descubre en el que supone el hogar del agresor el cadáver mutilado de otro hombre. Pero durante esos pocos minutos, Ezra logra liberarse y hiere a Lars en el cuello con un cuchillo, siendo perseguido por Christian por los tejados del edificio antes de que ambos se precipiten al vacío después de un forcejeo que acaba con el policía inconsciente, y el presunto criminal siendo detenido por unos misteriosos agentes capitaneados por Joe Martin (un sobreactuado Guy Pearce), que lo utilizan para capturar a uno de los líderes del ISIS que planea atentar en Europa.
Un enrevesado punto de partida, lleno de equívocos, medias verdades y agentes dobles, que encierra también una serie de cargas de profundidad dramáticas que lo hacen, sin embargo y siempre sobre el papel, también muy interesante. La misma noche en la que Christian y Lars detienen a Ezra, el primero de los dos policías olvida su arma reglamentaria en su apartamento al ser distraído por una de sus amantes, con lo que antes de entrar al apartamento del presunto asesino le pide la pistola a Lars, quien termina falleciendo en el hospital a causa de las heridas sufridas que, tal y como se plantea en la película, parecen haber sido infligidas accidentalmente. Todo un conjunto de lamentables casualidades que desembocan en varias tramas paralelas en las que Christian se alía con la amante embarazada de Lars, Alex (van Houten), para vengarse de Ezra, quien a su vez sigue los pasos del líder terrorista Salah Aldin (Mohammed Azaay) bajo la promesa de recuperar a su hijo, convertido en muyahidín y parte de la célula durmiente que está a punto de despertar. Traición, culpa, y, por encima de todo, mentira y falsedad, son algunos de los temas que maneja soterradamente el guionista Petter Skavlan y que se ven realzados por De Palma gracias a una puesta en escena en la que prima el conflicto personal muy por encima de la trama policial planteada, con visos trepidantes, desde su guión. El problema es que esta apuesta por lo íntimo por encima de lo espectacular no parece fruto de una decisión consciente por parte del director, si no que es el resultado de una pobre combinación de todos los elementos que podrían haber hecho de esta película una experiencia tensa y emocionante, pero que acaba siendo prácticamente todo lo contrario.
No faltan virtudes en Domino: la fotografía firmada por el mítico José Luís Alcaine es sobresaliente, capaz de generar un grado de irrealidad que refuerza la importancia de la falsedad como parte importantísima del desarrollo de la trama sin perder por ello un ápice de belleza compositiva; los actores, con alguna contada excepción, resultan bastante convincentes en sus papeles, y no faltan escenas, como la que plantea un atentado terrorista (grabado) en un festival de cine o la set-piece final en Almería, potencialmente muy jugosas. Pero incluso en momentos como estos, Domino es incapaz de transmitir la tensión que podría haber hecho de ella una buena película y cubrir de paso algunos de los agujeros de un guión que en su vertiente más política y metafórica (con un protagonista europeo llamado Christian/cristiano enfrentándose a las hordas terroristas árabes venidas de Oriente Medio…) resulta de una precariedad y banalidad frustrante y hasta xenófoba en sus conclusiones. Una gran decepción vistas las posibilidades apuntadas por Domino, que se debe, en gran parte, a un montaje anémico, obra de Bill Pankow, que además parece haber acabado con numerosas escenas que habrían hecho la trama mucho más entendible para el espectador, y una banda sonora de Pino Donaggio -compositor habitual del cine de De Palma, desde Carrie (1976) hasta su penúltimo film, el gélido Passion (2012)- tan elaborada por sí sola como absolutamente inadecuada como envoltorio musical de la película. Ambos factores logran hundir prácticamente todas las escenas de acción y suspense de la película, que son muchas, alcanzando incluso en algunos momentos, como el que muestra la racista paliza que Christian y Alex propinan a unos traficantes de poca monta, el absoluto despropósito.
Sin embargo, y de forma totalmente extracinematográfica, la autoría de De Palma permite proyectar una película muy superior, que puede verse reflejada en la filmografía anterior del director. Esta perspectiva ni mejora ni empeora el pobre resultado final de Domino pero sí hace su visionado más entretenido, por ser esta película una nueva muestra de puro De Palma, en la que no faltan ni las referencias hitchcockianas, ni la culpa nacida de la impotencia como base de las relaciones de visos paterno-filiales, ni tampoco violencia bufonesca o la suma de malentendidos visuales y argumentales que se van desplegando hasta convertir a sus protagonistas en meros espectadores, víctimas de los límites de su propia subjetividad a la que acceden a través de sus ojos o de dispositivos como pantallas, convertidos en las únicas ventanas a un mundo que deviene ininteligible. Como tampoco faltan algunas de las habituales piruetas formales inherentes al cine de De Palma… aunque que aquí, como ocurre con el resto de constantes autorales enumeradas, se ven diluidas en su escena final, que promete un clímax de alto voltaje que nunca acumula la tensión que sería deseable, y en el instante que se narra el atentado cometido por Fatima (Sachli Gholamalizad) en un festival cinematográfico, y que es grabado por la terrorista mientras vemos su expresión mediante el recurso de pantalla partida, tan querido por De Palma.
Apunte muy interesante en lo teórico sobre el valor de la imagen en nuestra sociedad, tanto para aquellos que ostentan el poder de crear un relato y subjetividad normativas (en este caso, a través del cine y su proceso de oficialización a través de la red de festivales cinematográficos) como para los que plantean su destrucción (y propagan su, en este caso, letal contrarrelato a través de “nuevos” canales de transmisión audiovisual como la Red de Internet). Una escena que confirma a De Palma, quizás junto a Paul Schrader, como el último miembro vivo del Nuevo Hollywood capaz de cuestionarse la realidad actual y las imágenes que la ocupan, ante unos Coppola, Lucas o Milius desaparecidos en combate, Spielberg yendo y viniendo de reconstrucciones históricas e imágenes creadas íntegramente por ordenador sin necesidad de un referente real, y un Scorsese que en su última y gélida película echa una mirada a su pasado nacional para hablarnos de la memoria como única forma de vencer, al menos durante una vida, la inexorabilidad del tiempo. Aunque, sea casualidad o signo de los tiempos, al contrario que sus más famosos y justamente reputados colegas de generación, De Palma es el único de todos ellos que se ha visto obligado a hacerlo rodando, en precarias condiciones e idénticos resultados, fuera de las fronteras de la industria que hace décadas aupó a este imprevisto visionario como el más pequeño de entre los más grandes.
Domino (Domino. Dinamarca, Francia, España y Bélgica, 2019)
Dirección: Brian De Palma/ Guion: Petter Sakvlan/ Producción: Michel Schønnemann/ Fotografía: José Luís Alcaine/ Montaje: Bill Pankow/ Música: Pino Donaggio/ Reparto: Nikolaj Coster-Waldau, Carice van Houten, Guy Pearce, Eriq Ebouaney, Mohammed Azaay.
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