MALDITA GENERACIÓN
“No hay lugar para nosotros en el mundo”
Amy Blue (Rose McGowan), Jordan White (James Duval) y Xavier Red (Johnathon Schaech) arrastran en sus apellidos los colores que tiñen la bandera de una nación citada en los créditos de Maldita Generación (The Doom Generation, 1995) como “el infierno”: Estados Unidos, la inefable América, es en la película de Gregg Araki un umbral del averno, un local trasnochado en cuyas paredes cuelgan infinidad de amenazas de muerte y destrucción. Un mundo, como dice Amy, que no tiene hueco para gente como ellos.
El destino de este trío se une tras un asesinato grotesco que les obliga a emprender una road movie retorcida, situándolos de esta manera como herederos de la iconicidad del cine estadounidense en la tradición de películas como Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) o Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), pero Araki va más allá al rescatar el espíritu de libertad y la intención rupturista de la Nouvelle Vague, así como su enfoque en temas de juventud y rebeldía, para subvertir las convenciones del cine Hollywoodiense.
La segunda parte de la llamada Trilogía del apocalipsis adolescente —precedida por Totally Fucked Up (1993) y seguida por Nowhere (1997)— abre con un cartel que reza “Una película heterosexual de Gregg Araki”. Declaración irónica, de un director considerado una de las voces principales del Nuevo Cine Queer, que hace aún más fuerte la tensión latente entre los dos protagonistas masculinos. Jordan y Xavier parece que están a punto de besarse en cada plano, pero siempre hay una oportunidad perdida, una interrupción del fuera de campo que destruye esos primeros planos de los rostros de los dos a punto de rozarse. Puede que el único sexo que se muestre en pantalla sea heterosexual, pero la película no lo es, el mundo que la rodea es heterosexual.
Con una cabeza decapitada que habla, la absurda crueldad de los personajes que aparecen durante el viaje y las extrañas señales que se manifiestan de manera ominosa, como la recurrencia numérica de 6,66 dólares en todas las cuentas, Maldita Generación grita de forma insolente a la normatividad del cine. Violentamente iconoclasta, Araki utiliza una estética visual hiperestilizada y radical que refuerza la sensación de desconexión y alienación de sus personajes con la realidad convencional. Valiéndose además de colores saturados y composiciones audaces, más propias de una lógica pesadillesca, el cineasta (junto a su director de fotografía Jim Fealy) ofrece una visión alternativa y liberadora del encorsetamiento reaganiano que había permeado las películas de adolescentes de los 80 como las de John Hughes. Historias y personajes delineados por arquetipos y que funcionaban como artefacto del falso optimismo, una serie de clichés y convenciones que son dinamitados aquí.
Toda acción tiene su reacción y la película de Araki se puede ver como una respuesta descarada a esa ortodoxia de las películas de Hollywood y los sectores más conservadores de la sociedad. Maldita Generación nos recuerda de manera inquietante que, a veces, el infierno puede estar escondido bajo el brillante resplandor de la cultura pop. Pero, por suerte, hay películas como esta que se erigen como refugio para los inadaptados y los marginados.
Maldita Generación (The Doom Generation, Estados Unidos, 1995)
Dirección: Gregg Araki / Guion: Gregg Araki / Producción: Coproducción Estados Unidos-Francia; UGC Images, Desperate Pictures, Blurco, Why Not Productions / Fotografía: Jim Fealy / Música: Dan Gatto / Interpretación: James Duval, Rose McGowan, Johnathon Schaech