Sitges 2019

SITGES 2019: LO MÁS DESTACADO (PARTE II)

El festival de Sitges 2019 nos brindó en su 52ª edición casi 2 centenares de películas de terror, fantasía, ciencia ficción y thriller, sobre las que El hoyo triunfó alzándose con el Premio a Mejor película y el Premio del público. Con este artículo continuamos el repaso a lo más destacado del certamen.


MEJOR DIRECCIÓN, PREMIO DE LA CRÍTICA, PREMIO JURADO JOVEN – Bacurau (Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles)

La posmodernidad más fresca y lúdica se da cita con el público de Sitges en la última película de Kleber Mendoça Filho que, en esta ocasión, comparte las labores de dirección y guion con Juliano Dornelles. El director de Doña Clara (2016) y Dornelles proponen una historia colectiva en la que la ciudadanía de un pueblo ficticio, Bacurau, en un futuro no muy lejano, se alza contra la clase política y un grupo de mercenarios extranjeros que tienen por misión la aniquilación de su gente. La narración se construye sobre las bases del realismo mágico y admite una mezcolanza de géneros con los que se produce una celebración constante de libertad creadora para defender la cuestión identitaria de las regiones rurales de Brasil y denunciar a aquellos que buscan el enriquecimiento personal por encima del bien general a partir de vender aquello que pertenece a todos.

El discurso político está edificado en lo que representa la administración de Bolsonaro, un Brasil aislado, a la venta, con según qué clases descolgadas del proyecto nacional y un tratamiento poco respetuoso a las culturas e historias que tejen la compleja red sobre la que se sustenta un país como Brasil. Sin grandes sutilezas y de lectura rápida se presenta el manifiesto político Bacurau, que encuentra su mejor cara en la descripción de sus personajes y las relaciones que los mantienen unidos. Estas relaciones, a veces amistosas y otras no tanto, revelan un universo particular en el que quedan al margen la vergüenza, el pudor y la mentira. Se da una exposición de un costumbrismo encantador, en el que converge lo mítico (la historia del pueblo revolucionario  con ciudadanos rebeldes del Bacurau de antaño) con lo práctico (el servicio sexual de unas prostitutas y un prostituto totalmente normalizado) y lo patético (una doctora alcohólica y anciana, interpretada por una orgullosa Sonia Braga, que no asimila la muerte de su gran amiga de juventud).

El resurgimiento del Bacurau legendario amenaza a medida que la colectividad va estructurándose para repeler al invasor y aterriza con fuerza el western para recordar que los pueblos se formaron con sexo, lágrimas, gritos de rabiosa libertad y una violencia que deja por el camino mucha, mucha sangre.


PREMIO ESPECIAL DEL JURADO, MEJOR FOTOGRAFÍA, MÉLIÈS DE PLATA – Adoration (Fabrice Du Welz)

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Fabrice du Welz es un habitual en el Festival de Sitges – por sus salas han pasado Calvaire (2004), Vinyan (2008), Alleluia (2014) – y, por ello, justifican que Adoration haya estado presente en la Sección Oficial en Competición, pues la película no pertenece al género fantástico. Eso es lo que les parece a algunos. Sin embargo, yo celebro que se proyectara y considero que una apertura del Festival a un tipo de cine más autoral y lejano a los férreos códigos de género puede significar una renovación interesante. Desde luego, es un filme que conjuga los elementos del lenguaje cinematográfico en su plenitud y propone una mirada personal al descubrimiento de uno mismo y del mundo al partir del nacimiento del primer amor y el paso consciente del abandono de la infancia.

Paul (Thomas Gioria) es un muchacho de doce años que vive junto a su madre en una residencia psiquiátrica, donde trabaja. Él vive inmerso en su propio universo al que pertenecen los jardines de la institución y los bosques que la rodean. Cada día explora esos espacios de naturaleza amiga en los que, a veces, encuentra criaturas que necesitan de su ayuda para sobrevivir, como un pequeño pájaro que quedó enganchado en la alambrada. Ese universo se expandirá cuando Gloria (Fantine Harduin) llegue para sanar de episodios de desgarradora psicosis paranoica. El amor que nace entre ambos es una fuerza que no saben contener y du Welz articulará un dispositivo que convierte el paisaje que los envuelve en la materia que emana de sus almas inocentes y confundidas. La luz del sol  que se filtra entre las hojas de los árboles y sus troncos, la viscosidad del barro que pisan y ensucia sus ropas, el agua que baña sus cuerpos y los enfría hasta hacer de sus pieles frágiles piezas blancas en movimiento constante hacia la quimera de Gloria, son las partes de un todo romántico que actualiza lo gótico de, por ejemplo, La noche del cazador (Charles Laughton, 1955).

La fotografía preciosista, los movimientos de cámara, el pormenorizado diseño de sonido y el montaje de primeros planos de sus rostros y planos detalle de las caricias son recursos de una puesta en escena sentida que busca, por encima de todo, la dimensión sensorial que ayuda a expresar emociones imposibles de gestionar cuando no tienes experiencia. Y eso da miedo.


Swallow (Carlo Mirabella-Davis)

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La delicadeza puede ser una impostura del comportamiento anómalo de una mujer que rechaza su propia fractura anímica. Esa podría ser una de las tesis de Swallow, ópera prima de Carlo Mirabella-Davis. En esta película se presenta a Hunter (Haley Bennet), ama de casa recién casada y nueva propietaria de una gran casa de diseño a las afueras de una gran ciudad. Las cosas parecen marchar bien a esta joven y hermosa esposa que, de repente, tras conocer que está embarazada, empieza a introducir objetos en su boca para tragárselos después de saborearlos.  Lo que parece un vicio, una degeneración por la ociosidad y el tedio que caracterizan la vida de Hunter, acabará por descubrirse como gesto inconsciente de autodestrucción para satisfacer un sentimiento de culpa, mancha psicológica de nacimiento obviada por conveniencia.

Este exorcismo burgués desentraña un trauma mayor y en el proceso de su descubrimiento se sucederán escenas de progresiva incomodidad social con las que el espectador fácilmente empatizará, como la visita al médico para conocer el sexo del bebé, en la que la ecografía anuncia toda una colección de objetos en el interior del abdomen. Mirabella-Davis establece una depurada puesta en escena, paralela a la suavidad de Hunter y a la atmósfera artificial que habita y proporcionan el resto de personajes, llena de miramientos. El ambiente es opresivo y los encuadres expresan la claustrofobia de Hunter a partir del reencuadre constante en espejos, marcos de puertas y ventanas.

Se trata de un primer filme efectivo al que se le podría pedir una mayor dilatación de los momentos embarazosos como en Una mujer bajo la influencia (John Cassavettes, 1974)  o unos personajes secundarios más enigmáticos y monstruosos como en La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968). Algo, en definitiva, menos ajustado a la visión clínica de un ensayo psicológico un tanto básico.


MEJOR ACTRIZ – Vivarium (Lorcan Finnegan)

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El director irlandés Lorcan Finnegan ofrece en Vivarium una historia perversa sobre las reglas del juego en torno a la idea del domicilio conyugal y los conceptos asociados a él. Una joven pareja (interpretada por Imogen Poots y Jesse Eisenberg) busca con ilusión una casa para convertirse en el primer hogar de su anhelada vida compartida. Tras entrar por azar en una inmobiliaria para ojear por curiosidad las ofertas disponibles, un extraño dependiente se acerca a la pareja y los persuade para coger los vehículos e ir a una urbanización recién terminada, ni muy lejos ni muy cerca. Una vez allí se encontrarán en un conjunto de casas unifamiliares de color pistacho, idénticas unas de otras, con céspedes recortados minuciosamente y verjas divisorias de un blanco inmaculado.

La perversión proviene de un encierro aniquilador desde el momento en el que se dan cuenta de la desaparición del agente inmobiliario y el laberinto sin fin que componen las casitas donde nadie habita. Ya solos, comprenderán que son víctimas de algo indefinible, una consciencia que opera en el fuera de campo y que deja frente a la puerta, dentro de una caja de cartón, un bebé. Finnegan estructura la narración sobre ese misterioso bebé, una criatura que parece humana, pero que crece cada 24 horas como si hubiera transcurrido un año entero. De su garganta surge una voz con reverberaciones electrónicas que oscilan entre la gravedad demoniaca y la estridencia de la angustia infantil. La desesperación de esa paternidad forzada, de la rutina impuesta toma la forma de una sucesión de planos repetidos con un agotamiento en los protagonistas cada vez más evidente. La respuesta a este agotamiento es la de la violencia desatada en un ejercicio liberador que abre el espacio del tormento para brindar ráfagas de humor.

Vivarium no se erige como la gran película de Sitges pero, entre esa alternancia de la ligereza cómica por arrebatos de crueldad y la angustia de seguir el curso de lo establecido en una realidad distópica, se deja ver como un filme entretenido, con mala leche (aunque un poco tibia) y campo de exhibición para las capacidades interpretativas de los actores.


PREMIO BLOOD WINDOW – Breve historia del planeta verde (Santiago Loza)

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Breve historia del planeta verde es una rareza, una bella criatura que propone un viaje de tres amigos de vuelta a su pueblo, del que se fueron porque les cortaban las alas. Es una belleza particular a ratos muy fea. Digamos que es mutante y que suena al delirio de alguien que consumió algo para alcanzar la psicodelia. Santiago Loza invita a seguir a tres personajes (Romina Escobar, Paula Grinszpan, Luis Soda) por carreteras argentinas hasta el ambiente rural donde germinaron los sufrimientos y los miedos que los definen. Este trayecto se produce por el fallecimiento de la abuela de una de ellos. El reencuentro con el hogar familiar propicia la revelación de un secreto en el sótano y una misión a cumplir. El secreto es que su abuela encontró entre unos árboles un ser alienígena y cuidó de él hasta la muerte; la misión, llevarlo a un punto recóndito del bosque para que pueda, él también, regresar a casa.

Entre el absurdo, las precariedades de la serie B y el cine queer esta loca historia de amistad y redención se convierte en un movimiento de levedad cinematográfica alegre y despojado de vergüenza. Es una película que nutre la lista de títulos recientes del cine argentino – La flor (Mariano Llinás, 2018), Las hijas del fuego (Albertina Carri, 2018) –  que se ampara en la referencialidad, la amalgama de géneros y la reivindicación (consciente o inconsciente) de igualdad entre seres humanos y la defensa de la novedad constante. Es una de esas películas que acaban dignificando un festival de cine como Sitges con esa aportación disonante.


 

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