SANGRE EN LOS LABIOS
Las vísceras lesbianas
El cuerpo no es estático. No es una herramienta, ni una máquina. El cuerpo es un sistema conectado que nos envuelve a todas. Sangre en los labios, de la directora Rose Glass, pone en el centro el cuerpo como espacio de contestación y tensión, pero no es cualquier cuerpo: es, de hecho, un cuerpo mutante, el cuerpo de una identidad lesbiana, y va más allá, pues no es cualquier lesbiana. Jackie (Katy O’Brian) es una lesbiana culturista musculada y atletica, alejada en principio de los canones lésbicos femme. El segundo cuerpo, el de Lou (Kristen Stewart), es delgado, demacrado, encuadrado en un imaginario de la américa profunda, white trash. Pero el cuerpo lesbiano no se entiende por separado, sino en su colectividad. Los cuerpos de Jackie y Lou sólo se comprenden en relación y en conjunto, porque a través de su relación se transgreden los límites de los roles de género e, incluso, del propio cuerpo.
Sangre en los labios parte de la combinación de estéticas visuales que derivan de Winding Refn, de un imaginario que nace del body horror de Cronenberg, con un espíritu muy cercano al cine de Gregg Araki que combina a la perfección la violencia, el gore y la comedia en películas como Maldita generación (1995); el cuerpo es lo que une estas influencias cinematográficas, y les da sentido. El cuerpo es el espacio donde se encuentran la comedia, la violencia y la sangre, buscando siempre llevar al límite a los personajes mediante situaciones extremas. En ocasiones, sin embargo, la combinación de thriller y comedia deriva en cambios de tono y ritmo demasiado abruptos. Glass, y sus actrices, se mueven con soltura a lo largo de la película, destacando una Kristen Stewart cuya presencia en la pantalla resulta empequeñecida y temerosa en cada una de sus acciones hasta que debe cuidar de su amante, transformando así su lenguaje corporal, tomando el control de las escenas y la pantalla.
Si en su anterior película, Saint Maud (2019), Rose Glass definía el mundo psicológico de la protagonista -igual de ambiguo y violento que el de Sangre en los labios- desde el interior del cuerpo, aquí se permite exteriorizarlo. Elabora así una significación de lo abyecto a través del cuerpo lesbiano. Si el cuerpo maternal es puro -por su naturaleza divina al ser capaz de dar vida a otro ser- las lesbianas (las que sean mujeres cis), cuyo cuerpo no se quedará embarazado de otra lesbiana, existen como resistencia a la definición de un cuerpo de mujer creado para dar a luz, para quedarse embarazada. Pero Sangre en los labios imagina un cuerpo lesbiano que vomita el cuerpo de su amante, (en la escena que toma más influencia del cine de David Cronenberg), pues se construye cercana a las representaciones del cuerpo vistas en Cromosoma 3 (1979) o Videodrome (1983). El cuerpo de Jackie -tan perfecto, estático y duro- cambia, su organismo muta por completo, los bultos afloran hasta “dar a luz” a su otro cuerpo, el de Lou. El cuerpo lesbiano nace. Se abraza lo aparentemente desagradable, convertido en placer. La lesbiana vampiresa y depredadora, la gran imagen del cine lésbico, es sustituida por la del vomito: no se come a la amante, le permite existir fuera de su cuerpo, pero conectada. Lo abyecto toma la forma del amor en Sangre en los labios, como ya lo hacía en esa carta orgánica y visceral que es El cuerpo lesbiano de Monique Wittig.
La experiencia de violencia y horror corporal va creciendo poco a poco a lo largo del film, desde una violencia que repele y humoriza la historia, pero también desencadena la vulnerabilidad y cuidado de la pareja de mujeres. Hasta alcanzar esta representación del cuerpo como organismo vivo. El cuerpo musculado lesbiano en otras películas, como Personal Best (Robert Towne, 1982), es estático. Observado desde la otredad, las atletas sólo pueden encontrar hogar la una en la otra, hasta que el cuerpo supera al de la amante: es una atleta mejor, su cuerpo es más fuerte, supone una amenaza. Una mujer acaba comiéndose a la otra. Los cuerpos, individualizados, compiten entre ellos en vez de acompañarse y amarse. El cuerpo de Jackie en Sangre en los labios es venerado, observado desde el deseo; es cuidado, lavado, y gozado. Y nunca, a diferencia de la película de Robert Towne, fetichizado para la mirada heterosexual: en Personal Best se recreaba mostrando la extrañeza de unas mujeres realizando ejercicios de atletismo, con primeros planos de las ingles de las actrices durante los saltos de altura. Sangre en los labios busca siempre el plano contraplano de la mirada de deseo entre las dos mujeres, mientras Jackie entrena o realiza su rutina de culturismo. Lou observa a Jackie, sabiendo que Jackie siempre le devolverá la mirada.
Cuando la película se adentra en aquel terreno más fantástico e inverosímil, con un cuerpo gigante que ocupa toda la pantalla, lleno de amor y furia, se crea un cuerpo nuevo que rechaza sus propios límites y es capaz de superar aquellas definiciones de lo qué es una mujer. Se convierte en un cuerpo que transgrede los roles de género esperados entre masculinidad y feminidad. Vito Russo escribió en The Celluloid Closet que en el cine no existían las lesbianas o los gays, solo homosexuales –lo que creen los heterosexuales que es un homosexual–. Ahora ya tampoco se limita el cine a representar la experiencia lesbiana y gay aislada e individual: películas como la de Rose Glass se permiten imaginar, de hecho, desde la plasticidad y tactilidad, cuál es la forma cinematográfica del amor lesbiano.
Sangre en los labios (Love Lies Bleeding, EE.UU, 2024)
Dirección: Rose Glass / Guion: Rose Glass y Weronika Tofilska / Producción: Andrea Cornwell y Oliver Kassman / Fotografía: Ben Fordesman / Montaje: Mark Towns /Música: Clint Mansell / Interpretación: Kristen Stewart, Katy O’Brian, Ed Harris, Dave Franco