CANCIÓN SIN NOMBRE
Corazón sangrante bajo telarañas
Georgina Condori (Pamela Mendoza) está de celebración. Junto a su marido y unos amigos hace un ritual para bendecir los bonitos vestidos que portarán en las fiestas venideras, en las que bailarán y cantarán sus propios temas. La música es un bien sagrado y ella forma parte de su culto. Las bondades son varias, ya que Georgina, que solo tiene 20 años, está esperando el nacimiento de su hijo. Pide a Dios por unas buenas actuaciones, pide por su compañía y por su guía, y riega aguardiente como tributo. No sabe lo que le espera, esa ignorancia suya se consuela por ahora con ruegos y plegarias. No sabe lo que le espera. Canción sin nombre es el primer largometraje de Melina León, cineasta peruana que muestra su compromiso con el recuerdo de la historia reciente de su país, trasladando la acción a la década de los 80. Los títulos de crédito iniciales anuncian un momento político y social convulso, hay una crisis económica y la violencia se extiende por las calles de la ciudad y las regiones rurales. Son tiempos de gobiernos autoritarios y represores y de grupos guerrilleros como Sendero Luminoso. Georgina ofrece patatas en un humilde puesto callejero cuando siente que ha llegado la hora de dar a luz. La cámara acompaña a la joven durante el trayecto a través de calles pobremente asfaltadas, en el interior de un lento autobús y en la solitaria ascensión de unas escaleras interminables. Del alumbramiento surge el incidente desencadenante que transforma la vida de los personajes y marca el pulso de la narración. Después de decirle que ha sido madre de una niña sana, los responsables de la clínica se llevarán al bebé. Georgina ha sido engañada por una red mafiosa de tráfico de niños que los exporta al extranjero. En la búsqueda de respuestas y con el firme objetivo de recuperar a su pequeña, la protagonista encuentra como único aliado a un periodista limeño, Pedro Campos.
El misterio que envuelve los acontecimientos, la ausencia generalizada de empatía y la agonía de una madre se representan a partir de una fotografía en blanco y negro que construye una estética de distancia histórica y busca el amparo espiritual del neorrealismo italiano. La película se aprovecha de la sensación opresiva del formato 4:3 para exponer los íntimos dolores de unos seres que sufren por la represión de los poderes institucionales, segadores de sus libertades. La lograda atmósfera visual de Canción sin nombre es la prueba de que Melina León es una cineasta a la que hay que seguir. Hay momentos que ofrecen destellos de astucia y sensibilidad cinematográficos, como el contraste que se genera en dos escenas consecutivas. En la primera, Georgina y su marido Leo suben unas pulidas escaleras para entrar en un digno edificio y denunciar el robo de su hija. Es de día y la luz hace resplandecer la piedra que simboliza la justicia, la cámara toma las espaldas de ambos ciudadanos en su elevación y la profundidad de campo permite que se distingan los elementos que componen el cuadro. Esta nitidez de esperanza y pureza encuentra su oposición expresiva en la segunda escena, tan breve como la anterior. En esta se ven dos siluetas como sombras volver hacia la cámara, es de noche y la escalada es por un cerro de barro, oscuridad y desencanto. El joven matrimonio regresa a su chabola sin auxilio y desesperanzado, son sombras en la noche.
Realizar una película no es tarea fácil, es una empresa cara y, a menudo, agotadora. Para el cineasta novel es además una carta de presentación en un mundo muy competitivo. Quizás es este el factor principal -junto a la inexperiencia- por el cual las óperas primas muestran con frecuencia una ambición mal resuelta. Tristemente, Canción sin nombre, no es la excepción. El cambio de punto de vista entre Georgina y Pedro Campos diluye la atención sobre el tema principal: el tráfico infantil. Las denuncias se suceden una tras otra para terminar haciendo un retrato del Perú de 1980 que pretende evocar la crisis contemporánea del país andino, consiguiéndolo débilmente. Muchos tiros al aire para proclamar su voz y lugar en una cinematografía enclenque y poco valorada. Es una pena que no apuntara al corazón de esa febril industria para liberarlo de las telarañas. Pero bueno, de tanto balazo echado, Melina León atinó en revelar que ese corazón sigue bombeando sangre.
Canción sin nombre (Perú. 2019)
Dirección: Melina León/ Guion: Melina León, Michael J. White/ Producción: Melina León, Michael J. White, Inti Briones/ Fotografía: Inti Briones/ Montaje: Manuel Bauer, Melina León, Antolín Prieto./ Diseño de Producción: Gisella Ramírez/ Música: Pauchi Sasaki/ Reparto: Pamela Mendoza, Tommy Párraga, Lucio Rojas, Ruth Armas, Maykol Hernández.