CRÓNICA SSIFF 2022 – ZABALTEGI-TABAKALERA
CRÓNICA SSIFF 2022 – ZABALTEGI-TABAKALERA
El libertinaje creativo que ofrece en cuanto a estilos, duración y formas la sección de Zabaltegi-Tabakalera llena el Festival de San Sebastián de una riqueza de miradas personales y una heterogeneidad que, bien cabe apuntar, no es placentera para todos los públicos. Este año se ha vuelto a llenar de dispares propuestas, con marcados sellos autorales y miradas que buscaban retarse a sí mismas. No obstante, dentro de este panorama ha habido una tendencia a invitar a la reflexión con obras que, tiempo después aún, siguen en la memoria y mueven a recapacitar.
Dos películas han inaugurado la sección, con un resultado un tanto agridulce. Las criaturas que se derriten bajo el sol, segundo cortometraje del joven Diego Céspedes, ha abierto las proyecciones con una historia sobre la identidad. En ella, la delineación del rostro se convierte en un acto de validación del ser y la liberación de una comunidad bajo el manto de la noche llama al trabajo aún pendiente para con algunas minorías. Tras esta breve pieza, Thomas Salvador ha brindado un desabrido visionado con La Montagne, una historia sobre un hombre -interpretado por sí mismo- que se lanza a la búsqueda de una razón de ser en el corazón de la montaña: una entidad mágica, majestuosa y neblinosa que atrapa a un personaje igual de frío que el paisaje. Esa sumersión a lo mágico de la serranía va perdiendo interés en favor de un conjunto de planos preciosistas y redundantes escenas que no consiguen elevarse ni por lo sobrenatural, ni destacar el discreto mensaje sobre el cambio climático subyacente.
En cambio, con su doble participación a concurso, Hylnur Pálmason demuestra tener más destreza en contemplar el paisaje más allá de lo esteticista. Tanto en Nest -un autoregalo para encapsular a sus hijos en un tiempo y una edad sin retorno- como en Godland -una odisea en dos partes que analiza la perversión moral de un joven sacerdote-, existe un interés por habitar el espacio vaciado y el tratamiento del implacable paso del tiempo. La necesidad infundada por llenar un paraje virgen e imponerse sobre la tierra que nos da cobijo coexiste con esa contemplación en un mismo plano que, por cortes, reafirma la inexorabilidad del tiempo como algo superior al hombre.
Y al tiempo Unrest lo convierte en eje central de su ambiente y regente de un pasado no tan distante a nuestro presente. Con una puesta en escena apartada, reflexiva e inmóvil – en ocasiones hasta abstraída-, Cyril Schäublin compone un marco incompleto y distante que no hace a la película fácil de digerir. Existe un pretencioso deseo por provocar al espectador, hacerlo ir más allá y buscar que complete, como Pyotr Korpotkin, ese mapa inacabado que se le ha presentado dentro de un orden rígido que sobrevuela el ambiente y un constante choque de ideales políticos.
Huyendo también de la narratividad, Andrés Di Tella se persona fílmica y físicamente en la sección con Diarios. En esta sucesión de postales audiovisuales, el propio director pausa las imágenes para proponer reflexiones íntimas y lecturas propias a modo de performance. Quizás una de las propuestas más personales de Zabaltegi-Tabakalera, alternando imágenes propias y de archivo y alterando el formato de la pantalla para registrar, en definitiva, su deseo por salvaguardar los recuerdos. Y de un argentino que ahonda en sus propias vivencias a otro que se pierde en sus deseos por hacer poesía. En su intento de convertirse en poeta cinematográfico, Santiago Loza olvida restar poder a la palabra. Eso hace de Amigas en un camino de campo una dilatada caminata machadiana que se convierte en una sucesión -entrecortada innecesariamente por puro capricho- de conversaciones artificiosas y entonadas con aparente desgana. Lo que no significa que la verbosidad sea enemiga del lenguaje audiovisual como demuestra Lur Olaizola con The Third Notebook. Ahí, la lectura aúna lo fílmico, lo literario y lo poético evocando un pasado y toda una serie de referencias hiladas con un mismo imaginario. Y pese a ello, se consigue un margen de reflexión y de recreación para que el espectador complete el espacio.
Asimismo, varias obras han mantenido en su eje central una conexión con lo maternofilial. Carla Simón con su Carta a mi madre para mi hijo lleva sus grandes temas al extremo y se permite experimentar con los formatos y lo alegórico del lenguaje. Un juego de contrastes que se adentra en la memoria como evocadora de deseos y creadora de vida. En esa línea entre la cotidianidad y lo simbólico, El agua es consciente de los grandes temas de Elena López Riera -el choque entre el regreso y la huida de la tierra, entre lo masculino y lo femenino, entre el realismo mágico y lo documental, entre la herencia popular y lo individual- y hace acopio de ello para entregar su obra más sólida. Y, por otro derrotero, Lee Chang Dong presenta un angustioso cortometraje. Diseñado todo en un falso plano secuencia, con primeros planos y respiraciones asfixiantes subidas de tono, aborda la mirada infantil sobre temas tan graves como la depresión y el suicidio.
Otros asuntos contemporáneos se tratan de formas muy distintas en Cuerdas de Estibaliz Urresola, Nowhere To Go But Everywhere de Erik Shirai y Masako Tsumura, y A Human Position de Anders Emblem. Una habla desde la mirada anciana sobre el quiebre de una comunidad bajo el telón de una ciudad sumida en la contaminación y los intereses de las grandes empresas; la otra nace de la tragedia real para hablar sobre la ausencia de lo corpóreo en una búsqueda docu-ficticia, y la última se centra en la cuestión de los refugiados desde un amaneramiento de sus formas y una frialdad de su protagonista que distancian al espectador -aunque bien podría ser la misma distancia desde la que desde Occidente se observa el problema-.
Aunque si hablamos de formas, hay dos trabajos que deslumbran e intrigan a partes iguales por ellas. Con Manto de Gemas, Natalia López Gallardo hace un visceral retrato social huyendo de lo narrativo y centrándose en el valor de lo incompleto. Los resquicios de aquello que queda fuera de plano, lo que se oculta o lo que no se muestra ponen en relieve la incapacidad de conocer el todo oculto tras una sociedad en conflicto donde nada es blanco o negro. A su vez, la incomprensión se enmarca en la fábula de Bi Gan que vaga por espacios entre la ensoñación y la realidad. De influencias surrealistas y composiciones visuales hermosas, lo críptico empapa A Short Story para apelar a los sentidos, y donde lo místico invita a la reflexión, a buscar un fin para acabar con la desesperanza.
Sin distanciarse mucho de esa extrañeza, Piaffe es una especie de Titane (Julia Ducournau, 2021) contenida e íntima donde mutación y sexualidad se enmarcan en un ambiente sonoro envolvente, luces coloridas que tiñen la piel y un disruptivo techno que bombea el cambio. Ann Oren evoca la exploración de un cuerpo en paralelo a la complejidad liberadora de los helechos, cuestionando los conceptos de lo femenino y lo masculino. Esta noción de la hombría se pone también al frente de la inteligente “adaptación” de la polémica obra de Josefine Mutzenbacher en Mutzenbacher. Documentando con una puesta en escena minimalista, Ruth Beckerman parte del texto escrito para grabar las interacciones y las reflexiones de hombres de distintas edades en torno al deseo, el placer y el sexo. La cámara es testigo de la absurdez de la vergüenza y la persistencia de ciertos tabúes innecesarios en torno a temas naturales y humanos.
Ese mismo formato de entrevistas se incluye en otro documental bastante convencional como es Meet Me In The Bathroom (Dylan Southern y Will Lovelace). El resurgimiento del rock a inicios de los 2000s en “la ciudad que nunca duerme” se convierte en el eje central de una pieza satisfactoriamente informativa. Y junto a ella, Cerdita parece ser la otra propuesta menos anómala de Zabaltegi. Sin embargo, poco a poco la broma y el sinsentido se van cebando hasta descarrilar; lo sembrado en el cortometraje –Cerdita (Carlota Pereda, 2018)- se olvida para caer en lo irracional, lo absurdo y lo insultante. En contraposición a esa exacerbación, Itchan and Satchan (Naname No Rouka) demuestra que menos es más. De forma elegante, Takayuki Fukata relata una historia de fantasmas en nostálgico blanco y negro donde en un solo espacio la memoria, los recuerdos y la infancia brotan desde el íntimo acto de recoger.
Con todo, la presencia de Trenque Lauquen, encargada de cerrar la sección, ha sido sin duda una de las más destacadas. Este rompecabezas capitular con aires de Twin Peaks (1990-1991) es una especie de fuente a la que volver a acudir para explorar nuevas lecturas y profundizar en cada uno de sus detalles. Una obra que tiene un poco de todo, sin por ello ser excesiva ni presuntuosa. Laura Citarella aporta un gran cierre con un misterio múltiple, historias de (des)amor y presencias sobrenaturales que se resumen en una historia bien contada. Como ese relato que te cuentan de pequeño y recuerdas para toda la vida.
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