EDITORIAL: EL CANON ES NUESTRO
El canon es nuestro
La reimaginación de personajes clásicos y figuras históricas desde lentes más inclusivas está rompiendo las barreras que tradicionalmente han restringido la aparición de identidades diversas en el cine y la televisión. Algo que se ha recibido con mayor o menor polémica y que no solo invita a una audiencia más amplia a reconocerse en las historias, sino que también actúa como un reflejo de las tensiones culturales actuales. Sostenemos que esta mirada que lleva varios años permeando el mundo audiovisual no es ninguna clase de distorsión ni presentismo, y que hay que admitir que es realmente imposible hablar del pasado sin callar al presente. Un sonado caso es el de Los Bridgerton, serie que se estrenó en 2020 y que, a cada emisión de una nueva temporada, le acompañan sendos artículos analizando, con escándalo a veces, la introducción de un reparto racializado, algo inverosímil para el contexto histórico la serie: un siglo XIX británico en el que la esclavitud no se había abolido.
Paliar la infrarrepresentación de minorías -raciales, de género, de orientación sexual- no es algo reciente, como tampoco lo son las respuestas reaccionarias que reciben algunas de las estrategias que se han empleado con este fin. La mayor parte de polémicas surgen alrededor de ficciones históricas como la mencionada de Netflix, pero el espectro se amplía a las adaptaciones de clásicos populares como La Sirenita (2023) y otros remakes de Disney. Aquí podríamos señalar que se pueden poner en duda las verdaderas intenciones de las multinacionales, pero iniciaríamos un debate completamente diferente.
Este tema se abre con cientos de espinas apuntando a distintas direcciones. Los Bridgerton representa un tipo de revisión cultural que no es más que una de las tantas estrategias posibles para replantear el canon, aunque a veces se vea como una banalización, reabren un viejo dilema: ¿hasta qué punto podemos y debemos modificar personajes históricos o literarios para alinearlos con los valores actuales? Resulta irónico que muchos de los detractores de la diversidad en el cine y la televisión ignoren cómo, históricamente, el arte y el entretenimiento no han sido neutrales. Durante siglos, los personajes y relatos de otras culturas fueron sometidos a la óptica blanca y occidental, e incluso se han hecho reapropiaciones y relecturas de mitos clásicos de manera errónea para apoyar totalitarismos. Esa óptica blanqueadora sigue vigente: la nueva adaptación de Cumbres Borrascosas (Emily Brontë, 1847) que prepara Emerald Fennell tiene a Jacob Elordi como Heathcliff, un personaje que en la novela no se describe como blanco, aunque en la mayoría de adaptaciones haya sido interpretado por actores caucásicos (excepto en la versión de 2011 dirigida por Andrea Arnold).
A pesar de ello, hoy por lo general es más común que las producciones inviertan la dinámica. El teatro shakesperiano es un claro ejemplo de este cambio progresivo y que ha seguido desde hace décadas la tendencia del colour-blind casting que poco a poco ha calado en el cine permitiendo que intérpretes racializados se metieran en el papel de figuras canónicamente blancas, siendo Denzel Washington un ejemplo que aparece en Mucho ruido y pocas nueces (1993) de Kenneth Branagh como Príncipe de Aragón o el rey escocés en La tragedia de Macbeth (2021) de Joel Coen.
Junto a la socorrida excusa hipócrita de la verosimilitud, una de las primeras críticas que surgen frente a estos castings es el temor a que el público contemporáneo interprete de forma errónea el contexto histórico, llegando a creer, por ejemplo, que en aquellas épocas las personas racializadas eran libres o que las mujeres tenían más derechos de los que realmente tenían. Sin embargo, esta revisión del canon no intenta —ni tiene el poder— de borrar la historia. Pensar que una audiencia contemporánea olvidará el contexto original de una obra debido a una versión reinterpretada subestima su inteligencia y su capacidad analítica. Por el contrario, estas producciones pueden diluir prejuicios profundamente arraigados y abrir camino a una percepción en la que la diversidad no se observe como una anomalía.
En el ámbito de la ciencia ficción, que ha jugado un papel fundamental en la normalización de personajes de distintas razas y géneros, este ideal inclusivo lleva más tiempo cultivándose y casi resulta un lugar común ver repartos multirraciales y con los roles de género más difuminados en sagas espaciales como Star Trek o en aventuras futuristas o narraciones especulativas. Doctor Who, uno de los ejemplos más longevos de la ciencia ficción británica, ha pasado de ser un hombre blanco (de aparente sexualidad normativa) a un personaje femenino y de diversidad racial y sexual. También está el caso del remake de Battlestar Galactica (2004-2009), que transformó a varios de los personajes de su serie clásica reescribiéndolos como mujeres y pertenecientes a otros grupos racializados.
En las adaptaciones de cómics también es más que recurrente el cambio de género, sexualidad e incluso etnia. Un caso con variantes es el de John Constantine, el detective de lo paranormal de DC Comics. En la serie Constantine de 2014 y luego en Legends of Tomorrow (2016-2022), el personaje se revela como bisexual, más adelante Sandman (2022) presenta una versión femenina de este personaje que es homosexual. Estas reinterpretaciones pueden llegar a ofrecer una representación LGBTQ+ en el mundo de los cómics y la televisión que no queda solo relegada a personajes secundarios o estereotipados, sino a personajes protagonistas de sagas reconocidas.
Pero no podemos aislar la diversidad en géneros y ficciones que para la gran mayoría de la audiencia son de nicho. Si limitamos las representaciones inclusivas a universos fantásticos o futuristas, corremos el riesgo de enviar un mensaje tácito de que la diversidad solo es creíble en contextos alternativos o imaginarios, y que no tiene cabida en los espacios de la vida cotidiana o la historia «real».
Hay quienes sostienen que la mejor manera de representar a minorías o a figuras históricamente excluidas es «contar sus historias». Sin embargo, el riesgo de esta afirmación es que muchas veces las historias de personas racializadas, de mujeres y del colectivo LGBTQ+ se traducen en relatos de abuso o de lucha, como si esas narraciones fuesen las únicas posibles. La reapropiación de historias tradicionales no se trata solo de incluir minorías en relatos ya establecidos, sino de enriquecer estos personajes con la pluralidad que ha sido excluida de la narrativa dominante.
La revisión de los clásicos es un acto de mirar atrás con ojos nuevos, de reexaminar relatos anclados en nuestra cultura para desentrañar lo que nos pueden decir hoy al revisitarlos. Las narraciones que han llegado a considerarse universales, como los cuentos de hadas o las novelas clásicas, no solo forman parte del imaginario colectivo, sino que además se han convertido en símbolos poderosos. Al reinterpretarlos, no alteramos simplemente sus historias, sino que jugamos con los significados que han adquirido y con el impacto emocional que ejercen. Esta reapropiación tiene un valor innegable porque, al dar nuevas lecturas a relatos que todos conocemos, se genera una reflexión en torno a las normas que alguna vez se dieron por sentadas, y nos permite explorar cómo han evolucionado nuestros valores y perspectivas.
Ejemplos de esta subversión son los trabajos de Emma Donaghue, como Kissing the Witch: Old Tales in New Skins (1997), y los cuentos de Angela Carter en La cámara sangrienta (1979). Carter se apropia de los cuentos de hadas tradicionales, mantiene sus elementos simbólicos y mágicos, pero subvierte su mensaje patriarcal al revelar la complejidad y agencia de sus personajes femeninos. En vez de alterar la narrativa en su estructura, Carter retuerce la mirada masculina y de dominación que permea estos relatos, mostrando a sus protagonistas como mujeres que desafían y transgreden las normas, en lugar de conformarse con ellas. Al adaptar sus cuentos inspirados en Caperucita Roja en En compañía de lobos (1984), Neil Jordan, con un guión escrito junto a la propia Carter, también supo transmitir ese mismo sentido de confrontación con la tradición, subvirtiendo la visión de los cuentos sin privarlos de su simbolismo.
En una cultura visual como la nuestra, lo que vemos en la pantalla influye enormemente en cómo percibimos el mundo y en qué valores aceptamos. No importa tanto si un filme o serie sigue el camino «más apropiado» para abordar una obra, sino que exista el intento de dar a estas historias un nuevo sentido que esté en diálogo con los temas contemporáneos. Esta reinterpretación es tan legítima y vital como lo fue el proceso de los hermanos Grimm o Perrault cuando, en el siglo XIX, adaptaron cuentos populares para el público de su tiempo.
Reapropiarse del canon, de esos relatos canónicos, tiene un poder especial: no solo permite al público identificarse con las historias, sino también confrontarse con sus mensajes originales, liberarse de ellos, o incluso cuestionar por qué esos ideales, de alguna forma, permanecen. Reescribir y reinterpretar las historias que consideramos universales es una manera de reclamar el espacio que generaciones anteriores fueron forzadas a abandonar o donde fueron representadas de manera parcial, creando así un legado cultural que pertenezca a todo el mundo.