QUEER
Las huellas del cuerpo
“Lo que Lee buscaba en toda relación era la sensación de contacto.”
Se identifica en la prosa de William S. Burroughs un desasosiego perenne, una carnalidad cruel y una sordidez que impregna cada palabra. Ante una literatura basta, ardiente y violenta no sorprende que Luca Guadagnino se proponga en Queer hacer el material literario completamente suyo, pues su filmografía ya cuenta con la construcción visual de una sensualidad e intimidad manchada de rabia. Lo que ofrece el director italiano en Queer se distancia del fenómeno que presentaba en Rivales (2024), demostrando que su carrera está repleta de matices, aristas y recovecos todavía a explorar. No obstante, ya en algunos de sus anteriores trabajos –Cegados por el sol (2015), Call by your name (2017) o Bones and All (2022)– ponía en evidencia un tema que acaba por colisionar en Queer: la sensualidad como arma.
Lee (Daniel Craig) es un autor homosexual expatriado en México que pasa los días sobreviviendo, las tardes bebiendo y las noches intentando seducir hombres. Burroughs y Guadagnino ven en Lee un fantasma cuya identidad está en el limbo entre países y deseos, orgulloso homosexual que se odia a sí mismo. La figura fantasmal de Lee se encuentra en una incesante búsqueda de contacto, pero ese contacto sucede como si de una fantasía se tratase, en moteles nocturnos de luces estridentes y siempre de forma temporal. La imagen que se construye es la de un hombre que solo disfruta de su cuerpo por unas horas contadas, cuando se acuesta con otro hombre. El resto de deambulaciones son en búsqueda de la otra piel.
“Una mano imaginaria se proyectó con tal fuerza que costaba creer que Allerton no sintiera la caricia de unos dedos de ectoplasma en la oreja, el roce de unos ilusorios pulgares alisándole las cejas, apartándole el pelo de la cara.”
Queer enfatiza este rasgo fantasmal de Lee, haciéndolo visible cuando conoce a Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven de sexualidad confusa, sobre el que pasará a proyectar todo su deseo, su tiempo y sus manos, que comenzarán a venerarlo. De hecho, es una mano translúcida la que abandona la corporalidad de Lee para poder acariciar el pelo de Allerton. Aun trascendiendo el cuerpo esa mano se mueve con cuidado como si se acercara a un animal que puede huir ante el contacto. Se repite el ademán mientras ven una película, Orfeo (1950) de Jean Cocteau, justo en el momento en que la cámara, de forma casi vaporosa, se acerca a la pantalla cuando Orfeo traspasa con sus manos el espejo en búsqueda de su amada. Como repiten los personajes a lo largo de la película, ellos no son homosexuales, son incorpóreos. El deseo vergonzoso de tocar al otro, al amado, es un deseo que nace de la monstruosidad. Guadagnino imbuye de surrealismo y juegos visuales el deseo que se sale de la norma, entendiendo que lo extraño e incomprensible va más allá que algo que debe ser temido. Quizás esa es la gran diferencia del cineasta con Burroughs: donde el último todavía proyectaba el horror y el odio de los deseos, Guadagnino les tiende una mano.
“Tenía la muerte en cada célula de su cuerpo”
Eugene es la muerte. Una figura fría y calculadora, a la que ni siquiera la intimidad y el cariño de Lee sobre él consiguen devolver a la mortalidad, aunque sea temporalmente; siempre receloso de las atenciones sexuales sobre él, adelantándose al cuerpo de los demás, evitándolo. Incluso en las escenas más explícitamente sexuales –porque el cine de Guadagnino es inherentemente sexual, pero no necesariamente hace del sexo su foco visual– la forma de capturar el cuerpo del joven es siempre desde la evasión. Abandonando la mano desesperada y fantasmal, los cuerpos ahora son de carne y hueso; pero la incidencia en los gestos y los detalles de los cuerpos, los planos cerrados que siempre dejarán la acción sexual fuera de campo, siguen construyendo la sexualidad como una ilusión, una fantasía de un gesto suspendido. Solo al final, sumergidos en la selva y tras consumir Ayahuasca –tras haber convertido Queer en una especie de travelogue– permite que los cuerpos abracen su propia materialidad. La película se adentra en un nuevo espacio cinematográfico, abandona los rasgos estéticos que recordaban a los del cineasta mexicano Arturo Ripstein, y recupera el componente más corporal tal y como lo entendió David Cronenberg al adaptar El almuerzo desnudo (1991). Los órganos se exteriorizan, las pieles se funden, Eugene y Lee trascienden su propia corporalidad. Al enfatizar su textura –los cartílagos, las venas– Luca Guadagnino captura el cuerpo en todo su esplendor, pero a la vez lo deja fluir, lo amplía. La piel, el cuerpo, el deseo desbordan la pantalla. Quizás el gran acierto de Guadagnino en Queer es hacer material aquello que es invisible, el deseo, pero dejar que supere y se desprenda de los propios caprichos de la imagen cinematográfica. Queer es quizás más grande que el cine.
La adaptación que realiza Guadagnino es una película sobre el amor y el odio hacia el cuerpo, el placer y angustia que supone poseer uno y desear los otros. Al jugar con la fantasía, con lo imaginario y lo incomprensible –aquella ciudad que es una maqueta o una secuencia final en la que el tiempo es trascendido– la memoria pesa, y se confunden fantasía y realidad: Guadagnino impregna de comprensión una obra literaria que exhumaba desasosiego. En Queer la sensualidad sudorosa y represiva no es manipuladora ni perversa, no es, por supuesto, la muerte; es, de hecho, la única esperanza de supervivencia.
(Citas de Queer, de William Burroughs)
Queer (Luca Guadagnino, Italia, 2024)
Dirección: Luca Guadagnino / Guion: Justin Kuritzkes / Producción: Fremantle, The Apartment Pictures, Frenesy Film / Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom / Música: Trent Reznor, Atticus Ross / Interpretación: Daniel Craig, Drew Starkey, Jason Schwartzman
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