FALLING
La firmeza de lo intolerado, la firmeza de lo intolerable
El siguiente escalón en el melodrama familiar parece rescatar motivos añejos y darles un sentido más lacrimógeno, sin dejar de optar por una dinámica en clave de humor, esperanza y/o redención. Falling, la opera prima de Viggo Mortensen, intenta huir lo máximo posible del trillado territorio del drama paternofilial para ahondar en la figura de Willis Peterson, un viejo conservador que tiene todas las características propias de la generación del “baby boom” americano y que supone un reto tanto para su familia como para el espectador.
Racista, xenófobo, misógino, y homófobo, Willis es esa especie de personaje que Clint Eastwood intentaría convertir en un “héroe fuera de su época” tratando de acompasar unos ideales muy cuestionables en clave de humor fácil con la progresiva “aceptación” de minorías, no sin antes apadrinar a un par de extranjeros como buen americano inclusivo. Pero Mortensen dota a Willis de una profunda y oscura (literalmente) atmósfera en la que subyace una crítica muy amplia, no solo a unos valores de sobra explorados por el cine progresista —con resultados bastante pobres—, sino a la propia condición alienante que supone hoy en día pensar de determinada manera. Está muy claro que la mirada de Mortensen no es condenatoria ni tampoco eximente y ahí es donde surge el principal problema, pues el papel que él mismo interpreta —John, el hijo homosexual de Willis— juega continuamente con el lazo afectivo que le une todavía a su padre y lo insoportable de su compañía para alzar el vuelo más allá de la cuestión social activa y entrar de lleno en lo personal. Es difícil hablar de Falling sin tener en cuenta la maquinaria política que tiende a dividir a las personas en lados físicos, inquebrantables e inamovibles, pero también es difícil no sentir Falling como una propuesta que escapa al encasillamiento debido a lo particular de su puesta en escena. Y, por ello, quizá merezca el beneficio de la duda.
Además de retrógrado, Willis es maleducado, desconsiderado y soez. Llegando en cantidad de ocasiones a despreciar a la totalidad de su familia: a sus dos hijos y a sus parejas, a sus nietos —exceptuando a la hija adoptiva de John que, curiosamente es centroamericana—…, Willis consigue ganarse a pulso un abandono y una reprimenda que, para bien o para mal, no llegan jamás. Porque su estado es el de un pobre hombre, algo nimio, que necesita que lo acompañen a hacer sus necesidades o que le recuerden dónde está. El principio de Alzheimer no es aquí una pretensión para apiadarse de un viejo odioso, sino la pena que Willis arrastra hasta el último de sus días y, más para mal que para bien, lleva a su hijo a soportarlo casi de la manera en que lo haría un santo. Así pues, entre la música de un piano que rememora los buenos, malos y muy malos tiempos de la infancia de John y una buena conversación formal entre el pasado y el presente, Falling acaba siendo un soplo de aire fresco en el panorama melodramático. No será fácil digerirla por lo alejada que está de la visión dominante en el cine norteamericano en lo referente al tema homosexual. No hay muchas películas de tinte liberal que se acerquen de este modo de lectura y no seré yo quien la tilde de retrógrada, plana o inocua —términos con los que me he peleado al escribir esta crítica—. Porque huir de los estereotipos y presentar la crudeza de una forma en la que no haya una solución plausible, es decir, relatar lo negativo de una situación y ahondar en su asqueroso día a día me parece un interesante modo de plasmar una realidad que cambia a pasos agigantados.
Falling (Canadá, 2020)
Dirección: Viggo Mortensen / Guion: Viggo Mortensen / Producción: Viggo Mortensen / Fotografía: Marcel Zyskind / Música: Viggo Mortensen / Edición: Ronald Sanders / Reparto: Lance Henriksen, Viggo Mortensen, Laura Linney, Hannah Gross, Terry Chen, Braken Burns
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