UNA HISTORIA DE VIOLENCIA
Hombre de familia, hombre de acción: la escisión dual del estadounidense
There’s no such thing as monsters.
Tom Stall
Un cariñoso padre tranquiliza a su hija pequeña. La pobre niña ha tenido una pesadilla, pero las confortantes palabras de Tom tienen como objetivo devolver la estabilidad a una esfera doméstica que, a priori, parece intocable. Sin embargo, ¿cómo podemos creer que no existen los monstruos tras haber asistido a la primera escena de Una historia de violencia (David Cronenberg, 2005)? La cinta comienza con un dilatado plano secuencia a la salida de un motel, en el que dos apáticos personajes conversan sobre el calor que hace y la necesidad de coger agua para su viaje. Tras este fragmento de aparente banalidad y hechos insustanciales grabado en tiempo real, uno de los personajes entra en la oficina a por el agua deseada y, sólo entonces, vemos qué ha ocurrido: dos asesinatos, una matanza gratuita que este individuo culmina ahora al disparar a una niña indefensa. Es este disparo el que entronca con la pesadilla de la hija de Tom. David Cronenberg, ya en la primera escena, permea el refugio familiar de una violencia inextricable.
Así comienza Una historia de violencia, que narra los acontecimientos inusuales ocurridos en un pequeño pueblo de Estados Unidos. Tom Stall, dueño de un sencillo diner, se enfrenta y mata a los dos asesinos que entran en su establecimiento, convirtiéndose en el héroe local. La perturbación del idilio en la película de Cronenberg es tan marcada que, por momentos, nos encontramos dos películas absolutamente diferentes en tono. Después de la primera escena, la familia Stall es presentada como una apacible y estereotipada imagen de la comunidad rural estadounidense. Esa imagen naive se refuerza a través de la música compuesta por Howard Shore, la cual acentúa una aparente vida ideal. Algo, claro está, no encaja. Escenas de instituto, escapadas románticas del matrimonio Stall… Sin la mencionada escena inicial, parecería que estamos ante una película casi vergonzante por momentos.
No obstante, el estallido violento ocurrido en el diner vuelve a ofrecer una de las claves esenciales del largometraje de Cronenberg. La ruptura de la cotidianidad es extrema y, en el enfrentamiento, no hay rastro de ninguna contención idealizadora. Por el contrario, la crueldad se desata, la sangre y los primeros planos de caras reventadas ponen de relieve un regocijo perverso, la transgresión de una fantasía prohibida que convierte en espectáculo la metamorfosis del padre de familia en pistolero. El inicial interés de los medios de comunicación en esta heroica historia protagonizada por un residente local ejemplo de los valores de la comunidad da paso al progresivo acoso por parte de unos misteriosos hombres. Fogerty, su líder, interpretado por Ed Harris, asegura que el llamado Tom Stall no es quien dice ser.
A partir de aquí, Una historia de violencia juega al despiste y crea expectación alrededor de la posibilidad de una identidad falsa, una identidad escindida en dos caras. Cronenberg ya había indagado, desde distintos presupuestos, en cuestiones de dualidad, como fue el caso de Inseparables (1988). La cuestión aquí es quién es quién: Tom Stall, padre de familia y ciudadano estadounidense modélico o Joey Cusack, terrible asesino parte del crimen organizado. Por supuesto, el protagonista encarnado por Viggo Mortensen es ambos; tanto Tom como Joey son dos caras de la misma moneda. Si bien Tom adoptó esta nueva y recta vida para alejarse de un submundo de destrucción, el pasado de su otro yo no solo le persigue de forma literal, si no que continúa y continuará habitando dentro de él. Así pues, la indeleble marca de la violencia está dispuesta a emerger de nuevo y propagarse, como un virus, a su esfera familiar.
De esta manera, Una historia de violencia, además de rimar con otros ejemplos dentro de la filmografía de Cronenberg como Promesas del este (2007), puede recordar al Terciopelo azul (1986) de David Lynch en la indagación de un mundo perversamente violento bajo la capa de apacibilidad residencial, o a Aflicción (Paul Schrader, 1997) en su reflexión sobre la transmisión generacional de la violencia masculina. En este último punto, se evidencia cómo Tom/Joey no puede evitar condicionar a su familia y, en cierto modo, esa fantasía de la violencia (que él mismo encarna) seduce a su hijo adolescente o incluso a su esposa, por momentos. Tal conducta atávica es asumida en una magistral y perversa escena final que ilustra la aceptación gradual y consensuada de la violencia como agente estabilizador, tanto en la familia como en la comunidad.
Quizás la traducción del título original nos arrebate una reflexión más profunda sobre lo que esta cinta significa. A History of Violence (que no A story of violence), deja entrever que no estamos ante una historia individual, sino ante una pieza más de una Historia con mayúscula, de un pasado forjado tanto por diners como por balas.
Una historia de violencia (A History of Violence, Canadá-Estados Unidos, 2005)
Dirección: David Cronenberg / Guion: Josh Olson, John Wagner, Vince Locke / Producción: Kent Alterman, Cale Boyter, Josh Braun, Toby Emmerich / Música: Howard Shore / Fotografía: Peter Suschitzky / Diseño de producción: Carol Spier / Montaje: Ronald Sanders / Reparto: Viggo Mortensen, Maria Bello, Ed Harris, William Hurt, Ashton Holmes, Peter MacNeill, Stephen McHattie.
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