EL MEJOR CINE DE 2024. DESCUBRIMIENTOS
Otro de los espacios fundamentales del top anual de las mejores películas es el que la revista dedica a los descubrimientos. En este listado los críticos y críticas que colaboran cada año con Revista Mutaciones completan su top de estrenos con aquellas películas y cineastas que han resultado fundamentales en su año cinematográfico y que, ya sea por antigüedad o cuestiones de distribución, se han escapado del circuito de salas y plataformas españolas. Este ejercicio, que funciona en paralelo al listado anterior, nos permite extender la mirada hacia otros lugares en los que habita el cine contemporáneo, tanto festivales como ciclos de filmotecas, al mismo tiempo que es un reflejo de los visionados y revisionados individuales de cada crítico. A continuación, aparecen 17 de películas y textos breves que dan cuenta de la actualidad del cine de una manera complementaria a los listados anteriores.
The Delta, de Ira Sachs (Estados Unidos, 1996)
«Salir del armario significa poner por delante tu autenticidad ante un intento más de agradar a los demás». La opera prima del director Ira Sachs trata sobre la doble vida de un chico gay en los 90 y su incapacidad de poder ser él mismo en la realidad, por la culpa que no le deja salir del armario. El cruising es la forma que tiene para escapar, la única vía para encontrar su pequeña ficción, el lugar que siente que le pertenece. Y aquí entra Minh, un joven vietnamita que bajo la represión de su familia no encuentra un entorno donde sentirse seguro y su forma de vivir es la violencia. Los dos inician una pequeña historia de amor, la película cambia, un interludio en forma de imágenes de paisajes trasporta a los protagonistas a la forma que tiene cada uno de volver a su hogar y a sus otras vidas. El privilegio, el abuso de poder o la diferencia de clases son elementos de los que se sirve el cineasta para hablar de esos lugares, de los bares gays, del cruising, de las playas remotas, de la inexistente educación sentimental, etc. La apuesta por Ira Sachs no entra dentro del New Queer Cinema de los 90, pero si esa herencia del primer Gus Van Sant de Mala noche (1986) o de su coetáneo Wong Kar-wai con Happy together (1997); no son historias para resarcirse de forma autobiografía sino para mostrar como transitan las personas queer en diferentes contextos, no hay un síntoma de crear referentes, solamente narrar vidas concretas que pueden entroncar con las vidas de otros; desde la herida, una forma de salir del armario a través del cine. Una joya. AGER MENDIETA
Taxandria, de Raoul Servais (Bélgica, 1994), I Cannot Tell You How I Feel, de Su Friedrich (Estados Unidos, 2016) y The Urgency of Death, de Lucía Selles (Argentina, 2023)
Al revisar mi lista de visionados de 2024, he pensado en qué considero yo un “descubrimiento”: películas que aparecen casi de la nada, que a veces no sé dónde ubicar, pero que me acercan a la filmografía de alguien que me resulta fascinante o a otros tipos de cine. También pensaba en si las elecciones de la redacción de Mutaciones serán un descubrimiento para la gente que nos lee. Porque en parte este ejercicio de compartir nuestros hallazgos va de la mano de un deseo de que otras personas conozcan aquellas películas que nos han emocionado, cosquilleado y que tal vez no son obras tan conocidas. Deambulando en ese último punto, he decidido escoger las películas que más me han gustado y que menos se han visto (según Letterboxd, con todo lo fiable que puede ser). Entre las posibilidades que yo tenía para poner como mi “descubrimiento” poco más de 300 personas habían visto tres de ellas: Taxandria (Raoul Servais, 1994), I Cannot Tell You How I Feel (Su Friedrich, 2016) y The Urgency of Death (Lucía Selles, 2023). Tres películas muy dispares entre las que he decidido destacar la de Selles -que se pudo ver en Cineteca gracias a la programación de Roedor (culpables de muchos descubrimientos este año)-, que tiene algo indefinible que la hace muy única y que además es divertidísima a la vez que tristísima. Se la quiero recomendar a todo el mundo, así que aquí estoy diciéndoos que la busquéis como sea y la veáis. AMAIA ZUFIAUR
Diaries, de Ed Pincus (Estados Unidos, 1981)
Hacia el final de la película, la mujer de Ed Pincus, Jane, le pregunta si está grabando la verdad, y tras más de dos horas y media sabemos, como espectadores, que eso es imposible. El diario de escenas matrimoniales no monógamas grabado durante 5 años no es un manifiesto sobre la vida, es uno en contra de la perfección, repleto de recovecos por explorar, silencios que llevan a discusiones que nunca se tuvieron, una vulnerabilidad sostenida en diálogos a medias y en una cámara que graba el movimiento alejándose del foco. Nada de lo que vemos en estos diarios es verdad ni mentira. Es precisamente aquello lo que la hace real. Es cruda, ambigua e incluso cruel. La cámara se mueve de un rostro a otro, entre vidas, señalando todo aquello que tiene el potencial de quedarse fuera de campo, fuera de lo cotidiano. Y, aun así, los diarios están atravesados por una inmensa ternura, en los gestos amorosos, en las preguntas sin respuesta sobre un futuro incierto, en la esperanza de seguir amando a los otros y en los titubeos del final feliz. Como en la vida, Pincus da vueltas con su cámara buscando algo que nunca encuentra, y ese trayecto es el mejor hallazgo. ANA JIMÉNEZ
Revolution +1, de Masao Adachi (Japón, 2023) y A Fidai Film, de Kamal Aljafari (Palestina, 2024)
Ha sido uno de los años más bonitos de mi vida en lo que a descubrimientos cinematográficos se refiere. Ha sido un regalo haber podido impregnarme de las imágenes de autores como Stan Brakhage, Teo Hernández o la tristemente fallecida este año Narcisa Hirsch entre decenas de otras figuras que han dejado fuerte impronta en mis retinas. Sin embargo, creo que si algo ha marcado radicalmente mi año en lo cinematográfico y fuera de él ha sido poder comprobar en tiempo real los estragos causados por la barbarie en parte del planeta. Por ello, quería utilizar las breves líneas que me corresponden para reivindicar dos filmes que no han podido llegar a las pantallas de nuestro país, más allá de los esfuerzos de los equipos editoriales de festivales y muestras. En primer lugar, Revolution +1 de Masao Adachi, ganadora de la décima edición de Filmadrid como representante de una filmografía marcada por la lucha y solidaridad con el pueblo oprimido. No es baladí que en su discurso de aceptación (a distancia ya que el gobierno japonés no le permite cruzar la frontera) este cediese el espacio de su gran premio a acordarse del pueblo palestino. La depuración formal de la cinta del director la hermana con el uso del archivo que hace Kamal Aljafari en la que quizás sea la cinta más importante de este año: A fidai film. A través del “contraarchivo” esgrimido por el director se reflexiona sobre la herencia de las estructuras de opresión y la imagen como empoderamiento de aquellos que poblaron, pueblan y poblarán la tierra de las naranjas tristes, en las propias palabras de Ghassan Kanafani. ANDRÉS GONZÁLEZ LEAL
Sanditon, de Oliver Blackburn, Lisa Clarke y Charles Sturridge (Reino Unido, 2019-2022)
Unos ramos de rosas de encaje: «Querida Allison, Su rostro florecía como una dulce flor y me robó el corazón lejos.» La colección de época Sanditon (Oliver Blackburn, Lisa Clarke, Charles Sturridge, 2019-2022), inspirada en la novela inacabada de Jane Austen del mismo título, se deshoja como un ramillete de flores que marca un poema escrito en la página de una colección poética. Un ramillete cincelado de ramos de rosas de encaje, de tallos de acianos, de campos de lavanda, de cintas de pamelas y tocados nupciales, de tacitas de porcelana. Un ramillete que borda la historia de Charlotte Heywood y su hermana Allison, dos jóvenes de la época de la Regencia de Inglaterra que, tras un acontecimiento inesperado, abandonan el ambiente rural en el que viven para trasladarse a la ciudad de Sanditon, lugar donde se está construyendo un balneario de moda. El ramillete trenza entonces los vestidos de Charlotte, que se tejen de las telas que envuelven y decoran los bailes y las fiestas de la ciudad costera mientras se enrollan en el vestuario de un conjunto de personajes profundos y complejos que pincelan los velos y las costuras de la Inglaterra de principios del siglo XIX. Un ramillete inglés imperdible. CLARA AYUSO UCEDA
Lionel Rogosin
La retrospectiva proyectada este año gracias a Lost & Found, que ha restaurado casi todos los títulos de la filmografía del director estadounidense, nos permite adentrarnos en la obra de uno de los pioneros del trabajo con la imagen documental. Desde sus primeros trabajos como Sobre el Bowery (1956) y Vuelve, África (1959), pasando por Buenos tiempos, maravillosos tiempos (1965) y su denominada «trilogía negra» –Raíces negras (1979), Fantasía negra (1972) y Leñadores del sur profundo (1973)-, hasta llegar a su última película, Diálogo árabe-israelí (1974). Un cineasta que denominó su aproximación a las imágenes como una «no ficción partisana», con una voluntad militante no solo desde la creación sino desde la distribución, ya que fue uno de los responsables principales de la difusión del cine independiente en Nueva York desde los años 50, a través de la Filmmakers Cooperative, su sala de proyección en Bleecker Street y su compañía Impact Films. COLECTIVO TERMITA
Buscando la perfección, de Julien Faraut (Francia, 2018)
En un año en el que la hipervitaminada Rivales relacionaba la subjetividad de la mirada con el tenis, he descubierto el documental de Julien Faraut sobre la figura John McEnroe. Un ensayo sobre la lógica de la mirada, cómo el tenis la arma bajo las coreografías de McEnroe y cómo el cine la desarma gracias a los trucos del lenguaje. «El cine miente, el deporte no.». DANIEL CORTIÑAS LAÍÑO
Tyler Taormina
Como siempre, me hallo ante la imposibilidad de escoger un único título. Pero esta vez, y a diferencia de los años anteriores, no pongo a dialogar dos obras entre sí. Lo que decido resaltar, por encima de los muchos descubrimientos de este año (Fresh Kill, Bones, Naked Acts, Virgin Machine o The German Chainsaw Massacre serían solo unos cuantos), es una obra cinematográfica íntegra: la de Tyler Taormina. Por supuesto, este es un nombre que resuena con Christmas Eve in Miller’s Point, que este año viajó de Cannes a Seminci. Pero esta obra contiene en sí todas las otras que hacen parte de la filmografía (corta pero contundente) de este director indie nacido en Long Island: desde Ham on Rye (2019), su etérea ópera prima, y Happer’s Comet (2022) hasta un trabajo más underground como su serie web Suburban Legends, en la que es posible hallar las bases de su crítica a la vida en los suburbios y la necesidad de buscar realidades alternas. DANIELA URZOLA
El juego de la guerra (Reino Unido, 1966) y Punishment Park (Estados Unidos, 1971), de Peter Watkins
Parece que fue ayer, pero El juego de la guerra y Punishment Park suman poco más de cuatro y casi cinco décadas cada una. El juego de la guerra retrata los efectos que un conflicto bélico nuclear tendrían en suelo inglés, haciéndolo a la manera de uno de los muchos reportajes que probablemente produjo la cadena de televisión pública que le encargó el proyecto al cineasta Peter Watkins. El resultado, censurado durante años tras su primer pase televisivo por alarmista, complementa en su lucidez al largometraje Punishment Park, otra alegoría antibelicista rodada como si se tratara de un documental protagonizado por un grupo de jóvenes desertores de la Guerra de Vietnam. Dos muestras de verdadero cine político (por su voluntad de hacer de política y cine dos caras de una misma moneda), con las que Watkins usa una imaginería imposible de asumir, la de las consecuencias de un ataque nuclear sobre la población o las del reclutamiento forzoso, desde una perspectiva narrativa tan familiares y reconocibles como la que hermana un falso reportaje de telediario aparentemente banal y otro falso documental de investigación con muchas de las turbulencias del audiovisual y la sociedad actuales. Tanto como que parece que lo que en ellas ocurre y cómo se nos explica será mañana. O pasada la medianoche de hoy. EDUARDO MARTÍNEZ
My Mulholland, de Jessica McGoff (Estados Unidos, 2020)
«Era una buscadora de lo filosófico y lo verdadero, una intrépida conservadora de lo extraño y lo provocativo y una gran cinéfila» escribe Jessica McGoff en las notas de su ordenador portátil, cuyo fondo expone una de las escenas iniciales de Mulholland Drive (David Lynch, 2001). Los caracteres continúan describiendo a la Jessica de hace más de una década mientras la palabra «pretenciosa», en un ejercicio de amabilidad con su yo anterior, es sustituida por «precoz». El videoensayo de McGoff incide en la sensación de infinidad de un Internet arcano al que accedía sin límites ni supervisión. McGoff presenta una reliquia congelada en el tiempo: una época en la que la red nos empujaba a ser sujetos conscientes del miedo. La cineasta construye un espejo en el que mi reflejo, más joven, con la piel plagada de acné y dolorida por el aparato, me observa de vuelta. My Mulholland refleja la mutación constante de sensaciones frente a un vasto consumo de imágenes sin ley ni advertencias. A partir de la cinta de Lynch, el breve metraje es una plataforma de teletransporte a la curiosidad vulnerable de una edad temprana, en la que nuestro imaginario se veía plagado de películas prohibidas, creepypastas y vídeos manipulados a conciencia para dañar la inocencia de cualquiera que, embriagado por la emoción del peligro, accediese a un enlace desconocido. ELENA DEL OLMO ANDRADE
Sink or Swim, de Su Friedrich (Estados Unidos, 1990)
Solía repetir Jean-Luc Godard al respecto del film de Roberto Rosseliini, India (1959) que: “la imagen no es más que el complemento de la idea que provoca”. Desde que pude ver las películas de Su Friedrich, me encontré con el milagro de la reciprocidad entre sus imágenes y sus ideas. Sus poderosísimas historias de fantasmas convocaban/reunían a los afectos (ideas) en una deriva permanente que terminaba por traducirse en la discontinuidad del tiempo. Como si en esa «reciprocidad» habitará un reconocimiento, una solicitud insustituible del intercambio entre cineasta y espectador y la posibilidad de única de compartir un secreto, dentro de la respiración imposible de su discurso amoroso. A falta de ver la totalidad de su filmografía, Sink or Swim (1990) se quedará como la mayor conmoción del año. FELIPE GÓMEZ PINTO
Cecil B. Demented, de John Waters (Estados Unidos, 2000)
Siempre he sentido cierto interés por la figura de John Waters. Entre monólogos, anécdotas y novelas, me resultaba un personaje tan auténtico como personal, pero he sido reticente a entrar en su filmografía por las advertencias ajenas y la fama que él mismo ha cosechado durante más de 50 años. A principios del 2024, decidí dar por fin el paso, arrepentido de no haberlo hecho mucho antes. Sus películas desprenden algo que me atrapa, desde el aura trash de las primeras hasta esa pulcritud en las formas de las últimas, bajo la que subyace en todo momento una turbia sensación de incomodidad. Admirando profundamente las míticas Pink Flamingos, Hairspray (1988), Cry Baby (1990) o Polyester (1981), tengo que quedarme, por su arrebatador discurso, con Cecil B. Demented. Es la carta de amor al cine del Waters más personal, lo que no quita su arriesgado carácter. Homenajeando a Almodóvar, Lynch, Fuller o Peckinpah, y que pretende romper con un producto de cine-negocio en el que cada película se ve más como una inversión que como la pieza artística que siempre debieron ser. Waters es un hijo del cine de trinchera, de rodar con amigos, palos y piedras las ideas más disparatadas y atractivas que se le puedan ocurrir a cualquiera que sueña con aportar al arte una visión fresca y juvenil. Y que debería servir de ejemplo a las generaciones de cineastas que vienen tras él. FRAN CARPENA
Qué vemos cuando miramos al cielo, de Alexander Koberidze (Georgia, 2021)
¿Qué vemos cuando miramos al cielo? empieza fijándose en los detalles, en los pies de los viandantes en Kutaisi, una ciudad de Georgia. La película de Alexander Koberidze cuenta una historia de amor y un fenómeno mágico con la misma sencillez y humildad que tienen los protagonistas. La historia, que consigue estar ubicada en Kutaisi de manera que no podría estar ubicada en ningún otro lugar, es un alegato a la ternura en donde los elementos del cine actual se unen con las raíces del cine clásico. Con sencillez y verdad, acompañamos a los personajes en esta aventura fantástica en la que el director no olvida expresar su preocupación sobre el futuro del país y, especialmente, las respuestas que su generación debe dar a las siguientes en el trato cruel que se ha dado a los animales. IONE MONJE MARTÍNEZ
A Fidai Film, de Kamal Aljafari (Palestina, 2024) y La tierra los altares, de Sofía Peypoch (México, 2023)
Dos películas esenciales en mi año cinematográfico, una en SEMINCI y la otra en Filmadrid. Ambas películas plantean una revisitación a la historia colectiva. La primera desde la experimentación formal sobre la imagen de archivo (a partir de los fragmentos recuperados del Centro de Investigación Palestina de Beirut confiscados en 1982), donde Aljafari recorre las constantes dinámicas de lucha y resistencia de Palestina a lo largo de más de un siglo, mostrando cómo la colonización y la desposesión han sido los marcadores de un pueblo bajo eterna amenaza y estructurando la cinta en 3 partes que corresponden a las ciudades de Ramla, Haifa y Gaza. El director (en la presentación en SEMINCI) finalizó la proyección con una cita del poeta Mahmoud Darwish: «Señora Tierra, madre de todos los principios y finales. Se llamaba Palestina y todavía se llama Palestina». Sofía Peypoch por otro lado, regresa al lugar de su secuestro en México, para elaborar un relato sobre la memoria como herramienta para enfrentar el trauma colectivo e individual. A través de una cámara fantasmal que filma un paseo errático por el bosque (y que trata de procesar el olvido), la directora se centra en las ausencias y en los ‘huecos’ de una narración doble, la suya propia y la de los desaparecidos mexicanos. Esta reapropiación del lugar se realiza también desde la tierra, que hace emerger el pasado colectivo a través de voces que surgen en la pantalla en letra escrita y restos humanos que son interpretados para conocer el pasado (huesos y fósiles). NACHO ÁLVAREZ
Dolor y dinero, de Michael Bay (Estados Unidos, 2013), Popstar, de Akiva Schaffer y Jorma Taccone (Estados Unidos, 2016) y Kiyoshi Kurosawa
Mi descubrimiento del 2024 ha sido la certeza de poder recurrir a los listados de décadas de TopFilmTuiter como lugar seguro para obtener recomendaciones llenas de miga y fuera del foco habitual. Gracias a ellos detuve mi mirada en las lúcidas y devastadoras en sus críticas hacia la sociedad norteamericana Dolor y dinero de Michael Bay y Popstar de Akiva Schaffer y Jorma Taccone, divertidas y desatadas propuestas que, con su riqueza de discurso, trascienden sobradamente su tosca apariencia. Y ayudaron a confirmar un incipiente y ya irrefutable flechazo con el cine de Kiyoshi Kurosawa, primero gracias al hechizo de su magistral y trágicamente ignorada Journey to the shore y después con el contrapunto estimable del visionado de Serpent’s Path en el Festival de San Sebastián y el estreno en salas de Cloud hace escasas semanas. NÉSTOR JUEZ
Speckled Flare, de Mary Beth Reed (Estados Unidos, 2012)
Al morir Paul Clipson, la crítica y periodista Geeta Dayal entrevistó a los músicos que habían colaborado con él. El texto acaba con unas palabras bellísimas de Liz Harris (Grouper): » I will see him in the sunlight through the trees and in the patterns on the water, in reflections on the street.» La huella que deja la marcha del artista contiene su visión del mundo. Clipson impregna de presencia la mirada de sus allegados. En Speckled Flare, Reed captura la huella de su amigo Phil Rowe, devolviendo el fantasma de su presencia al cine. Convierte los destellos de la luz en los cuerpos moteados de jirafas. PABLO FERNÁNDEZ
Chungking Express, de Wong Kar-Wai (Hong Kong, 1994)
Nunca es demasiado tarde para sumergirse en el ensueño romántico que Wong Kar-Wai propone en Chungking Express. La creación de atmósferas que el director es capaz de lograr con la conjunción entre lo narrativo (esos dos mundos distintos en cada historia) y lo formal (esa cámara persecutoria y contemplativa) no es más que la punta del iceberg de una obra mutante. La película propone un viaje de contrastes -no hay más que ver su inicio y su final- entre esa melancolía amorosa y esa nostalgia de los quizás a través de la cual se establece la posibilidad del cine de contar con imágenes no solo historias, sino la inefabilidad de aquellos sentimientos para los que las palabras a veces son insuficientes. Nunca es demasiado tarde para adentrarse en Chungking Express, porque sea cuando sea quedará marcada como ese primero de mayo. YOEL GONZÁLEZ URIBE