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NOSFERATU (2024)

Consentimiento y sacrificio

Nosferatu de Murnau: una adaptación con cambios perceptibles y sustanciales

Cuenta la tradición que Murnau (y su productor Albin Grau) crearon Nosferatu (1922) para evitar pagar los derechos de autor de la novela Drácula (1897) de Bram Stoker. El mundo estuvo a punto de perder la joya del cineasta alemán porque los jueces dieron la razón a la viuda del escritor y mandaron retirar todas copias de la película. Si se lee atentamente la novela de Stoker puede apreciarse que los cambios de Murnau no fueron superficiales. Cierto, el Nosferatu de Murnau (interpretado por Max Scherck) es una adaptación de la novela, pero con cambios perceptibles y sustanciales: prescinde de la estructura epistolar, descarta algunos personajes y, sobre todo, proporciona a la estirpe Nosferatu de un carácter monstruoso (lejos del posterior porte del conde Drácula de Bela Lugosi y Christopher Lee) y lo convierte en una amenaza para la humanidad.

Las tres versiones canónicas de Nosferatu obedecen a contextos diferentes y a pulsiones formales y estéticas distintas. Murnau realiza su película en 1922, poco después de la pandemia de la gripe española de 1918 que causó millones de muertes y en plena sangría económica y social de la Alemania de la posguerra. El Nosferatu de Murnau es una obra fundacional y sus imágenes icónicas, especialmente la caracterización del conde Orlok muy diferente a la ideada por Stoker. Orlok es un ser maligno y monstruoso que arrastra la peste consigo y su diseño -calvo, uñas alargadas, elevada estatura, chepa prominente, lentos movimientos- trata de crear repulsión y miedo. La versión de Herzog es de 1979, también tiempos tempestuosos: crisis del petróleo, declive de la industria tradicional, altísimas tasas de paro. El tratamiento de Klaus Kinsky – aquí denominado conde Drácula- sigue las huellas iconográficas del conde de Murnau. La película es deudora del original de 1922 con pequeñas variaciones, dándole quizás un mayor peso dramático al personaje interpretado por Bruno Ganz (el agente inmobiliario Jonathan Harker) que, como novedad, acaba convirtiéndose él mismo en un nuevo vampiro.

Nosferatu. Robert Eggers. Revista Mutaciones

Una historia desde la perspectiva del personaje femenino

Robert Eggers – aunque no deja de rendir tributos a la película de Herzog- sigue muy fiel las pautas de Murnau, especialmente porque tiene muy presente el poso iconográfico de la primera versión, en particular el sigilo con el que se mueve el vampiro, el reflejo de sus sombras amenazantes y la deuda con una herencia pictórica más comprometida con el romanticismo (Friedrich, Kersting), o William Blake un artista de raíz mística, que incluso con el propio expresionismo al que suele asociarse. Tampoco el contexto económico y social de la película de Eggers es tranquilizador. Una crisis financiera sin acabar de resolverse, la pandemia del COVID 19 y una situación política internacional muy inestable se ciernen como amenazas. Así que Eggers se siente con autoridad para apoyarse en sus antecesores y aporta la novedad de ofrecer la historia desde la perspectiva del personaje femenino, Ellen Hutter, interpretada por Lily-Rose Depp, cuya sobreactuación por una vez está justificada.

Por esta razón, Eggers parece poco interesado en el viaje del delegado inmobiliario Thoma Hutter (Nicholas Hoult) a Transilvania y sus vicisitudes en el castillo y menos aún en el retorno del buque a la pequeña ciudad alemana de Wisburg. Eggers ofrece su versión personal en una tercera parte de la película, que ya se había anticipado en el prólogo del film, con las pulsiones sexuales de Ellen, la mujer de Hutter, “ven a mí” reclama con ardor alucinatorio desde el primer momento. Una mujer no satisfecha sexualmente por un marido más centrado en otras tribulaciones (su progreso social y económico). El conde Orlok abducido por el atractivo de Ellen solo le pide una cosa- signo de los tiempos- su consentimiento. Una vez aceptado éste, ella entenderá que deberá sacrificarse para detener la pandemia. Sacrificio glorioso para una en pleno éxtasis liberatorio y para otro que asumirá su destino sorprendido por la luz del amanecer.

Murnau estaba inventando un lenguaje nuevo. Sus imágenes (composición de  los planos, encuadres, iluminación, transiciones) tienen la fuerza y asombro de un feliz descubrimiento propia del cine silente. No necesitaba diálogos ni muchos intertítulos para hacerse entender. Herzog ya es un artista posmoderno. Se mueve bien el mundo de las citas, de las referencias y de una cierta distancia (y respeto). Eggers es un artista actual – algunos lo calificarían de metamoderno- que se mueve en un mundo donde hay más información y conocimiento que nunca y sin embargo los ciudadanos parecen más desorientados también que nunca. Su mirada al cine clásico no es la mirada de un cinéfilo deslumbrado y nostálgico, es la de alguien que interroga al pasado para obtener respuestas. No hay ingenuidad, tampoco cinismo, pero como hicieron Murnau y Grau parece que requiere del poder de los espíritus para obtener soluciones. Eggers insiste en el ocultismo de Albin Grau como fuerza de la naturaleza y enfrenta al poder de esos espíritus contra la ciencia. Parece como si los sueños de la razón no hayan dejado de crear monstruos desde los siglos de las luces.


Nosferatu (EE.UU., 2024)

Dirección: Robert Eggers / Producción: Chris Columbus, Eleanor Columbus, Roger Eggers / Guion: Robert Eggers (Libro: Bram Stoker) / Música: Robin Carolan / Fotografía: Jarin Blaschke / Reparto: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Willem Dafoe

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