CANDYMAN (2021)
Di sus nombres
El 25 de mayo de 2020 George Floyd fue asesinado en Minnesota por Derek Chauvin, un oficial de policía. Su muerte causó un impacto de tal magnitud que en cuestión de días un sinnúmero de ciudadanos norteamericanos se levantó para protestar en contra de una situación que llevaba sucediendo demasiado tiempo. Este sentimiento de malestar colectivo dio lugar a una campaña de anti-racismo que se abre paso cada vez con más fuerza. Un punto importante de esta campaña consistió en fomentar la visibilización de las víctimas, con el slogan “Say his name” en los carteles de millones de manifestantes que se unían a la causa desde todos los rincones del mundo. Una herramienta que buscaba darle identidad a las víctimas, evitando que puedan caer en el olvido y en la invisibilidad de ser reducido a un número más en las estadísticas. En Candyman (Nia DaCosta, 2021), Anthony McCoy es un artista que, atravesando una crisis de creatividad, empieza a interesarse por una leyenda urbana que encuentra sus orígenes en el barrio de Cabrini-Green en la ciudad de Chicago: un lugar que se pensó como proyecto de viviendas sociales y que, en 2019, momento en que tiene lugar la película, atraviesa un claro proceso de gentrificación. Tras escuchar la historia de una mujer llamada Helen Lyle, quien en los años 90 realizó una investigación social en el barrio y acabó por convertirse en un monstruo en la memoria de todos sus habitantes, Anthony decide investigar al respecto y se topa en el proceso con la leyenda de Candyman: la mítica figura que Tony Todd encarnó en la película de Bernard Rose de 1992.
Candyman es Daniel Robitaille, el hijo de un esclavo que se convirtió en pintor de las élites y, tras enamorarse de una mujer blanca, murió linchado y torturado por gente de esta misma raza. Poco a poco, Candyman se convierte en el eje central de la obra de Anthony, llegando a presentar una instalación en una galería titulada Say his name. La obra hace una referencia directa a la leyenda de Candyman, según la cual si dices su nombre cinco veces frente a un espejo aparecerá para matarte. Pero, como se irá revelando a lo largo de la película, la obra de Anthony es más que una reflexión en torno a esto; es la mismísima puerta de entrada que trae de vuelta a Candyman, la forma directa de invocarlo para que su figura vuelva a aterrorizar a toda la comunidad.
El más reciente filme de Monkeypaw Productions, la productora de Jordan Peele (Déjame salir, Nosotros) -quien en este caso actúa también como coguionista-, se suma a la creciente lista de películas que hoy conforman y dan vida al ‘Black Horror’: una corriente que busca revisar y replantear los códigos de un género que, estudiado en retrospectiva, ha creado y perpetuado ciertos tropos racistas: la idea del negro como monstruo, de la masculinidad negra como amenaza a la mujer blanca, o incluso del personaje negro como el primero en morir en las slasher de los 80 y los 90. Así, en esta revisión del género a partir de su propio lenguaje, el terror ha encontrado la posibilidad de convertirse en una poderosa herramienta de subversión de los propios estereotipos que ha creado, estableciendo una ruptura con ellos y dando paso a la reinterpretación de historias bajo la mirada negra.
Es precisamente esto lo que logra la Candyman de Nia DaCosta, al tomar el clásico moderno de 1992 que, basado en una historia de Clive Barker, se presentaba como una historia de negros contada por voces blancas -y en la que el personaje principal era también una mujer blanca privilegiada que termina salvando a la comunidad negra-. La nueva Candyman, secuela directa de la original, funciona como un ejercicio de memoria histórica: la reapropiación de esta historia a través de la lente de una directora afro. El mensaje de Candyman es directo y a la vez sutil, algo que logra a través de su puesta en escena, con gestos que van dando forma a un terror psicológico en el que prima la tensión y la violencia sugerida por encima de su representación directa. Esto se puede ver en muchas de las escenas de matanza, en las que DaCosta elige dejar la muerte fuera de campo y usar elementos como los espejos y las sombras -esenciales, además, para la figura de Candyman- para construir un lenguaje basado en lo implícito. Sobre todo, esto se refleja en el uso de las marionetas que usa para representar las leyendas contadas por sus personajes. Este mecanismo, ya utilizado por la directora en un cortometraje que funcionó como un primer tráiler de la película, permite, como plantea Tananarive Due -profesora de Black Horror en UCLA-, representar la violencia sin necesidad de mostrarla, evitando que otros revivan el trauma que diariamente ven en imágenes -sean estas de la vida real o de la ficción.
La figura de Candyman representa ese trauma que han sufrido y siguen sufriendo las personas negras a lo largo de muchas generaciones. “Candyman no es un ‘él’. Candyman es toda la maldita colmena. [Candyman ain’t a ‘he’. Candyman’s the whole damn hive]”, dice William Burke, uno de los personajes principales de la película. Decir su nombre es decir el de todas las víctimas. Daniel Robitaille, Samuel Evans, William Bell… para Burke, todos son Candyman. Y Eric Garner, Breonna Taylor, George Floyd… también lo son.
Candyman (Estados Unidos, 2021)
Dirección: Nia DaCosta / Guion: Jordan Peele, Win Rosenfeld / Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Monkeypaw Productions, Bron Studios, Creative Wealth Media Finance / Fotografía: John Guleserian / Música: Robert Aiki Aubrey Lowe / Montaje: Catrin Hedström / Diseño de producción: Cara Brower / Reparto: Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett, Colman Domingo, Kyle Kaminsky, Vanessa Williams.
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