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EDITORIAL: POR LOS (FUTUROS) PERDIDOS

Por los (futuros) perdidos

“For the lost, may they find their way home on Christmas Eve”
Christmas Eve in Miller’s Point (Tyler Taormina, 2024)

En Medianoche en París (Woody Allen, 2011), Paul (el estereotipo del snob interpretado por Michael Sheen) discute con Gil sobre su obsesión con el pasado y argumenta que la nostalgia es “negación del presente doloroso”: un fallo en el pensamiento romántico, que lleva a vivir bajo la máxima según la cual ‘todo tiempo pasado fue mejor’. Naturalmente, como la persona nostálgica y melancólica que soy –aquella que ve The O.C. y Gossip Girl en bucle–, esta conversación se ha quedado conmigo desde la primera vez que la escuché. Hoy, más de una década después, vuelve a mí a la luz de hechos recientes: la situación que encuentro en la cultura (audiovisual y popular) de los últimos años, estancada en una falsa nostalgia que ha sido potenciada por el fenómeno del revivalismo. Esto, por supuesto, no es algo que haya comenzado en 2024; pensemos en un evento como Stranger Things y su resurrección integral de la década de los 80, desde la moda hasta la música –basta ver el caso Running Up That Hill y sus más de mil millones de streams en Spotify–. Pero el año en que le tocó el turno a los 2000s (período que coincide con mi adolescencia), las cosas parecieron tocarme más de cerca. Y productos como Saltburn (Emerald Fennell, 2023) o Time Cut (Hannah McPherson, 2024) no hacían más que confirmar mi sentimiento de que algo no estaba bien. Ahora, acercándonos a la época más nostálgica de todas y a modo de balance anual, puedo tomar prestadas las palabras de Mark Fisher y decir: “el problema no era (solamente) yo, sino la cultura que me rodeaba”.

Precisamente siguiendo a Fisher, el problema con este tipo de películas –lo que las hace productos del capitalismo tardío– es el de estar adheridas a un tipo de melancolía acrítica que se refleja en el “apego formal a las técnicas y fórmulas del pasado”. En sus palabras: “No se siente como si el propio siglo XXI hubiera comenzado, permanecemos atrapados en el siglo XX”. El regreso al cambio de siglo resulta especialmente relevante en este sentido: no tenemos un presente porque nunca superamos el Y2K, así que ahora nos dedicamos a volver a él sin intención alguna de reflexionar sobre ello. Y es que detrás de los soundtracks con canciones de Sophie Ellis-Bextor o Hilary Duff, de los crop tops y los vaqueros de tiro bajo, de los guiños a series y películas del pasado, ¿qué queda? ¿Hay una propuesta fílmica y discursiva debajo de ese cascarón de nada?

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Los revivals –entendidos no sólo en su sentido estricto, como remakes o reboots de una obra cinematográfica, sino en tanto retrospección hacia un período pasado– entrarían dentro de lo que Fredric Jameson llamó el ‘modo nostálgico’ o lo que Simon Reynolds catalogó como ‘retromanía’: son una manifestación cultural que se encuentra estancada en la repetición vacía del pasado, renunciando así a un presente –y, por ende, un futuro– real. Todo ello se corresponde con la narrativa de Medianoche en París, que reduce la nostalgia a los términos de escapismo hacia el pasado por parte de un individuo que no “puede” asimilar el tiempo presente. Pero a Allen le habría venido bien leer a Fisher para ver más allá de esa noción derrotista –de la sensación de finitud que deriva de ese limbo entre el hoy y el ayer que caracteriza a nuestros tiempos– y entender que otro tipo de nostalgia es posible.

Para alcanzar la dimensión política de la nostalgia (lo que Fisher llama ‘melancolía hauntológica’) es necesario superar aquella puramente formal del realismo capitalista, que, como bien sabemos, niega toda posibilidad de futuro. La clave de la resistencia se encuentra en no dejar ir a los espectros de esos mañanas cancelados; o, en otras palabras, no abandonar el ‘deseo de futuro’. Se trata, entonces, de buscar alternativas a la fijación con una década o espacio de tiempo específico (motor de los revivals) para optar por una verdadera exploración del pasado. Una que lleve a la evocación de los recuerdos no como medio para atraer cierto tipo de público, sino como herramienta de reflexión política sobre el presente. Y, como explicaba Fisher con la música popular, hay cierto tipo de cine (una rara avis) que hoy encara de frente la pérdida de futuro y nos recuerda el potencial político de la nostalgia.

Así, por ejemplo, ante la estrategia creciente de los anuncios televisivos (¿hay algo más típicamente capitalista?) que recurren a intérpretes para recrear en menos de uno o dos minutos un universo audiovisual importante para los millennials –lo que ha hecho Walmart con Chicas malas y Gilmore Girls o Rakuten con Clueless, por nombrar algunos casos–, Hello Dankness (Soda Jerk, 2022) arranca con el polémico anuncio de Pepsi de 2017, en el que una Kendall Jenner mesiánica interrumpe una protesta reminiscente a las del movimiento Black Lives Matter y une a ciudadanos y policías gracias a un refresco. Este prólogo marca el tono de una obra radical que juega con el absurdo y, a modo de collage audiovisual, trasciende el pastiche para ofrecer un retrato crítico de la historia reciente de Estados Unidos. El dúo creativo se aproxima al material del pasado –un acervo cinematográfico que alude a la infancia de toda una generación– y construye a partir de él una realidad (paralela o no, esa es la cuestión) cimentada en lo uncanny: en hacer de lo familiar (el recuerdo) algo extraño y turbio, superando la nostalgia de primer nivel y proponiendo una resignificación verdaderamente revolucionaria del presente.

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En lo que concierne a 2024, el panorama de cine indie estadounidense ofrece tres ejemplos –seguramente haya más, pero hoy nos centraremos en estos– que encarnan el ‘cine hauntológico’ aquí defendido como alternativa a la nostalgia capitalista. Y quizás lo que las une a todas –también con el film de Soda Jerk– es su aproximación a algo tan propiamente “americano” como el mito de la suburbia. Romper con la romantización de los suburbios –que, desde sus inicios, está ligada a una visión ultra-capitalista de la sociedad– es para estes cineastas una de las formas más efectivas de dialogar con el pasado para imaginar otras realidades. Esto es así en I Saw the TV Glow, donde, a través de un juego de múltiples capas con la ficción, Jane Schoenbrun ahonda en lo más profundo de su coming of age como persona trans. Y, aunque la película evoca los recuerdos de muchos –en concreto los del fandom de Buffy, cazavampiros y del Mellon Collie and the Infinite Sadness (el espíritu melancólico de los noventa implícito en el título del álbum)–, al mismo tiempo resiste la idea de añorar un pasado articulando, en una disrupción de lo real y lo ficticio, la lucha contra la lenta cancelación del futuro. Evitando caer en la afición por lo ‘retro’, en el anacronismo del modo nostálgico, la honestidad de Schoenbrun reside en su capacidad de rememorar para despertar, para recuperar el futuro perdido a favor de una era sin tiempo.

Una aproximación distinta al pasado es la que formulan Carson Lund y Tyler Taormina, miembros de Omnes Films, colectivo de cineastas independientes radicados en Los Ángeles. Por supuesto, lo político de sus propuestas se evidencia en su propia concepción del cine como acto de creación colectiva, manteniendo una colaboración de doble vía: Lund suele ser el director de fotografía de las películas de Taormina, mientras que este actúa como productor de la ópera prima de aquel. En Eephus, un grupo de hombres de diferentes edades y razas se reúnen en el estadio de béisbol del pueblo en la víspera de su demolición, con el objetivo de pasar el último día en ese lugar, jugando un partido y compartiendo cervezas. Como Goodbye Dragon Inn (Tsai Ming-Liang, 2003), referente crucial para Lund, el film transcurre en un único día, en el que estos hombres emprenden una batalla contra el tiempo, intentando alargar el instante hasta más no poder. No como forma de aferrarse al pasado, sino a modo del duelo fallido al que se refiere Fisher: aquel que impulsa a no abandonar el fantasma. Unidos por una misión (y aún sabiendo que no saldrán victoriosos), resisten contra la interminable novedad del capitalismo que busca acabar incluso con los espacios de ocio que crean comunidad. Su lucha contra el paso del tiempo es melancólica, política y colectiva.

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Por su parte, en Christmas Eve in Miller’s Point, Tyler Taormina propone una vuelta de tuerca al género navideño, usualmente anclado en aquella nostalgia vacía de la que hablábamos con los revivals y la publicidad, como parte de un sistema que aprovecha el sentimiento melancólico de la época para incentivar el consumo. Adentrándose en la que parece ser una ficcionalización de sus propios entornos familiares y personales, el director de Ham on Rye (2019) y Happer’s Comet (2022) –y de otros trabajos menos conocidos pero igualmente relevantes como la serie web Suburban Legends (2015), que a su vez dialoga muy bien con Schoenbrun– retrata una típica reunión familiar en Nochebuena: una noche en la que tienen cabida el caos y la tranquilidad, el conflicto y el cariño, el acto de recordar el pasado y el de vivir el momento actual. Es eso a lo que Taormina apunta con la escena en que la familia se reúne a ver vídeos caseros en esa casa –ese contenedor material de los recuerdos– que, como el campo de béisbol en Eephus, pronto va a desaparecer. Los rostros de cada uno al ver una versión caduca de sí mismos, el silencio que de repente se apodera del salón (antes lleno de un espíritu festivo), y, sobre todo, la decisión de entrar directamente a la pantalla de la televisión, rompen la barrera entre lo que se ve y lo que se vive, lo que fue y es, el pasado y el presente. Con ese solo gesto, Christmas Eve in Miller’s Point logra dos cosas que hoy parecen imposibles: capturar los sentimientos reales que cada vez resulta más difícil hallar en medio de la mercantilización de la Navidad y, así, devolver a la nostalgia su carácter político. Su capacidad de recuperar el pasado para crear nuevos presentes. Para que, como sus personajes, perdidos, encuentren el camino a casa. Que la (falsa) nostalgia de estas fechas no nos haga olvidar la (verdadera) lucha por nuestro futuro. Felices fiestas.

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