HAM ON RYE
Ritmo de la noche
Resulta difícil escribir sobre Ham on Rye (Tyler Taormina, 2019) sin aludir a Dazed and confused (Richard Linklater, 1993). Una obra generacional que reúne todos los códigos de las películas sobre la vida estudiantil americana, con ese espíritu contestatario adolescente y el frenético descubrimiento de la vida social al margen de las clases. Dos coming of age dramáticas y mágicas sobre el duro paso de la infancia a la adolescencia, y de esta al mundo de los adultos. Porque en las dos obras conviven varios tipos de adolescentes, desde las quinceañeras rebeldes hasta los repetidores surferos. El paso del tiempo que se sucede en los protagonistas de la ópera prima de Taormina cobra un sentido astral en uno de los emblemas de este tipo de films: el baile de fin de curso. La bola de cristal de la fiesta muta en una máquina del tiempo, transporta al espectador hacia un futuro descorazonador de una forma onírica. La música a base de arpas y sonidos de pájaros eleva la escena al cielo y ocurre la magia, lo efímero de la adolescencia. ¿Cómo es posible filmar el fin de una etapa vital?
El mayor logro que alcanza Ham on Rye es el de expresar el sentimiento de una generación a través de las emociones adaptando el propio mecanismo cinematográfico. Si bien los niños y niñas viven el ritual de fin de curso como algo angelical e incluso autoimpuesto (pero con inocencia y nerviosismo en sus gestos), los adolescentes se deprimen y cabalgan entre los trabajos precarios y los aparcamientos solitarios (miradas tristes, cabezas gachas y barbacoas de cocaína). El director camina junto al elenco de protagonistas buscando la magia de cada generación retratada; Taormina explica con riguroso detalle lo que piensan y desean los niños, un mundo de autodescubrimiento en su camino al baile de fin de curso. Para una de las niñas, vestida con una larga falda blanca que parece traída de un mundo de fantasía, el futuro está cerca y quiere que sea como el de su hermana mayor: instituto, universidad, trabajo, marido, piso,… Los niños, vestidos de trajes heredados y de singulares colores y tamaños, se recrean en pequeños ladrones y principiantes bailarines que divagan sobre la reproducción y la homosexualidad.
Ellos y ellas se encaminan al bar al que rinden lealtad, el Monty ‘s, para merendar antes de dirigirse a la fiesta. Aquí comienza el baile, inexplicablemente absurdo, fascinante y sórdido que culmina formando las parejas para el juego. En un bello ejercicio de naturalidad los niños mueven sus cuerpos sin miedo, espontáneamente decididos a buscar a alguien con quien darse su primer beso. Y la puesta en escena se desvela en esa insistencia de buscar los detalles significativos de este rito adolescente, el gesto que nos lleva a conocerlos, a cada uno de ellos: Las miradas cómplices, las manos sudorosas o la forma en la que uno de los niños introduce su mano en el bolsillo de forma chulesca.
El contexto donde Taormina clava su mirada es en la nada banal y explícita crítica a la sociedad americana contemporánea. La idealización de la adolescencia se marchita con la llegada de esta y así, a medida que pasa el tiempo, la vida es mucho menos fulgurante, sumida en la quietud y la frustración de los sueños. Todo es pura fantasía cuando eres niño o niña, esa esencia de Peter Pan se cristaliza tanto en el color de la película, ese cálido aura que rodea a la infancia, como en las conversaciones, los juegos y en el bosque, pero que se torna grisácea y solitaria en la adolescencia, una neblina recubre las imágenes que siguen a los jóvenes que miran al futuro desde la indiferencia, que recorren la ciudad sin una meta concreta, taciturnos. Y todo ello se vuelve nostálgico cuando la generación de padres observa las cintas en VHS de la propia película que estamos viendo. Es aquí cuando cobra sentido el contexto, ¿Cómo de ideal miramos desde el futuro nuestro pasado?, ¿Qué momentos no aparecen en esas cintas de recuerdos que se almacenan en las estanterías? Esas imágenes perdidas se ponen en escena con brillantez en la película de Tyler Taormina. Imágenes desoladoras como la pérdida de una niña por la noche o la pequeña desaparición durante unas horas de un niño.
El naturalismo y el realismo de Ham on rye confluye con la estética de Eighth Grade (Bo Burnham, 2018), poniendo en primer término las voces marginales, al igual que pone en el centro de la cinta el misterio y la magia de la infancia, como ese pequeño Jesús bailarín que aparece en la propia realidad del protagonista de Jesús (Hiroshi Okuyama, 2018). El primer largometraje de Taormina culmina con la sensación de encontrarnos con un film de género híbrido: la experimentación en las transiciones, la puesta en escena documental en el retrato de los jóvenes y la propia ficción como narración traspasan los límites para armonizar una obra sobre el suspiro que es la infancia y la adolescencia. Pilar Palomero incluye en su largometraje Las niñas (2019) un clip del programa ¡Hola Raffaella! en el que se advierte el mítico “póntelo, pónselo”. Esta escena, observada por la protagonista con inquietud e ingenuidad es uno de los motores del cambio de la niña, el fin de una etapa vital que Ham on rye muestra a través del montaje durante la segunda mitad del film. El confluir de todas las generaciones que rodean a la infancia evidencia la sensación de inmediatez en la vida, ese preciso instante en el que desaparecemos y de repente, en un corte, tenemos 45 años y estamos fumándonos un cigarrillo electrónico en un día lluvioso de abril.
Ham on Rye (Estados Unidos, 2019)
Dirección: Tyler Taormina / Guion: Tyler Taormina, Eric Berger/ Producción: Tago Clearing Film Studio, Omnes Films, Michael Basta, David Croley Broyles/ Fotografía: Carson Lund/ Música: Jonathan Davies, Jackson Wargo / Montaje: Kevin Anton / Diseño de producción: Emily Scott Simpson / Reparto: Haley Bodell, Cole Devine, Aaron Schwartz, Audrey Boos, Clayton Snyder, Danny Tamberelli, Blake Borders, Gabriella Herrera, Luke Darga, Sam Hernandez, Gregory Falatek, Laura Wernette, Lori Beth Denberg, Grant McLellan, Dan Jablons, Thailer Lucas, Margo Quinn
Pingback: Editorial: Por los (futuros) perdidos. Revista Mutaciones