MISERICORDIA
Dans la maison
Misericordia (2024), lo nuevo de Alain Guiraudie, se abre con un plano subjetivo desde el interior de un coche mientras atraviesa una carretera por la campiña francesa. La quietud de las imágenes, reforzada por los elementos naturales de la puesta en escena y del sonido ambiente, ni siquiera se ve alterada por los sucesivos cortes en el montaje que relocalizan la acción levemente, de manera casi imperceptible. Al cabo de unos minutos, el automóvil se adentra por las sinuosas calles empedradas de un pequeño pueblo y se detiene frente a una panadería. Esta escena, a priori irrelevante, prefigura el conflicto del relato. A partir de este momento, en un ejercicio de notable contención narrativa, el realizador galo introduce a los cinco personajes principales -uno de ellos, recién fallecido, punto de ignición de esta parábola- a los que, más adelante, se suman otros secundarios de enorme trascendencia. Para componer el tejido de este thriller campestre de carácter intrincado, Guiraudie ubica la trama en un única localización -una preciosa aldea donde, aparentemente, nunca sucede nada de interés- y establece unas coordenadas temporales de rango reducido -desde que arranca, la resolución al misterio, si es que existe como tal, no se prolonga más allá de unos cuantos días-.
De corte minimalista, entre los recursos presentes en la película predomina el uso de elipsis breves, las cuales, cuando se emplean, no suponen un salto sustancial ni en el eje temporal ni espacial. De este modo, la perturbación, perfectamente calculada, es mínima y apenas afecta al transcurso de los acontecimientos. En paralelo, a lo largo del metraje es notoria la atención al plano detalle, siempre que la percepción de un ente u objeto desentraña algún riesgo o peligro potencial -una escopeta, la hojarasca otoñal que oculta un cadáver, algo tan banal como unas setas silvestres, etc.-. Además, al no incurrir en la utilización de flashbacks para reconstruir o describir ciertos sucesos y ceder esta parcela a las disertaciones “en vivo” de los personajes, alcanza dos hitos: agiliza el ritmo de la narración -nunca se produce una desconexión al no emplazarnos a otra subtrama-; y, además, interpela al espectador para que reformule cualquier situación mediante su imaginación. Por añadidura, la película opera en múltiples niveles del suspense desde el instante en que todo el peso de la narración recae en la transmisión oral, con unos diálogos afiladísimos y cargados de doble sentido que esconden infinitas lecturas. Pero, y he aquí el quid del asunto, lo realmente trascendental en Misericordia es lo que se dirime fuera de campo, todo lo que ocurre en el plano mental de los protagonistas -sirviéndose del lenguaje para las explicaciones pertinentes ante las autoridades o parientes-, lejos de la pantalla, y que, inevitablemente, se acaba proyectando de forma subjetiva e individual en la audiencia.
Al hilo de todo esto, debemos mencionar los giros de guion que el relato plantea, en ocasiones inesperados, sin tregua; otras, con más distancia para una asimilación total. El resultado de esta estrategia, consustancial a la psicología confusa que rezuman los personajes, puede acarrear un par de efectos, antagónicos: primero, desarmar las expectativas del público, acostumbrado a cerrar capítulos y establecer sus propias conclusiones; o, por contra, abrumarlo con la concatenación de cambios argumentales, sin margen efectivo para una digestión pausada. Sorprende, pues, que, hacia el final de la función, estos giros se concentren en un lapso tan limitado cuando el resto de la obra revela signos evidentes de haberse cocinado a baja temperatura. Este es, sin duda, uno de los puntos débiles de Misericordia, una nimiedad si nos atenemos a los extraordinarios méritos del conjunto. Pese a ello, si el film funciona a pleno rendimiento se debe, en gran medida, a que Guiraudie cree firmemente en lo que cuenta, con contagiosa pasión, y muestra el máximo respeto por las criaturas que pueblan su imaginario, sin juzgarlas. Entonces, al brindarnos este perverso enredo con absoluta convicción, el autor consigue que el espectador lo acepte como creíble, sin cuestionarse su veracidad o no, del mismo modo que consiente -y tolera- el mito -y la fantasía- inherente a cualquier manuscrito bíblico.
Lo que convierte a Misericordia en algo tan especial es su desprejuiciada mezcla de géneros que oscila entre la comedia negra -la vis cómica aligera la tensión-, el noir -despojado de la grandilocuencia de la contemporaneidad-, el realismo mágico -sobre todo deudora de la vertiente social europea-, el costumbrismo -con personajes que podrían pertenecer al estrafalario universo de algunos clásicos de nuestro cine-, el drama -del cual extrae toda su fuerza expresiva en la escena de la confesión en la parroquia, de una intensidad apabullante- o el surrealismo que el director ya profesaba con orgullo en anteriores largometrajes-. Asimismo, para tejer su original discurso -con un estilo tan personal-, Misericordia invoca algunas referencias que le confieren ese tono estético y temático tan característico. Entre un muestrario bastante extenso que podríamos citar, destacan Bajo el sol de Satán (1987) -tanto en las dudas espirituales o existencialistas que han de enfrentar Philippe Griseul en Misericordia y Donissan en la obra de Pialat como en la pulsión sexual que las dos figuras sienten en abierta disputa con la preservación de la fe- y la miniserie El pequeño Quinquin (2014), de Bruno Dumont -en dos aspectos: por un lado, ambas exponen la idea del absurdo en un entorno apacible, casi onírico, perturbado por un violento episodio (un asesinato) y reflexionan sobre el germen del mal; por el otro, coinciden en la descripción de ambientes provinciales, en una región del sur del país-.
Por último, en cuanto a la composición formal, la cinta pone el foco en lo orgánico -visible en la narración a raíz del vínculo metafórico que se forja entre la psicología de los personajes y los escenarios- a diferencia de lo que se articula en el mundo astral -de nuevo fuera de campo, en las hipotéticas situaciones que se configuran por medio de las conversaciones que entablan los protagonistas-. Al respecto, esa perspectiva comparece durante el transcurso de la obra a través de varios fotogramas: a veces, resaltando la deformidad de los árboles del bosque -un símil de que la película abraza la heterogeneidad de todos sus personajes, celebra su singular anomalía como “ovejas del rebaño de Dios”-; otras, enfatiza la capacidad de regeneración de la naturaleza, su instinto de supervivencia automático -los hongos vuelven a crecer aunque son arrancados de raíz de la tierra, Jérémie esquiva continuamente la sospecha a pesar de que todo apunta a que será desenmascarado-.
Sin embargo, la religión es la piedra angular que capitaliza el texto desde diversos flancos. Especialmente, cuando antepone la magnitud del deseo por encima de la convicción moral. Pero, también, en la resignificación de algunos símbolos cristianos: el advenimiento del hijo pródigo, la piedad, el concepto de redención, las setas -que ilustran el principio de resurrección-, la envidia, Jérémie y Vincent como una especie de Abel y Caín, el pan, el párroco, etc. Todo bajo la efigie de una crítica acerada al cinismo del estamento eclesiástico -y, en segundo término, a la inutilidad de los cuerpos de seguridad en el medio rural- y a cómo el poder de la religión es incapaz, contra todo pronóstico, en según qué supuestos, de transformar nuestras creencias o de combatir nuestras pasiones ocultas. Visto así, dadas sus resonancias místicas y sus connotaciones celestiales, no sería disparatado examinar Misericordia como una suerte de Evangelio -de cualquiera de ellos- ni a los involucrados en la historia -en calidad de apóstoles- como testigos de los designios de un Dios omnipotente, vigía, que observa desde arriba sus vicisitudes. En resumen, Guiraudie se lanza al vacío sin red con esta fábula moral acerca de nuestra impresión de los códigos éticos tan arriesgada y atrevida como, finalmente, magnética. Estamos, en definitiva, ante el más perfecto de los desvaríos arropado por el fuego y la palabra.
Misericordia (Miséricorde, Francia, 2024)
Dirección: Alain Guiraudie / Guion: Alain Guiraudie / Producción: Romain Blondeau, Charles Gillibert, Gian Nithardt, Olivier Père, Joaquim Sapinho, Albert Serra, Montse Triola, Marta Vieira Alves / Fotografía: Claire Mathon / Montaje: Jean-Christophe Hym / Música: Marc Verdaguer / Reparto: Félix Kysyl, Catherine Frot, Jean Baptiste Durand, Serge Richard, Jacques Develay, David Ayala, Tatiana Spivakova, Elio Lunetta, Sébastien Faglain, Salomé Lopes