LOS AÑOS NUEVOS
El retorno a la imagen
Hablaba Nietzsche que, para confrontar el dolor y la destrucción de la vida, se debía confrontar con la afirmación y la expresión de la vida misma en su plenitud. Si algo hay en la serie creada por Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano y Paula Fabra es justamente que se circunscribe a la perfección en esa manifestación de nuestras vidas en toda su naturalidad, sus contrastes, matices y altibajos. A esto se le añade un componente de ese eterno retorno en la conjugación de varios de sus elementos, partiendo del más obvio: su estructura capitular.
Los diez capítulos se circunscriben al mismo momento, al tomar lugar a lo largo de diez Nocheviejas. En ese regreso anual a la misma fecha, se va acompañando a la relación de Óscar y Ana y a su inevitable evolución. Esta encuentra un claro punto de inflexión a partir del quinto episodio, lo que evidencia una división de la serie en dos partes –acordes con lo hecho para proyectar Los años nuevos en la gran pantalla-. Un primer bloque de cinco capítulos nos acerca al enamoramiento, ese éxtasis pasional y la espontaneidad de los años iniciales; el segundo bloque se oscurece a raíz de la ruptura y compone una colección de estampas que indagan en ese distanciamiento, en el duelo de la separación, en el apego amoroso y en la redención. La temporalidad de la obra deviene el eje conector de la misma, ese esqueleto en torno al que, poco a poco, se van construyendo las imágenes de los distintos momentos. Ese paso de los años se convierte también en cosa del trabajo actoral, donde Iria del Río y Francesco Carril deben ir transformando sus lenguajes corporales, sus miradas e incluso la sutil pronunciación de los diálogos moldeados por el amor y el dolor, por el deseo y por el rencor, por polos opuestos que en su vaivén hacen avanzar la trama. Tal vez, en todo este entramado, el hecho de haber podido rodar en orden cronológico permite mantener esa lógica conjunta mientras que intérprete y personaje caminan de la mano por las distintas fases.
No obstante, esa estructura es más que un resorte narrativo -o una ejemplificación de creatividad en estado puro, rehuyendo la redundancia-; ayuda a trabajar ese naturalismo que desprende la serie. Esta nos permite emular momentáneamente el ejercicio de asomarse por una mirilla a unas vidas que trascienden y evolucionan fuera de campo, ante las que el espectador es incapaz de ser testigo de su totalidad. Los capítulos se convierten así en postales firmadas en una fecha y un lugar, son testimonio de un contexto muy concreto en el que se exaltan las pequeñas cosas en pos de la autenticidad.
Esas vueltas a los detalles no solo son anzuelos de guion que se recuperan -un pequeño chiste interno, la materialización del recuerdo de una anécdota en un ascensor, un audio grabado con el móvil…-, sino que permiten otorgar una mayor dimensión a las vidas de los personajes y a estos mismos. Además, es a través de estos detalles que se sustenta la amplia gama tonal de la ficción. La intención es configurar un retrato de la vida misma y, al igual que esta, los distintos acontecimientos transitan del drama a la comedia con total organicidad. De igual forma, el factor romántico de la serie se bascula entre ambos polos sin perder verosimilitud alguna. Así pues, tenemos el episodio 3 que arranca como una suerte de comedia romántica, con momentos de ese ridículo que tiñe cualquier acontecimiento del día a día, y poco antes de cerrar sacude al espectador con la tragedia inesperada. O un capítulo 6 donde la pesadumbre, el incierto y el miedo de la pandemia se entremezclan con un Óscar en horas bajas, retraído, pero que va recuperando su cara amable con la inclusión de otro personaje (de nuevo, la aleatoriedad de la vida traída con una cuidada espontaneidad) que además sirve de alivio cómico. La noche da paso al día, el drama da paso a, cuanto menos, cierta luminosidad.
Más allá, esos detalles empujan también a un desarrollo del amor dentro de una dimensión política. No solo en las pullitas o mofas cotidianas que se insertan en los diálogos como parte de lo cotidiano, sino en todos esos contextos que envuelven a los personajes. Desde la situación de la imposibilidad de disponer de una vivienda a los treinta, las condiciones laborales precarias, la saturación del sistema sanitario, etc. Son todo manifestaciones que forman parte de la paleta de colores que tiñen el ambiente respetando la inteligencia del espectador, sin devenir panfletario, pero remarcando de frente que todas las relaciones -incluso aquellas idealizadas en multitud de producciones- se ven afectadas por lo político y que detrás de toda ficción hay un discurso.
Se mantiene así una franqueza con la realidad que permea con naturalidad cada uno de los capítulos, incluso esos elementos que rompen a mitad de estos: las postales de pareja. Guiados por las voces de los personajes, en su mayoría Óscar o Ana, la escena da paso a un plano medio de una pareja contra una pared (a excepción del último episodio) que mira directamente a cámara y habla mediante gestos, miradas o muecas. Sabemos quiénes son por la voz en off, pero sabemos cómo se sienten uno respecto al otro por sus movimientos corporales, a veces simplificados a la sencilla expresión de una sonrisa. El acercamiento a través de dichas voces, de repente, sitúa al espectador dentro del universo ficticio y, mediante la empatía, lo convierte en voyeur. Así, contempla las postales como fotografías vivas que cobran movilidad con la oralidad o la ensoñación de lo que se proyecta en ellos.
Hasta en lo irreal, la serie es capaz de manifestar la vida en su plenitud. No es extraño que en los capítulos 6 y 7 los protagonistas tengan sendas visiones del otro y estas se incorporen con una organicidad que no rompe con la naturalidad que se viene construyendo en cada capítulo. Por un lado, en ambos casos nacen de un deseo o una añoranza interna en cada personaje, un rasgo interior fácilmente empatizable; por otro lado, la forma en cómo se presentan -de nuevo, con el espacio marcando una parte importante- mantiene una coherencia con el estado anímico de la pareja y el tono del episodio. Ana se le aparece a Óscar en la oscuridad de su habitación, estirada junto a él en la cama y con su silueta ensombrecida por la persiana bajada. Esta presentación acentúa la situación emocional de él, quien se encuentra aún lidiando con la ruptura y no ha pasado la mejor Nochevieja. Su aparición es de una brevedad hiriente, pero verosímil como los pensamientos intrusivos que podría tener cualquier persona. Por el contrario, Óscar se le aparece a Ana como una necesidad de apoyo: su mano se recuesta sobre el hombro de ella, arrodillada y llorando. Tras este primer contacto, los planos se abren para verlos deambular entre las calles de una Lyon que Ana no ha conseguido hacer suya del todo, marcada por una distancia que le pesa. Ambos se detienen junto a un puente frente al río Saona, los diálogos encuentran las limitaciones de la ensoñación y la única posibilidad de construirse con el recuerdo que ella guarda de él. Y cuando se despiden, cuando ella acaba de soñar con él, Óscar sale de plano y el sonido del río, cuya ausencia era imperceptible hasta el momento, inunda la imagen como si con la corriente se llevara el pensamiento de ella.
Esa minuciosidad formal que, en el transcurso de la serie, tantea con los acercamientos y alejamientos respecto de los personajes, ese enfriamiento con planteamientos más alejados y ese intrusismo de la cámara en los momentos de intimidad y unión, se produce de principio a fin. Existe una vuelta al mismo plano que se produce en contadas ocasiones, una de las cuales marca el punto medio de la serie: un mismo plano dentro de un taxi al principio y final del capítulo en Berlín. Una localización interior que sirve como espacio de encierro e imposibilidad de huida, al igual que la pareja siente por momentos su relación; un encuadre sostenido que, separado por el contexto del capítulo, pasa de generar ternura a una tensión que se puede cortar; y una entrega de los actores donde sus rostros se hunden e, incluso sin palabras, traspasan la pantalla.
Sin embargo, hay un “eterno retorno” más sutil. La serie comienza técnicamente en una discoteca pero, si nos ceñimos a la relación entre Ana y Óscar, esta empieza dentro de un bar después de que ella le invite a una bebida. Para ese momento ya hemos pasado por distintos escenarios, hemos visto a cada personaje en sus ambientes individuales y, cuando por fin se cruzan, no hay excesos: un simple plano contraplano los pone cara a cara y une sus caminos. A partir de ahí se podría decir que se produce el disparo de salida de su relación que, entre idas y venidas, nos lleva hasta el último capítulo, la última Nochevieja en una habitación de hotel, grabado en un plano secuencia. Una elección coherente pues se amolda a esa imposibilidad de los personajes por separarse; al igual que ellos no pueden, la cámara tampoco y se mantiene pegada a ellos. Todo estalla, el presente, el pasado y el futuro se entremezclan en sus diálogos en un tira y afloja que da paso a un clímax que empuja aparentemente a cada uno por su camino. De repente, un audio -la recuperación del detalle- y Óscar sale corriendo. Se sigue ese plano secuencia con él en la calle y ella desaparecida. Entonces, la cámara se gira con él y ahí está Ana. Por fin, el plano secuencia se rompe y volvemos a un plano contraplano. Este se repite reiterativamente. Los personajes salen de sendos encuadres mientras el fondo se emborrona. Fin de un ciclo, se da paso a un nuevo comienzo y la cámara libera a sus personajes. En esa vuelta al mismo plano, la imagen brinda luz al drama; la imagen como generadora de esperanza.
Los años nuevos (España-Francia, 2024)
Creadores: Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano, Paula Fabra / Dirección: Rodrigo Sorogoyen, Sandra Romero, David Martín de los Santos / Guion: Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano, Paula Fabra, Marina Rodríguez Colás, Antonio Rojano / Producción: Fran Araújo, Nina Frese, Jamila Wenske / Fotografía: Lali Rubio, Alana Mejía González / Montaje: Alberto del Campo, Mario Sierra Robleño, Regino Hernández / Intérpretes: Iria del Río, Francesco Carril, Pablo Gómez-Pando, Ana Telenti, Ana Labordeta, Carlos Blanco, Olaya Caldera, Paula Iglesias, Vladimir Perrin, Benjamín Prado, Malena Gutiérrez, Lucía Martín Abelló / Plataforma: Movistar Plus+