Estrenos

WICKED

La magia que viene y se va…

Wicked. Revista Mutaciones - 1

El mago de Oz (Vitcor Fleming, 1939) comienza con su título, en una caligrafía curvada, en un tono sepia que refuerza la premisa inicial del filme. Su cielo nublado aún perfila un clima tumultuoso, con ráfagas de viento y una entrada musical de fondo que resuena en todos los sentidos. Se previene la esperanza de algún lugar sobre el arcoiris, que acaba transmitiendo su protagonista (Judy Garland) en el transcurso de su interpretación. Esa misma esperanza es lo último que se pierde, y eso es lo que propone Wicked (Jon M. Chu, 2024). Con una traveling a toda velocidad, introduce su título en el mismo font (o parecido) que El mago de Oz, simulando un color tenue, pero evocando un filtro igual.

Wicked  es un homenaje en muchos sentidos. Es la evidencia más certera de un sueño que lleva en desarrollo desde 2012, cuando Universal adquirió los derechos del musical. Es la confirmación de cómo se traduciría la magia del teatro musical al cine. Sobre todo, es la continuación (y pretexto) de una de las fábulas más inspiradoras del cine como lo conocemos. Wicked llega en un momento donde las casas productoras están aterradas de promocionar sus musicales como Dios los mandó, y esconder la maravilla que busca emitir en cada paso de baile, en cada acorde y en cada melodía. Supone ser el oasis a una sequía de mucho reciclaje fílmico y el exhaustivo reboot siempre apuntando a la nostalgia. Entonces, surge una pregunta: ¿dónde está la magia que tanto propone esta primera parte de Wicked?

Los constantes destellos de contraluz que entran en las escenas logran establecer un marco emotivo de la puesta en escena, como si la iluminación fuese un personaje más. Esa contraluz naranja aparece cuando Elphaba (Cynthia Erivo) encuentra fuerza en su autonomía; cuando su visita a Shiz University se convierte en permanencia o cuando su rivalidad cesa y entra en coexistencia con Glinda (Ariana Grande-Butera), ambas recostadas en la misma cama. Erivo encuentra un balance que le permite evocar matices muy particulares sin el acompañamiento de ese destello; está en su colorida voz y en el brote de emociones que transicionan en su rostro simultáneamente, dándole un beat particular a cada expresión facial, marcando  cada tono (a veces en la misma escena). Sin embargo, esos contraluces en los momentos claves cobran vigencia en la propuesta, pero no es su guion quien los sugiere. En su lugar, su interrupción en varias instancias durante el filme no atribuyen nada más  que la naturalidad de su introducción: el número de “Sal A Bailar” en la biblioteca hace que su imagen sea blanqueada, casi imperceptible, o cuando la colorización permea sin importar su iluminación exterior. Bien sea sobresaturación o un manejo excesivo de luces, esa función que se interpreta con cada destello pierde relevancia cuando su misma premisa quiere anclarse en algún tipo de relación inconexa  con nuestra realidad.

Wicked. Revista Mutaciones - 2

Wicked existe en su propio universo y el mayor fallo de su propuesta es no saber habitarlo e  intentar buscar una coexistencia entre su mundo particular y una mundanidad parecida a la nuestra. Está en sus atuendos, que se desligan de un espectáculo “Broadway-tístico” y no homenajea ni a sus orígenes fílmicos ni a su espectáculo hasta llegar a la esperada Ciudad Esmeralda. Está incluso en un diseño de escenografía que no acaba de crear la ilusión de una fantasía al intentar  emular la practicalidad que remite a El Mago de Oz, pero que, con todo el color del mundo, aún se percibe sombrío. La cinematografía debería servir como un acompañante que resaltara todos estos aspectos, no cargar por sí sola todo indicio de magia -una magia fabricada con CGI que reafirma que es falso, que no propone romper con nuestra modernidad ni alejarse de ella-. Se quiere explicar cómo es que Glinda flota en una burbuja por el aire o por qué los cristales rotos auguran la fuerza del poder de Elphaba sin explorar del todo cómo sus emociones son los detonantes de ese control. Es una magia que no tiene presencia.

Si se debe atribuir culpa a esto, es en efecto a su guion. Con una duración de 160 minutos, el filme abarca todos los aspectos que debemos conocer de su trama, pero la información que recibe el espectador no equivale a ningún desarrollo que ayude a entender a sus personajes ni situaciones, sino situarlos en tiempo y espacio. Es la explicación más lógica para comprender cómo cada cabo suelto se ata, pero no su extensión ni el nudo que lo mantiene firme. Se anticipa una segunda parte que resuelve toda pregunta, pero las preguntas que se formulan en el transcurso van dirigidas a cómo dos personajes se integran y crean una relación después de eventos canónicos que las unen más allá de las circunstancias. Un guion que depende enteramente de sus portavoces, quienes tienen la difícil tarea de convencer más que conectar. Todo se presenta en un mar de afirmaciones, de la suspensión de incredulidad. No entiende que si estaremos 160 minutos sentados en una butaca es para que se construya un universo, no para validar cualquier truco visual o artístico que emocione más que su música.

Como la contraluz, hay destellos de esa mágica práctica que sí logra homenajear (si así puede decirse) una de las muchas referencias a sus pretextos. La presencia del musical aparece en esos grandes momentos de coreografías, donde la cámara sí provee algo que en el teatro no se puede replicar. Hay una euforia constante que sí conecta con la idea de esa fantasía que presenciamos. Por un lado, la llegada a Ciudad Esmeralda está construida de la forma más viva posible, contando tantas historias simultáneas que, aunque proveen contexto, igualmente son una oportunidad para establecer un tono que será quebrantado minutos después por una revelación que girará la trama. Por otro lado, el número en la biblioteca no solo introduce a Fiyero (Jonathan Bailey) como el interés romántico, sino que expone el factor característico del personaje y lo que lo transformará en sus últimas apariciones dentro del filme: su irresistible carisma. No hacen falta efectos especiales que repliquen la magia en visiones dentro de cristales coloridos o la autenticación de monos voladores “reales”; esa magia está en los momentos donde el musical se siente como uno.

Wicked. Revista Mutaciones - 3

Los destellos se vuelven fulgores de luz a medida que esos números encuentran un ritmo más allá de lo musical. La cámara busca capturar a velocidad momentos claves en las pequeñas reacciones de su ensemble que pintan paisajes de forma más efectiva que sus escenarios construidos. Se integran tanto en el universo que aportan esa esencia teatral que tanto requiere el filme. Entre tantas ilusiones ópticas y explicaciones literales, es la algarabía y solemnidad lo que permite entrar de lleno. Cuando su trama decae, la teatralidad es lo que salva todo indicio de ruptura cinematográfica.

Con eso dicho, sí hay una magia poderosa. Esta no es un destello, sino una fuente solar que no necesitaba tecnicidad para ser entendida. Tan pronto Glinda entra a escena en una burbuja rosada o cuando Elphaba pone pie en su futura escuela, hay una presencia que no se descifra de inmediato. Es una sombra que persigue a cada una de las actrices indescifrablemente. Puede cuestionarse si sus interpretaciones son teatrales o no, pero dentro de tanto campiness, tanto Grande-Butera como Erivo encuentran un suelo firme que permite dar vuelo a la construcción de sus arcos “personales”. Erivo matiza más allá de lo expresivo y utiliza su trasfondo teatral para evocar en su tonalidad y en su voz una convicción que trasciende las circunstancias del personaje. Atribuye mucha familiaridad, sea cultural o personal, que permite asimilar su caracterización sin caer en una trampa emocional, que solo quiere sacar lágrimas. Erivo es sencilla en su acercamiento, que hace que sus canciones se sientan como liberaciones y momentos en los que su personaje puede desprenderse de todo prejuicio e inhibición.  Cynthia como una mujer negra e inglesa desarrollan un nivel íntimo a su propia historia; un personaje que vive tan hiperconsciente de su alrededor que olvida su capacidad y derecho a amar y a ser amado. Agradecidamente, va de la mano (literalmente) de Grande-Butera, quien propone un arco contrario. Desde el espectáculo y lo grande de sus gestos, la cantante decide ir decreciendo su intensidad actoral y decide centrarse en una evolución marcada. Añade profundidad a la idea de si importa el porqué si queremos ser buenos. Ambas interpretaciones proponen algo muy inusual en una adaptación musical que la eleva a, quizás, un drama convencional. La humanidad en la actuación suele relacionarse con la cotidianidad y la naturalidad del vivir diario, algo que en Wicked podría considerarse imposible, pero Cynthia y Ariana lo integran sin esfuerzo desde el momento resolutorio de su relación. El momento preciso cuando Glinda entiende la raíz de su mal y Elphaba, la de su autocontrol. Ambas actrices conectan, tanto en lo actoral como en lo personal, y estabilizan sus diversos rangos para encontrar su nivel en común. Su junte crea un desplome emocional, entre ellos las escenas de la escapada a una discoteca clandestina y la escena final. En otras palabras, lo desencadenante de tanta emoción es por lo sutil de sus interpretaciones: cómo la humanidad  que atribuyen a sus personajes existe en un mundo de fantasía, sin comprometer esa magia que tanto intentan promover a lo largo de la cinta.

Wicked es la adaptación exacta de lo que se espera de un musical al cine. No propone nada que no sea distintivo o reconocido de sus predecesores o sus referencias. Es en los gestos pequeños que podemos recostarnos con fe: en el choque de zapatillas rojas que Glinda le ofrece a Elphaba durante “Popular”, en la aparición especial de dos estrellas conocidísimas del teatro musical, y hasta en la elaboración de un nuevo Oz, un mundo que se forja y que se augura  al inicio del filme. Esa magia se refleja continuamente y aunque quizás se fugue en ocasiones, da esperanzas de que reivindique que una segunda parte a veces sí es necesaria para organizar las ideas ya planteadas y abrir puertas a un nuevo/viejo capítulo.


Wicked (Wicked: Part One, EE.UU., 2024)

Dirección: Jon M. Chu / Guion: Winnie Holzman, Stephen Schwartz. / Música: Stephen Schwartz, John Powell / Fotografía: Alice Brooks / Edición: Myron Kerstein / Reparto: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Michelle Yeoh, Jonathan Bailey, Ethan Slater, Marissa Bode, Jeff Goldblum, Bowen Yang, Bronwyn James, Keala Settle

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.