FERRARI
Melodrama arquetípico en velocidad punta
En 1909 el manifiesto futurista de Marinetti sentenciaba: “un automóvil de carreras con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso […] es más hermoso que la Victoria de Samotracia”. Unos meses antes -en septiembre de 1908- se disputaba la carrera del Circuito de Bolonia, en la que un joven Enzo Ferrari quedaba fascinado por la velocidad de los coches y decidía ser piloto. Sin embargo, Ferrari (Michael Mann, 2023) transcurre en apenas unos meses de 1957, un período muy concreto de la vida del empresario que permite al director estadounidense desarrollar, en paralelo a las frenéticas escenas de carreras, un melodrama heterogéneo e inagotable de enorme riqueza temática.
El habitual formato ancho de Mann (con una relación de aspecto de 2.39:1 en este caso) amplía hasta la extenuación la superficie sobre la que circulan las sombras rojas de los automóviles italianos, al mismo tiempo que extiende la intimidad del espacio dramático familiar, personal y empresarial. La película se fundamenta en el excepcional uso del montaje, especialmente inconstante y arrítmico en las secuencias de carreras, donde primerísimos primeros planos rodados en gran angular se combinan con grandes panorámicas de las carreteras de la Emilia Romaña para construir ese fantasma de la velocidad que persigue a los Ferrari. De forma similar, el montaje en paralelo es crucial para construir dos de las escenas más significativas al margen de las carreras: la misa por los trabajadores y, sobre todo, la ópera. Durante el famoso dueto Parigi, o cara, noi lasceremo -sexta escena del tercer acto de La traviata (Giuseppe Verdi, 1853)-, que reviste de un poso de enfermedad y muerte al film, Mann juega con el sonido para cambiar la focalización a cada personaje (mientras Laura escucha la ópera desde su ventana, Enzo está presente en el teatro durante la representación). A través de la voz de los cantantes se filtran los recuerdos de un pasado remotamente feliz. El dolor por la pérdida, la nostalgia del amor y el trauma de la posguerra recorren a la familia italiana en un pausado momento de poética narrativa. Acto seguido, un corte súbito muestra la parrilla de un Ferrari 500 TRC a 250 kilómetros por hora, que irrumpe drásticamente en pantalla. El sonido estridente del motor no permite ni a personajes ni a espectador mirar atrás por demasiado tiempo y la película continúa hacia delante de forma vertiginosa.
La última obra de Michael Mann se inserta cómodamente en la continuidad de su filmografía, que de nuevo responde a la premisa narrativa del arquetipo masculino ególatra y obsesivo en su dimensión laboral. Una vez más, Mann adapta las decisiones de puesta en escena a las características específicas del relato, en este caso el mundo de la construcción de automóviles de competición. Si en Blackhat: Amenaza en la red (2015) el director optaba por la deslocalización de los lugares (cambios constantes de ciudades, espacios liminales, etc.) para construir la idea de vigilancia constante y persecución de un villano sin cuerpo físico, en Ferrari abandona nuevamente la ciudad contemporánea para que el drama se desarrolle casi en exclusividad en el ámbito doméstico y la carretera. La noche y el crimen, entornos de perdición frecuente para sus personajes –Ladrón (1981), Heat (1995) o Corrupción en Miami (2006)- también son sustituidos en Ferrari por la neurótica relación con el mundo del motor del empresario burgués y sus problemas familiares y financieros. Una obra asentada sobre su potencia formal profundamente rica en matices, que no se acomoda en la exposición del arco de Enzo y que cede un espacio no tan acostumbrado a los personajes de Laura, Lina, Piero y Alfonso, manteniendo en todo momento la determinación que siempre caracteriza la personalidad estilística de Mann.
Poco o nada queda finalmente en Ferrari de la relación con el manifiesto futurista, documento que serviría como una de las múltiples justificaciones de la violencia del fascismo italiano (muy vinculado a la industria del automóvil) y que hubiera legitimado la realización de un superficial y repetitivo biopic de culto hiperrealista a la velocidad. En lugar de ello, el director estadounidense despliega nuevamente otro gran relato sobre la complejidad del sujeto masculino y su arquetipo de la ambición narrada desde el melodrama. Michael Mann supera un género agotado y pone la adaptación de la historia de Enzo Ferrari al servicio de su arriesgada y brusca puesta en escena que, como es habitual, vuelve a encontrar el camino (o la carretera) para confirmar la indiscutible vigencia de sus planteamientos.
Ferrari (EE.UU., 2023)
Dirección: Michael Mann / Guion: Troy Kennedy-Martin (Libro: Brock Yates) / Producción: Forward Pass, Storyteller Productions, Iervolino & Lady Bacardi Entertainment, STX Entertainment / Música: Daniel Pemberton / Fotografía: Erik Messerschmidt / Montaje: Pietro Scalia / Reparto: Adam Driver, Penélope Cruz, Shailene Woodley, Patrick Dempsey, Sarah Gadon, Gabriel Leone, Jack O’Connell
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