CROSSING
La posibilidad de reencontrar el afecto
Los otros familiares tenían reacciones contradictorias. Había quien siempre lo había sabido, quien siempre dudó; alguno lo consideraba un capricho, algún otro no lo creía en absoluto. Se dijo, incluso, que todo era un juego, un deseo vano de travestismo. Porque, aseguraban, a ninguna otra familia de su entorno le había ocurrido una cosa similar. No sabían de qué modo afrontarla. Así, el resto de la familia tramaba una solución a espaldas del dolor. Como si nada hubiera sucedido nunca. Como si la distancia, el silencio o la espera fuesen de por sí suficientes para aclarar las cosas. Para exorcizarlas. Y no hubo nadie que viniese aquí a preguntarme de veras quién era yo.
Giovanna Cristina Vivinetto. (2021). Dolore minimo (Pedro J. Plaza y Ángelo Nestor, Trad.). Letraversal.
Levan Akin sigue indagando en esas historias de identidad y heridas colectivas, arraigadas en la esfera de lo social y lo cultural. Si bien en Solo nos queda bailar lo establecía desde una exploración de lo corporal en relación con lo masculino y lo femenino, en su nueva película amplía el foco de análisis a un nivel macrosocial sin por ello abandonar el distintivo de lo individual. Las identidades trans, que en su anterior largometraje habían hecho una breve aparición, adquieren un protagonismo transversal en un ejercicio que se siente como una exploración antropológica. Akin elabora un trabajo de desestigmatización de estas realidades desde una narración que desde un primer momento, con esa breve aclaración de la ausencia de género en el turco y el georgiano, incluye a todos como parte del problema y la solución. Crossing advierte ya desde su título una brecha en esa separación por lenguas, en la división por fronteras, en la exclusión de lo diferente dentro de las multitudes, y en esos muros elevados entre individuos. El acto de cruzar se anuncia no solo como un mero acto de traslación de los personajes a través del espacio, sino como un acto valiente de generosidad, redención y acercamiento a aquello que hasta entonces parecía ocupar otro lugar. Cruzar como un acto de construcción de puentes.
De esta manera, el realizador sueco presenta, ayudado por cada uno de sus protagonistas, un encuentro en tres tiempos: Lia (Mzia Arabuli), la tía en búsqueda de su sobrina transexual, simboliza ese pasado anclado a la tradición, a la ignorancia y al miedo al qué dirán; Evrim (Deniz Dumanli), la abogada-activista transexual, personifica ese presente cambiante en el que se abren lentamente nuevos espacios para esos grupos marginalizados; y Achi (Lucas Kankava), un joven asfixiado por la búsqueda de un trabajo y la desestructuración familiar, ejemplifica ese futuro incierto de las nuevas generaciones, llenas de energía y faltas de oportunidades. En ese empeño por retratar el estado de una cultura, una sociedad y una nación, la diversificación de perspectivas enriquece el conjunto. En sus diferencias, los personajes dibujan distintos resquicios de un mismo espacio coincidente; en sus similitudes, elevan la solidaridad y el compañerismo como herramientas para confrontar problemáticas conjuntas, miedos y preocupaciones compartidos.
Los primeros planos que enmarcan los rostros de unos personajes perdidos se contraponen al uso de planos generales donde el uso de teleobjetivos prensa a esos mismos personajes en el bullicio de la ciudad, en la inmensidad del paisaje urbanístico y en sus calles por donde llevan a cabo su búsqueda. Ese contraste sirve para entretejer lo individual con el contexto envolvente, aquello que es más grande que ellos mismos, la vida que sigue adelante por mucho que ellos continúen presos de sus propias pesquisas.
Sin embargo, ninguno de ellos es abandonado en ningún momento. Akin retrata la historia desde una profunda humanidad que se aborda no solo en lo temático, sino que se traslada en la forma de encuadrar. La escena previa a la llegada de Lia y Achi a Estambul es un claro ejemplo de ello. Ambos se suben al ferry que los llevará a la esperada capital turca y la cámara los persigue por detrás, enmarcando sus dorsos, hasta que se desvían escaleras arriba mientras que el dispositivo cinematográfico gira en sentido contrario. A continuación, sube las escaleras por otro lado, se pierde en la planta de arriba de la embarcación, presentando a la gente que se comienza a acomodar; la acción parece detenerse en un instante de mera contemplación, una que busca rasgar la verdad de la realidad presente tras todo el entramado ficticio. Justo después, la cámara vuelve a descender hasta encontrarse a los dos niños sin madre que irán apareciendo a lo largo del metraje. El chico inicia una melodía acompañándose del arpeo de su guitarra y la musicalidad de su canción eleva a la cámara hacia arriba, donde nos reencontramos brevemente con Lia y Achi. Y desde ahí, finalmente, se prolonga el ascenso ligeramente hasta detenernos en el rostro de Evrim, el tercer pilar que completa la historia. Así pues, el acto contemplativo, la voluntad de retratar y, en sentido práctico, el movimiento de cámara conecta a los personajes, los relaciona incluso antes de que sus caminos se crucen por guion.
El reencuentro se establece como un acto comunal, alcanzado gracias a la interacción de unos con otros, y es ahí donde se hace posible el reencuentro último: el de los personajes consigo mismos. Para ello, el relato se inyecta con un poso emocional muy fuerte que se va escurriendo lentamente y evita la cadencia melodramática lacrimógena. Los tres protagonistas son personas faltas de afecto, víctimas de un rechazo personalizado, y por ello el director les da espacios donde consigan volver a encontrar ese cariño perdido, ya sea por un abrazo ansiado o en el encuentro con un amante que sabe ver más allá. Aunque esa recuperación del apego también se puede conseguir con el baile -reminiscencias claras a Solo nos queda bailar-, una acto de libertad y expresión legítima de la propia identidad capaz de detener el tiempo (y la búsqueda externa que mueve inicialmente a esos mismos personajes). Y, como último resorte, se recurre a escenarios soñados, que rozan el relato de fantasmas, como espacios de sanación personal. Así pues, ya sea mediante una mano que entra en plano para acariciar las mejillas de su tía o con la escenificación de situaciones deseadas para verbalizar palabras jamás expresadas, la película contempla unos espacios de curación de esas heridas abiertas por errores pasados y, por ende, de perdón. Akin rehúye el juicio hacia sus personajes para, en su lugar, invitar al espectador a una escucha atenta. Solo deteniéndose y abriéndose a la comprensión del prójimo uno es capaz de entender aquello que se hacía incomprensible o intolerable, de abandonar el miedo que servía como excusa para censurar, de reconciliarse con el pretérito y mostrarse esperanzador ante el futuro. En un mundo donde los resquemores vuelven a surgir y los abanderados del odio recuperan altavoces para hacer ruido, Crossing es una obra que anima a sobreponerse a todas esas diferencias y cruzar a la orilla del reencuentro.
Crossing (Dinamarca-Francia-Georgia-Suecia-Turquía, 2024)
Dirección: Levan Akin / Guion: Levan Akin / Producción: French Quarter Film, Adomeit Film, Bir Film, Easy Riders Films, 1991 Productions, RMV Film, Sveriges Television (SVT), Totem Films / Fotografía: Lisabi Fridell / Montaje: Levan Akin, Emma Lagrelius / Interpretación: Mzia Arabuli, Lucas Kankava, Deniz Dumanli, Nino Karchava, Levan Bochorishvili, Tako Kurdovanidze