FAMILY PORTRAIT
Una extraña mirada clavada en la nuca
Through a circle that ever returneth in To the self-same spot
Citando a Edgar Allan Poe —unos versos de su poema El gusano conquistador— comienza la ópera prima de Lucy Kerr. Esta curiosa elección parece conectar con Family Portrait (2023) en dos direcciones. La primera, desde una vertiente argumental: todo gira en torno a ese intento de una hija por realizar una fotografía familiar, pero no salimos de ese círculo. Es como un perro que se muerde la cola. El segundo sentido ya apela a algo más formal. Poe alude a la vida como una obra de teatro de esperanzas y miedos donde siempre se hace hueco la muerte, algo ante lo que el ser humano pierde el control, y transmite un cierto desamparo. Kerr configura este mismo malestar desde lo formal: la atmósfera deviene un personaje omnipresente, como una bestia a la espera de asaltar a su víctima, y desde esa incertidumbre fluyen todas las emociones que la película va despertando en apenas poco más de una hora.
Los personajes se presentan en encuadres con poca profundidad, o con bordes que los cortan, o se sitúan desigualmente en el espacio en pos de acentuar una cierta desconexión entre ellos. Mientras se busca conseguir ese retrato conjunto, la palabra es cedida a los personajes de forma muy controlada y en escenas individuales -con esos encuadres incompletos- que parecen intentar desencriptarlos, uno a uno, para entender a toda la familia. Se les otorga un foco para dimensionar su personalidad antes de ponerlos a interactuar sobre el tablero. Los diálogos se rellenan con menciones a terceros, a personas que no están, y que apelan a esa ausencia presente. Esta misma aura que roza el desconocimiento engloba todo el metraje, y se va manchado con menciones a la muerte o la enfermedad -el fallecimiento de una prima por causas inciertas, el malestar estomacal de Olek, etc.-, que participan de la falta de información, para mayor inquietud.
Ante una imagen troceada e incompleta, el diseño de sonido resulta clave para la conformación de su intrigante atmósfera, y deja patente que este es el pilar central de la película y no tanto ese argumento circular. Desde la primera escena el dispositivo sonoro muestra su protagonismo: aparece incluso antes que la imagen. Justo después, un paneo que avanza y retrocede como los miembros de la familia que caminan, fallidamente, hacia el lugar donde tomar el retrato grupal. No se escuchan sus voces, se mantienen anuladas. En su lugar un ruido blanco inunda la escena como un telón en primer plano que retumba, ruge, nubla cualquier ruido diegético y se sostiene como un zumbido sordo. Poco a poco se entremezcla con el sonido ambiente, que pasa de una cierta distorsión a un ligero naturalismo y, cuando comenzamos a escuchar el murmullo de las voces de los miembros, corte a blanco sobre el que aparece el título, difuminado. A partir de ahí, la dimensión sonora juega con los volúmenes y con los fuera de campos para insuflar esos aires de rareza que sobrevuelan a Family Portrait.
En un momento dado Katy, la hermana protagonista, le habla a su novio Olek de una historia que ha leído sobre una madre y una hija. El relato gira en torno a una mirada terrorífica y vacía que la primera no puede dejar de posar sobre la segunda. Poco después, la madre de Katy desaparecerá y nadie se sobresaltará, excepto ella. De alguna manera, esa mirada amenazante -la misma a la que se alude en el poster de la película- se mantiene fija, escondida en el ambiente, mirando a los personajes y mirando al propio espectador sin hacerse visible.
El tiempo va mudando. No queda claro cuánto tiempo pasa, ni la velocidad a la que lo hace: puede ser un rato o varias horas. Katy y Olek tienen que coger un vuelo después de tomarse la fotografía, pero nadie parece tener prisa; nadie se muestra preocupado por la madre ausente. Esa pasividad de los personajes, yuxtapuesta a unos planos contemplativos (de ambientes vacíos o habitados por personajes que dialogan sin prisa) conjuga parte de ese ritmo lento que, contrapuesto al espíritu de la protagonista, facilita la transmisión de ese “algo que no va bien”.
Lucy Kerr realiza una disección de los entramados familiares y la tensión entre los distintos vínculos desde lo sensorial. Desde ahí se fragua un mal metastásico e invisible que va creciendo alrededor de Katy y del que la naturaleza parece irse nutriendo. Ese idilio, en un paraje rodeado de verdor, en una casa de vacaciones para desconectar, comienza a cuestionarse. La flora y la fauna, con ayuda nuevamente del sonido, empieza a despertar las dudas sobre si es un lugar seguro, un remanso de calma o si esconde una amenaza real. El movimiento de los árboles pasa de sugerir paz a intimidar, el gusano acercándose a un cuerpo tumbado en la hierba pasa de la inocencia a ser un posible anuncio de peligro, los primorosos pájaros posados sobre la roca en mitad del discurrir del río se vuelven amenazantes voyeurs y el propio río siembra la duda de si seguirá su cauce o arrastrará hasta el fondo a la protagonista. Todo son sensaciones: lo sensorial es lo único patente en una ópera prima que parece buscar que las experiencias de cada espectador den respuesta a los enigmas y las imágenes incompletas. Una propuesta que anima a sentirse antes de entenderse y que se convierte en sí misma en un maravilloso desconcierto.
Family Portrait (EE.UU., 2023)
Dirección: Lucy Kerr / Guion: Lucy Kerr, Rob Rice, Karlis Bergs / Producción: Lucy Kerr, Megan Pickrell, Brittany Reeber, Rob Rice, Frederic Winkler / Fotografía: Lidia Nikonova / Montaje: Karlis Bergs / Sonido: Nikolay Antonov, Andrew Siedenburg, Rodrigo Nino / Interpretación: Deragh Campbell, Chris Galust, Rachel Alig, Miriam Spumpkin, Katie Folger, Vanessa Cedotal, Silvana Jakich, Luke Picarazzi, Daria Droteva, Robert Salas, Ed Hattaway, Veronica Cinibulk, Christian Huey, Rhett Picarazzi, Les Weiler, David McGuff