THE ABCs OF DEATH

 Dar miedo

The ABCs of Death es un guiso que compila veintiséis cortos dirigidos por veintiséis directores “de género” de lugares, estilos y tonos dispares. A cada uno se le asigna una letra del abecedario para que desarrollen su aportación a partir de una premisa sencilla (una palabra, un concepto) que se ajuste al terror/horror de la forma menos sutil posible. “Apocalipsis”, “Orgasmo” o “XXL”, por nombrar algunos ejemplos. Esto habla de forma clara sobre la sencillez de la que surge uno de los géneros cinematográficos de dimensión más popular del séptimo arte. Una sencillez que en este abecedario se torna en simpleza.

Si hacemos memoria, la primera reacción de una audiencia de cine fue de puro terror: la famosa historia de la proyección de Llegada del tren a la estación de La Ciotat (1896), de los Hermanos Lumière, en la que los espectadores huían desesperados de un tren que se les aproximaba dentro de la carpa de los primeros directores de la historia del cine. Otros cineastas primigenios como Méliès o Segundo de Chomón explorarían esta reacción manufacturando relatos folklórico-religiosos protagonizados por demonios o espíritus que atormentaban a individuos indefensos en escenarios malditos. Cortometrajes como La casa del diablo (1896) o la posterior La casa embrujada (1907) eran algunos de los primeros bosquejos rupestres de lo que a día de hoy conocemos como “cine de terror”. El montaje y el trucaje eran clave, pues a partir de cortes y solapados se fantaseaba con la imagen cinematográfica, creando una narrativa imposible propia de un lenguaje más próximo a lo onírico (de pesadilla, en este caso) que a lo documental. Los Monstruos de la Universal, el slasher, el body-horror, el scare-jump, las posesiones, el género zombie, etc. Son muestras del amplísimo catálogo de opciones que ha desarrollado el horror con el paso del tiempo, tan amplio y variado como los temores, miedos y fobias que atormentan al ser humano. Muestras que se pueden encontrar en The ABCs of Death, si bien de forma burlesca y casi paródica en ocasiones.

The ABCs of Death. Revista Mutaciones

Hay muy poco cine en The ABCs of Death. Hay cámaras y actores, e incluso hay veces que se hacen intentos de llevar a cabo una escala de planos, pero la “libertad creativa” de la que se enorgullece la película en sus créditos iniciales es confundida constantemente con pereza y cutrez desmedida y sin encanto. Fragmentos de directores como Hélène Cattet y Bruno Farzani son pequeños oasis de ingenio en un insondable océano de sangre, bilis, pedos, mierda, semen y casquería barata.  Provocación y “transgresión” en forma de humor negro de dudoso gusto que hacen de este abecedario una pesadilla en vigilia incómoda para ojos y oídos. Ciertos momentos de buen hacer pueden encontrarse en las aportaciones de Nacho Vigalondo (“A is for Apocalipsis”), Ben Wheatley (“U is for Unearthed”) y Lee Hardcastle (“T is for Toilet”), capaces de ir más allá del ejercicio de cafrerío que gobierna en The ABCs of Death y brindar, aunque sea brevemente, algo del mimo y entendimiento hacia el género que una colaboración de este calibre merecería. En sus antípodas se encuentran los vergonzosos cortos de Timo Tjahjanto (“L is for Libido”), Yoshihiro Nishimura (“Z is for Zetsumetsu”) y Noboru Iguchi (“F is for Fart”). Ejemplos de la burrez e inaguantable comicidad que solo ellos parecen disfrutar.

Un ejercicio de resumen y simplificación, un “abc” que hace honor a su nombre en el peor de los sentidos. Si hay sangre y gritos, es una película de terror. Si hay monstruos o fantasmas, es una película de terror. Quizás esto hable de una dañina universalidad de los códigos temáticos preestablecidos. Pero nada (o casi nada) de lo mostrado en The ABCs of Death parece entender que el terror no es un género, es una reacción. Esta cita fue acuñada en su día por John Carpenter, un cineasta imperfecto que admitió no ver nunca sus propias películas (quizás porque el terror, el sentimiento, es un evento irrepetible por cada experiencia), y que al ser preguntado en repetidas ocasiones qué hacía buena a una película de terror, respondía algo tan sencillo como “Dar miedo”.

 

 

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