EL COMENSAL
El rastro que deja una herida
El horror parece dejar rastro. Una vibración en aquellos que lo presencian. Un camino a seguir para los que, posteriormente, se preguntan “¿qué ha ocurrido aquí?”. Ángeles González-Sinde escoge como pilar de su historia uno de los horrores acontecidos en este país en las últimas décadas. Así nace El comensal (2022), en la que adapta el relato homónimo escrito por Gabriela Ybarra, sobre el que fue el secuestro y asesinato de su abuelo, Javier de Ybarra, en el verano de 1977 a manos de ETA en Bilbao, y la repercusión que traería posteriormente sobre su familia.
La cinta se divide de forma ecuánime entre pasado y presente. Trasladando su narrativa desde Bilbao a finales de la década de los setenta, hasta Madrid y Pamplona (principalmente) en los alrededores del cese al fuego de ETA, a comienzos de los 2000. Para que esta múltiple temporalidad se realice de forma precisa, y los cambios surjan de forma pulcra, la directora se apoya en objetos. Pequeños referentes que parecen atravesar el tiempo y las generaciones de la familia Ybarra, como unas hortensias o el habitual gesto de limpiar unos zapatos. De este modo se conserva el alma de la familia, de aquellos que están y de los que faltan pero que dejan atrás su esencia.
A pesar de que formalmente esta línea que separa el pasado y el presente es fina, a nivel argumental se eleva como un muro que separa (en el tiempo más reciente) a un padre, Fernando (Ginés García Millán) y a una hija, Icíar (Susana Abaitua). Ambos personajes se encuentran separados por la incapacidad del padre de mirar atrás. Todo aquello, relacionado con el horror vivido, se reduce a una caja. Un conjunto de recuerdos escondidos y enterrados a los que su hija no tendrá permitido acceder, a no ser que sea por accidente.
Este puente entre los personajes se derribará gracias al retorno a la raíz del dolor. Cuando el presente viaja al lugar del pasado e Icíar se establece como un enlace entre ambos tiempos. Es la cámara la que da unión a estos personajes —habitualmente separados en plano por elementos divisorios entre ellos— en la escena del desayuno donde, con un sutil movimiento, separa aquello que los divide, y les vemos, al fin, juntos. Sabemos ya, entonces, que la relación está destinada a sanar.
Otro de los pilares en los que González-Sinde se sostiene es la música, compuesta por Antonio Garamendi. A lo largo de todo el relato el recurrente uso de piezas clásicas e instrumentales hacen que la cinta cohesione y tome un sentido único. Es otro de los éxitos de la directora a la hora de representar la melancolía en la que los personajes se ven inmersos. La música les acompaña en el pasado, cuando juegan a la pelota en la playa; y en las sesiones de quimioterapia de la madre de Icíar, en el presente. Con ellas, se crea la fotografía de un sentimiento, de un recuerdo que perdurará en el tiempo, no solo con imagen si no también con sonido.
Y aquí radica el rastro. En los recuerdos enterrados. En los sentimientos vividos y almacenados. El comensal se establece como un relato sobre la memoria. Aquella escondida entre los bosques, las casas y el mar del País Vasco. Una tierra que ha vivido, y sin lugar a dudas, recuerda.
El comensal (Ángeles González-Sinde, España, 2022)
Dirección: Ángeles González-Sinde /Guión: Ángeles González-Sinde / Novela: /Producción: Tornasol Films, ICAA, Okolin Producciones Cinematográficas, EnBabia Films, RTVE /Fotografía: Juan Carlos Gómez /Montaje: Irene Blecua /Música: Antonio Garamendi /Intérpretes: Susana Abaitua, Ginés García Millán, Adriana Ozores, Fernando Oyagüez, David Luque