EMILY EN PARÍS T4
De dos partes el mismo problema
Establecer una protagonista fuera de su país originario supone una brecha cultural que trasciende el idioma. Como premisa, Emily in Paris (2020-presente) se desvinculaba de lo que su creador Darren Star planteó en su momento con Sexo en Nueva York (1998-2004), pero sin abandonar la filosofía de que sus protagonistas rondaran por la vida enfrentándose a los distintos desafíos que se le presenten; sea en el mundo de las citas o en adaptarse a vivir en un país sin hablar el idioma.
En tres temporadas, Emily in Paris fue formulando su propia estructura, con la introducción de una industria que “vive para trabajar” en un país donde ocurre lo opuesto. En la búsqueda de crear una comedia que apele directamente a un público masivo y la constante aberración al mercado televisivo actual por parte del ojo crítico, la serie de Netflix comienza a descarrilar al no identificar el elemento que impide vincular su trama central su propia historia. Desde sus transiciones de televisión reality, su música royalty-free y unos montajes fijos sin vida, Emily in Paris es la receta perfecta para la típica trash TV que alimenta a los consumidores estadounidenses. Sin embargo, cuando la constante alusión a lo malvado de los Estados Unidos sí se vuelve pertinente, se atasca. Se habla de un sistema deficiente de salud, la creación de enfermedades para curarlas, y la romantización de las dinámicas de poder, todas en su primera temporada. Es, en primer lugar, la crítica principal a la serie: si Emily es la representación del americano ingenuo, ¿por qué su ejecución no explora estas vertientes con suficiente detenimiento?
Lo que se especuló como un posible lavado de dinero para la plataforma streaming fue formalizándose para bien y para mal. Desde la primera parte de su cuarta temporada, pareciera que Emily Cooper (Lily Collins) abraza la idea de esa identidad clichosa. Entre la inconsistencia de atuendos y la exploración no-explorada de la gran variedad dentro de su pequeño closet, Emily in Paris asume con valentía autoreconocer su posición en la televisión contemporánea. Mientras que la absurdidad de las situaciones con el pasar de las temporadas iba transformando la serie en sí, se podría cuestionar cómo su protagonista se mantenía firme en su americanidad, pero redescubriendo lo que significaba ser una empleada a tiempo completo sin la constante preocupación de un visado fijo.
Si Emily Cooper sabe exactamente quién es, ¿por qué su guion no permite que se pierda en la ciudad que le permite hacerlo? La cuarta temporada comienza con una seguridad temática que hace que el programa se sienta redimible. El montaje incorpora una visión moderna, con efectos visuales que acentúan la publicidad como punto de partida, una tonalidad contextual que sus actores adoptan en sus deliveries, y una vez más, entendiendo que toda esta extravagancia es tan on-the-nose que ha permitido tres temporadas de juego para asentarse al fin.
A través de esta última temporada, Emily se entrega a sus deseos más íntimos. Al fin escoge (y vuelve a decidir en el transcurso de tres episodios) al amor de su vida, establece límites entre su vida amorosa y el trabajo, y está convencida de que París es su hogar. Precisamente aquí es cuando todo andamiaje crítico se convierte en una letargia. Emily ya ha usado estos mismos zapatos en múltiples ocasiones (reconociendo que nunca ha repetido un solo atuendo) y aunque no le queden, sus guionistas juegan con todas las posibilidades para hacerla entrar en razón. Es una de esas decisiones creativas que van de la mano con una idea muy presente en la serie: cómo Emily no tiene identidad fuera de sus relaciones interpersonales -y en la temporada donde más se caracteriza un estilo más identitario: patrones sólidos, colores oscuros que contrastan su piel pálida, su cabello slick-back, zapatos y chaquetas statement-. Omitir el tema de la moda cuando se habla de Emily in Paris es obviar un esfuerzo de cuatro temporadas, pero entonces, ¿por qué Emily pierde protagonismo?
Podría reflejarse en que su elenco brinda matices específicos a la ingenuidad de Emily. Su mejor amiga Mindy (Ashley Park) es la definición de extravagancia por su personalidad y variación de colores neones en sus atuendos; su jefa Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu) es firme y fría, pero apasionada por su trabajo, sus parejas y el buen uso de un traje entallado a la perfección acentuando la cintura; y Camille (Camille Razat), la expareja de uno de sus amores, lleva los labios delineados de color rojo mientras autosabotea sus relaciones por su indecisión. Las mujeres en Emily in Paris tienen sus propias tramas, son mujeres extranjeras con enfoques y metas muy distintas a las de su protagonista. El problema yace en cuando estas historias constantemente son entorpecidas por la inconclusión de más subtramas de otros personajes con direcciones igual de entorpecidas. Entonces, Emily está condicionada a entender sus situaciones y socorrer a sus amigas. En ser la heroína desamparada.
La segunda parte llega en el momento más oportuno, debido a que la incorporación de un nuevo interés amoroso se siente repetitivo, aunque presente un nuevo planteamiento: ¿es París el sitio ideal para su protagonista? Con la decisión de aislarse de gran parte de su elenco, encontramos a una Emily en un nuevo territorio. Así, se resalta por completo los aspectos más característicos de su persona y cómo reconoce al fin cómo su vida se ha dictado por su propio esfuerzo y entrega a su trabajo y a la idealización de la ciudad. Es en el primer episodio cuando esa catarsis toma forma. Emily rompe con su pareja actual y se encuentra casualmente con su exnovio inglés, quien ha podido establecerse en París y retomar su vida inesperadamente. Es este momento cuando Emily entra en razón: ella también se siente estancada. Es esa vulnerabilidad en la ambientación lo que permite conectar por un milisegundo con la serie, antes de ser inevitablemente cortada por un cambio de plano abrupto que no pinta nada.
La serie en general es una ilusión óptica, donde el self-awareness juega un rol importante con la cámara. El enfoque en transiciones en figuras (referencia a la bandera francesa tornada a la italiana), la secuencia de sus títulos dentro del universo, y la poca imaginación en los encuadres reflejan por qué el programa se conforma con cumplir con las convenciones de su plataforma. En esta era actual, se habla del camp como un elemento introspectivo que, cuando utilizado con intención, propone ideas que apuntan a tendencias actuales o hasta trascienden el canon. Con eso dicho, en lo elevado de esta temporada, Emily in Paris puede que esté cada vez más cerca de encontrar un suelo firme para expandir sus horizontes, pero hasta que no ataque las interrogantes que constantemente plantea, la serie se continuará sintiendo como un experimento televisivo. Con eso dicho, sea un contenido de culto o no, la serie usa sus mismas pretensiones y estereotipos a su favor para compensar todo lo demás. Porque entre tanta confusión y desconsuelo, a veces unx solo quiere que comience a nevar justo cuando tu expareja te comentaba que se consideraba un milagro cuando sucedía.
Emily en París T4 (Emily in Paris S4, EEUU, 2024)
Creado por: Darren Star / Dirección: Andrew Fleming, Peter Lauer, Erin Ehrlich / Guion: Grant Sloss, Liz Eney, Prathiksha Srinivasan, Joshua Levy, Joe Murphy / Música: Gabriel Mann / Fotografía: Seamus Tierney / Edición: Alex Minnick, Veronica Rutledge, Jesse Gordon, Rachel Ambelang, Elizabeth Merrick, Dylan Eckman, / Reparto: Lily Collins, Philippine Leroy-Beaulieu, Ashley Park, Lucas Bravo, Camille Razat, Samuel Arnold, Bruno Gouery, William Abadie, Lucien Laviscount, Paul Forman, Arnaud Binard, Kevin Dias, Jin Xuan Mao, Pierre Deny / Plataforma: Netflix