EL GANGSTER, EL POLICÍA Y EL DIABLO
¿Un pecado para redimir?
Quien se acerque a El gangster, el policía y el diablo encontrará exactamente lo que su título promete, una efectiva película de acción, medio policíaca, medio de mafias. La trama es consistentemente básica, un detective y un gánster deben unir fuerzas e inteligencia para atrapar a un asesino en serie aficionado a dar puñaladas nocturnas. Ambos son unos duros e implacables hombres de principios antagónicos, o al menos durante su inicio. Sin embargo, la retahíla de cadáveres cada vez más insistente obliga a ambos líderes a dejar de lado sus diferencias por un “bien común”.
De acuerdo, obviando la superficialidad del argumento que, lejos de plantearse la legitimación moral de la violencia y el asesinato o la ineptitud de un sistema en el que la corrupción campa a sus anchas, decide alinear simbólica, formal e ideológicamente la justicia callejera y la de los tribunales, la acción se desarrolla a buen pulso. Los disparos, elemento consustancial al género, es sustituido por los cuchillos y los puñetazos, por el enfrentamiento físico cuerpo a cuerpo. Este hecho, que podría parecer anecdótico, es esencial. Obliga a los personajes a relacionarse en las distancias cortas, donde la tensión, las miradas y los encaramientos son más propicios. La frialdad de un disparo a quemarropa o a treinta metros de distancia se sustituye por la fisicidad de un cuchillo que corta el aire, de un hueso quebrado al caer contra el suelo o de los cristales rotos que se encallan en la carne.
Pero el ritmo no viene sólo marcado por las peleas. La mirada, que no cesa de moverse salvo en algunos detalles, se fracciona, viaja y retorna manteniendo la emoción, y la atención, de forma trepidante. El lenguaje convencional, pero bien usado, camufla los desaciertos del guion e incita a dejarse llevar por el ritmo vertiginoso, caótico, de este juego de detectives y mafiosos. Así, gracias a las sensoriales atmósferas visuales que generan los trabajados colores de la fotografía, se puede oler el repugnante sótano del asesino, la decadencia gris de la burocrática comisaría o la suntuosidad, entre sanguina y dorada, de la mansión del capo. Es decir, el disfrute estético, puramente plástico, se alía con algún que otro chascarrillo seco y divertido al modo surcoreano para evaporar la posible profundidad temática y trasladar la atención a la superficialidad de la trama. Los ejercicios reflexivos que otros autores, como el consagrado Bong Joon-ho con Memories of murder (2003), disponían sobre las contradicciones del género policiaco o el declive ético de la violencia, son inabarcables en esta película.
Todo encuentra su razón de ser en el imperativo, casi dogmático, de hacer avanzar los acontecimientos. Y es exactamente ahí, en la renuncia a escarbar en los personajes, a no cuestionar los hechos, ni permitir que el espectador dude de las decisiones, donde germina la principal virtud del filme, el entretenimiento puro. A pesar de que la película no habitará un lugar especial en la memoria, sus 107 minutos son considerablemente disfrutables. Las peleas, el suspense y el acabado técnico provocan un embelesamiento tal, que sólo al finalizar, cuando todos los cabos son atados y las venganzas consumadas, surge tímidamente la pregunta de, ¿los hombres pueden ser realmente diablos?
El gangster, el policía y el diablo (The Gangster, the Cop, the Devil. Corea del Sur, 2020)
Dirección: Lee Won-tae / Producción: Jang Won-seok, Seo Kang-ho y Jung Cheol-ung (para B&C Group, BA Entertainment) / Guion: Lee Won-tae / Música: Cho Young-wuk / Fotografía: Park Se-seung / Montaje: Heo Sun-mi y Han Young-gyu / Reparto: Ma Dong-seok, Kim Mu-yeol y Kim Sung-kyun