Sitges 2017

SITGES 2017: LO MÁS RARO

Sitges 2017

El cine de género es un terreno abonado para la anormalidad, para lo extraño y lo insolito. Aunque muchas propuestas se dediquen simplemente a recoger el patrón marcado por otros, cada año llegan a las pantallas algunas películas que son capaces de romper el molde, ofreciendo una experiencia insólita. No se trata siempre de películas redondas (aunque sin duda mejores que estas), y en muchos casos puede que ni siquiera vayan a crear escuela, pero desde esta entrada queremos recoger aquellos títulos del Festival de Sitges 2017 que han conseguido algo ni mucho menos fácil: ser inesperadas.


DAVE MADE A MAZE, de Bill Watterson (Premio Noves Visiones One)

Que exista una película que coge ciertos elementos de la sensibilidad mumblecore y los introduce dentro de un remake encubierto de Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986) es ya razón suficiente para considerarla como una rareza. Más raro, sorprendente y gratificante aún es que la película, hasta cierto punto, funcione.

Con una evidente escasez de medios pero mucha imaginación, Dave Made a Maze cuenta la historia de un joven que construye un laberinto de cartón en su salón… y se pierde dentro de él. Cuando su novia y sus amigos se enteran, deciden adentrarse en el laberinto para rescatarle, descubriendo que lo que por fuera parecía un conjunto de cajas ensambladas con cinta adhesiva es en realidad un gigantesco complejo poblado por extrañas criaturas y lleno de trampas mortales. El director se vale de este punto de partida para jugar con el cine de aventuras de los 80 al tiempo que reflexiona sobre lo necesaria pero también peligrosa que puede ser la fantasía infantil en los adultos. Con estos mimbres, la película resulte más honestamente ochentera que muchos de los homenajes al cine de Hollywood de los 80 que han inundado las pantallas en los últimos años. Dave Made a Maze entiende de qué iban película como Dentro del laberinto o Gremlins (Joe Dante, 1984) y por eso es capaz de llevar a cabo una respetuosa e inteligente labor de deconstrucción de esos materiales.

Si decía que la película funciona hasta cierto punto es porque, a pesar de su ajustado metraje, la historia no es capaz de mantener el impulso inicial y se va desinflando según avanza. Donde la primera mitad resulta punzante en su retrato del treintañero desencantado y aburrido y fascinante en su recuperación de la imaginación desbordante del mejor cine “ochentero”, la segunda mitad cae en cierta complacencia que, unida a que sus responsables parecen irse quedando sin ideas, lleva a Dave Made a Maze a caer en el estancamiento. Al final, la sorpresa inicial se disipa, convirtiéndose en la frustración de ver algo tan prometedor quedarse sin resuello cuando estaba tan, tan cerca de la meta. Con todo, una rareza más que recomendable.

Pablo López

A GHOST STORY, de David Lowery (Premio a mejor fotografía)

El último trabajo de David Lowery (después de la descafeinada Pedro y el dragón) es una ruptura importante con el cine de terror más comercial. Donde otras se dedican a coquetear con planteamientos distintos o a plantear desarrollos más o menos metafóricos, A Ghost Story se lanza de cabeza al peligro, planteándose con honestidad como una rareza extravagante y poética. Una película silenciosa y opaca, no tanto de terror como sobre el horror de la no-existencia; desde una perspectiva lenta y dolorosa, de tiempo paralizado e, irónicamente, en continuo movimiento. Hemos visto mil veces el mundo de los muertos, pero pocas desde una vuelta de tuerca tan radical y, a la vez, cercana. Desde la claustrofobia y la apatía, transmite verazmente el estancamiento vital; la sensación de estar muerto y con algo que no te permite progresar. La epifanía como símbolo de metamorfosis. De este modo, el discurso de la muerte acaba girando, irónicamente, sobre la vida. Lowery se permite riesgos, se atreve a buscar con valentía cierta trascendencia.

Reconocida la originalidad de su planteamiento, la cara B de A Ghost Story es que a los cuarenta minutos ya está todo contado; y se debe, precisamente, a su originalidad. Cuando comienza el periplo del fantasma la película comienza a volar alto, pero no tarda en evidenciar que es incapaz de llegar más lejos. El desarrollo se estanca en un limbo que deja momentos inquietantes y poéticos, como las charlas con el fantasma de la casa vecina, pero que no puede avanzar porque no hay ningún lugar al que llegar. La ambición del planteamiento hacía que empujar esta historia más lejos se convirtiera en un desafío duro, pero resulta decepcionante que la propia película plantee el escenario de juego y sea incapaz de jugarlo. No ayuda a ello cierto tono pedante que se escapa en algunos momentos, en los que la poesía se materializa y vulgariza en diálogos con la sutileza de una pedrada. La lentitud, que tanto aportaba al discurso, empieza a convertirse solo en un ejercicio de paciencia, y los saltos temporales, muy interesantes al comienzo por el juego de espejos meta-referencial, no tardan en desinflarse, y acaban siendo una excusa sin demasiada justificación para llegar al cierre.

Ninguno de estos defectos priva a la película de sus virtudes, pero la acaban convirtiendo en un experimento fallido que deja cierta sensación agria de poder haber llegado a mucho más. Como corto o mediometraje, A Ghost Story habría sido excelente, puede que incluso histórica. Como largometraje se queda en una idea interesante y desaprovechada, cuya sombra, no obstante, es lo bastante larga como para incrustarse en el imaginario del género un tiempo. Veremos cuánto.

Antonio Serón

CANIBA, de Verena Paravel y Lucien Castaing-Taylor

En 1981, Issei Sagawa fue detenido en París mientras trataba de deshacerse del cadáver de una de sus compañeras en la Sorbona, a la que había asesinado, mutilado y devorado parcialmente. Declarado mentalmente incapaz, fue internado en un centro psiquiátrico. Al poco tiempo, se le diagnosticó erróneamente una enfermedad terminal y se le concedió su regreso a Japón. Como en su país natal no tenía causas pendientes, desde entonces vive como un hombre libre bajo los cuidados de su hermano. Sagawa se ha convertido en una figura mediática en Japón, y todavía hoy mantiene sus fantasías caníbales. Verena Paravel y Lucien Castaing-Taylor se desplazaron hasta su casa para entrevistarle e indagar en su caso, su vida y su mente.

Esa es la base de Caniba, pero no esperéis una simple entrevista con una persona hablando a cámara e imágenes de archivo. Como ya anticiparon en el celebrado documental Leviathan (2012), Paravel y Castaing-Taylor no son unos documentalistas al uso. Hay una parte de entrevista, claro está, pero con una puesta en escena que derriba todas las convenciones establecidas. Primerísimos e interminables planos se fijan sobre detalles de la cara del caníbal, pero la imagen no se centra en ellos sino que se desenfoca creando la ilusión de masas deformes de carne. Los silencios son tan largos que ahogan las escasas palabras que salen de la boca de un anciano prácticamente inválido y senil, que se queda dormido mientras nos mira, en un plano estático que terminó con la paciencia de más de un espectador del festival. La sensación de estar ante un vegetal, ante un cuerpo sin alma, toma un significado más profundo cuando una asistenta (no sabemos si enfermera o prostituta) relata la historia erótica de un zombie. El muerto viviente come carne humana con un instinto animal, casi sexual. Un mito que cuadra perfectamente con la experiencia de un Issei Sagawa que, como los zombies, se consume y se debilita al no poder saciar su hambre.

A continuación es su hermano Jun el que toma las riendas del filme, y se desata la locura. Jun Sagawa se anima enseñándonos un manga ilustrado por su hermano Issei en el que relata su crimen con dibujos de corte infantil (aunque extremadamente gráficos). Después nos muestra una sex-tape del mediático caníbal con lluvia dorada explícita incluida (gracias a Dios, la pornografía en Japón se muestra con la zona de los genitales pixelada) y, a continuación, enseña  a cámara sus propios vídeos caseros en los que se autolesiona con cuchillas, alambre de espino y fuego. Y, recordemos, él es el que está a cargo de un reconocido antropófago mentalmente inestable.

De la incomodidad inicial pasamos a la incredulidad, al asombro y al rechazo visual de unas imágenes que superan la locura de los hechos a los que, supuestamente, nos íbamos a enfrentar. Y para terminar tan inclasificable propuesta por todo lo alto, qué mejor que algo tan característico de Japón como un karaoke. La folie de The Stranglers pone el broche con su letra cruzando la pantalla en colores brillantes, como si fuera una broma macabra: “Sa copine, elle etait si douce qu’il pouvait presque, en la management rejeter tous les vices” (“Su novia era tan dulce que, durante la digestión, podía rechazar todos los vicios”).

Fran Chico

LU OVER THE WALL, de Masaaki Yuasa

Lu Over the Wall podría ser la versión loca y descocada de Ponyo en el acantilado. En el pueblo pesquero donde vive Kai existen antiguas leyendas acerca de sirenas y tritones que habitan sus aguas y que, según cuentan, se sienten atraidos por la música y el rapto de inocentes. Pero un día, ensayando con un grupo de música, Kai y sus amigos conocerán a la sirena Lu, a quien le crecen piernas al ritmo de la música para poder bailar y cantar. Lu sólo quiere ser amiga de todos, pero cuando en el pueblo se enteran de su existencia todo se complica despertando antiguos prejuicios y rencores, viejas maldiciones y la oportunidad del pueblo de integrarse en la modernidad. La historia y los personajes parecen de un relato más en el que Japón lidia, a su manera, con los conflictos entre la tradición y la modernidad, como en muchas películas del Studio Ghibli. Pero con Masaaki Yuasa de animador todo se convierte en una excusa para entregarse al desenfreno y a las ganas de vivir y  de celebrar el poder de la música y la animación.

Por lo que parece, Lu Over the Wall es la película más convencional de Yuasa.  Mucho más que Night is Short, Walk on Girl, que también pudo verse en esta edición de Sitges. Pero bajo esa apariencia se encuentra el espíritu renovador de un director para el que las normas están para romperlas. Incluidas sus propias normas. Y es que Lu Over the Wall responde a la loca voluntad de mostrarlo todo. Si en algún momento se dice que la madre del abuelo de Kai fue secuestrada por una sirena, antes o después acabaremos viéndolo en imágenes. No hay nada más peligroso para el realismo y la figuración que está necesidad esquizofrénica de mostrar. La misma que en pintura socavó los límites de la perspectiva y la representación en el cubismo.

Yuasa combina distintos tipos de animación, entre la caricatura de una tira cómica y el virtuosismo más espectacular, pasando por todas las formas en que la emoción y la fantasía de un relato pueden distorsionar al dibujo que pretenda representarlas (el primer encuentro musical de Lu con el pueblo es verdaderamente genial). Aparentemente,  cada forma de dibujo corresponde a un nivel narrativo, pero a Yuasa le importan tan poco sus propias normas como cerrar y apuntalar los arcos narrativos. La película apunta con ligereza a muchos conflictos íntimos, sociales e incluso metafísicos, pero si Lu Over the Wall consiste en otra versión del mito romántico del «Ocaso de los dioses», como lo eran Ponyo o La canción del mar, es una versión muy atípica; en donde importa mucho más la simple estimulación, para unos, o, para otros, el derroche de pasión e inventiva a los pinceles.

Alberto Hernando

5 comentarios en «SITGES 2017: LO MÁS RARO»

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