Sitges 2019

SITGES 2019: LO MÁS RARO

El festival de Sitges siempre es un buen lugar para descubrir nuevas formas de entender, hacer y ver cine. Todos los años hay películas inclasificables que desafían a la lógica cinematográfica, y este año (como en 2017 y 2018) hemos recopilado algunas de ellas.


Yves (Benoit Forgeard)

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Jerem (William Lebghil) quiere ser un rapero de éxito y salir de la casa de su abuela localizada en una zona suburbana. Quiere hacer todo lo que se le niega por fracasado: ligar, ir de fiesta, tener dinero y ser admirado. Un día una empresa tecnológica de electrodomésticos inteligentes contacta con él y le ofrece participar en un estudio sobre su nueva nevera. Esta debe conocer las necesidades de su propietario, antes que él mismo, y anticiparse a sus deseos con un tiempo prudencial. Jerem acepta la oferta al descubrir que todo lo que pida al frigorífico se le concederá gratis. La premisa es sencilla y los personajes que viven en el mundo de la ficción Yves son esquemáticos. Ambas cosas facilitan una sátira contemporánea amable y sin pretensiones.

Siguiendo la estela del subgénero fantástico del hombre contra la máquina, el filme crea una comedia que cuestiona la naturaleza del individuo pasivo, soñador, común e insaciable. Es cruel en sus chistes, pero se ablanda con el tratamiento del amor fluido que va más allá de la carne y de los huesos y emana hacia el vidrio y el acero inoxidable para volver al cuerpo humano. Se echa en falta cierta valentía en la puesta en escena, el cineasta prefiere la sobriedad en los movimientos de cámara y el montaje de plano/contraplano manteniendo la lógica académica para favorecer el entendimiento del material narrativo contenido en los diálogos y lo discursivo de las letras de las canciones del rapero y el improvisado coautor, el frigorífico.

La comercial Jo (Doria Tiller) acaba siendo el motivo amoroso de hombre y máquina y la realidad femenina se transforma en la fuerza discordante de una amistad inesperada para dar finalmente forma a la trieja perfecta. Yves no da lecciones profundas, quiere reírse de todos (también de sí misma) y es cierto que provoca momentos divertidos, sin embargo, no es suficiente para ser retenida en la memoria.

Ricardo Galvis


Jesus shows you the way to the highway (Miguel Llansó)

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Una mezcla de Matrix, Origen, James Bond, Power Rangers y Kárate a muerte en Torremolinos con un presupuesto ínfimo recaudado entre España, Etiopía, Estonia, Letonia y Rumanía. La nueva propuesta del inclasificable Miguel Llansó se encuentra dentro de los límites de una sesión de Cutrecon y, al mismo tiempo, de un festival de autor como Filmadrid o Márgenes, donde se ha alzado con una Mención Especial del Jurado de la sección Escáner.

Un agente de la CIA bajito y jorobado se tiene que infiltrar virtualmente en la inteligencia artificial Psychobook para derrotar al virus Unión Soviética (Que tiene la cara de Stalin), pero acaba por error en Beta Etiopía, donde junto a Jesucristo tendrá que luchar contra la corrupción de un Batman negro. Como veis, un argumento impredecible y estrafalario en el que Llansó abusa de la sobreactuación, el doblaje impostado, el cartón piedra y una estética retrofuturista de mercadillo. El humor se basa en la incomodidad, la descolocación y el absurdo. Bajo todo eso, se podría adivinar una crítica a una sociedad alienada por lo digital y las nuevas tecnologías. O no. El caso es que da igual. Llansó afianza en su segundo largometraje los referentes de Jess Franco y Pedro Temboury, construyendo poco a poco una carrera en los márgenes de todo lo predefinido del cine español.

Lo mejor, la justificación del título “Jesús te muestra el camino hacia la autopista”.

Fran Chico


Le daim (Quentin Dupieux)

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Quentin Dupieux propone en su última película Le daim un chiste condenado a la repetición y parece que el eterno retorno es un rasgo estilístico del cineasta si se observan los finales del resto de sus películas. Sin ir más lejos, en su anterior filme, Bajo arresto (Au poste!, 2018), el protagonista se asombraba de que toda la detención sufrida fuera el argumento de una obra teatral de la que no sabía que formaba parte, para luego volver a ser detenido por el mismo policía-actor y terminar en el principio. En Le daim se nos presenta a un hombre vacío (Jean Dujardin) que al comprar una chaqueta de piel de ciervo y recibir de regalo una cámara de vídeo define el propósito de su vida: destruir todas las chaquetas del mundo y filmar el acto para crear una película.

El propietario de la chaqueta se vuelve su esclavo y mantienen conversaciones mediante ventriloquía que Dupieux filma en planos fijos manipulando el enfoque a conveniencia y abriendo pequeños encuadres a partir de espejos y las pantallas de ordenadores y televisores que proyectan lo grabado: selfies improvisados y el asesinato de todas las personas que no quieren entregar sus abrigos. En medio de toda esta vorágine de sinsentido surge un personaje femenino, una camarera que tiene preparación universitaria en edición de vídeo, interpretada con frescura por Adèle Haenel, que asume el proyecto de filmación como ejercicio artístico propio.

En Le daim la fijación por la extravagancia gratuita se contrapone a la transitoriedad de unos caracteres horadados que aceptan con alegría todo aquello que se les ofrece, aunque no puedan mantener. No hay aprendizaje, toda moral queda suspendida y el estado de felicidad es pasajero, porque lo único que persiste es la suma de los objetos: un ordenador, una cámara, una chaqueta de piel de ciervo.

Ricardo Galvis


Zombie Child (Bertrand Bonello)

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Dos películas en una, entrelazadas por varias generaciones de una misma familia. Bonello utiliza la historia real del haitiano Clairvius Narcisse (el documentado caso sobre un hombre que fue dado por muerto, enterrado y posteriormente utilizado como mano de obra de esclava “zombi” gracias a una mezcla de narcóticos, paralizantes y sustancias psicotrópicas) para relatarnos un coming of age sobre su bisnieta adolescente, que trata de integrarse en un instituto francés de gran renombre.

Mezclando ambas historias con el ritmo hipnótico característico del cineasta francés, la historia de terror clásica (ya adaptada, a su manera, por Wes Craven en 1988 en La serpiente y el arcoíris) y el drama juvenil contemporáneo de “niñas bien” se funden en torno a la magia vudú y a sus ritos, exponiendo un cambio cultural hacia el materialismo, las apariencias y el egoísmo acomodado. Un poco como el propio mito zombi, otrora una amenaza real de ser enterrado en vida y ser utilizado como esclavo, ahora reconvertido en mascota comercial de la cultura popular.

Fran Chico


After Midnight (Jeremy Gardner, Christian Stella)

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Un plano secuencia de varios minutos recoge el largo monólogo de Abby (Bea Grant) en el que le explica al desesperado Hank (Jeremy Gardner) por qué se largó tanto tiempo de casa, por qué estando lejos dudaba de si volver a la casa junto a él. Hank no se había mostrado tan inactivo hasta ese momento particular de la película. No se trata tampoco de un hombre dinámico, pero había hiperactividad psicológica que se materializaba en escenas retrospectivas con luz cálida encuadrando el pasado romántico de la pareja. Él parece revivirlas en su soledad, mientras en el fuera de campo hay una horrible criatura luchando por entrar en la casa para matar a Hank. Eso es lo que nos dice el diseño de sonido de una película modesta que mezcla, orgullosa, elementos de géneros tan dispares como el terror y la comedia romántica.

Cuando ella llega necesita ese tiempo de reposo, la cadencia de un plano sostenido para sincerarse, una pausa que es un aparte. Y los cineastas se lo conceden. After Midnight es la película de unos creadores que escuchan a sus personajes, que huelen sus ambientes y saborean las atmósferas que los mantienen cautivos. Hay respeto y cariño, se siente que lo que buscaban expresar es sincero y les apremia hacerlo. Es, en definitiva, un filme tremendamente personal, que goza de libertad solo cercenada por unos recursos económicos pobres. Para sortear los límites de un capital de producción reducido, limitan la acción en una casa del campo de Florida y su exterior, fundamentalmente.

El largo monólogo de Abby encuentra su correspondencia en una liberadora escena musical en la que Hank canta Stay (I missed you) de Lisa Loeb. Lo que debería haberse quedado como una escena sin temor a la vergüenza acaba siendo un chiste frustrante, la deriva de un gesto esperado de violencia que anuncia la ironía brutal de los cineastas y su disposición al juego con el espectador.

Ricardo Galvis


Antrum: The deadliest film ever made (Michael Laicini y David Amito)

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Falso documental sobre “la película más mortal jamás creada”, una cinta maldita al estilo de la aparecida en Cigarette Burns (John Carpenter, 2005), o del libro de La novena puerta (Roman Polanski, 1999), dividido en tres partes. En la primera, una serie de entrevistas nos ponen en situación: Antrum fue creada en un momento indeterminado de la década de los 70 en la Europa del Este. La identidad de su director sigue siendo una incógnita. Hasta su desaparición en 1993, todas las personas que lo vieron murieron en extrañas circunstancias, incluidos los asistentes a su proyección en un cine de Budapest en 1984 que ardió hasta quedar en cenizas. Ahora, Laicini y Amito dicen haberlo encontrado, y por supuesto nos lo van a presentar.

Tras un mensaje de aviso que, básicamente, se resume en “si ves la película y te mueres, no nos denuncies”, Antrum resulta ser un mediometraje ambientado en un “bosque de los suicidios” estadounidense, en el que una pareja de hermanos menores de edad acude al supuesto lugar donde cayó Lucifer a la Tierra para intentar abrir una puerta al infierno y despedirse así de su mascota, recientemente fallecida. Alejada de la estética de otras películas malditas como la de The Ring (Hideo Nakata, 1998), repleta de imágenes perturbadoras y un montaje frenético, en Antrum se apuesta por la ambientación y el mal rollo escénico, convirtiendo el bosque en el mismísimo infierno a medida que van avanzando los 7 rituales que realizan los hermanos. Pero todo se queda en un quiero y no puedo, casi una excusa para justificar que los minutos lleguen a la duración de un largometraje, como demuestra la vergonzosa tercera parte en la que los “autores” del filme desgranan las decenas de imágenes y textos subliminales que aparecen a lo largo del metraje encontrado, subrayando un mensaje que, hacía ya un buen rato, no daba para más.

Fran Chico


 

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