A SILENT VOICE
Una maravilla por sí sola
Sentencias como “la alternativa a Studio Ghibli”, “el sucesor de Miyazaki” o similares no dejan de escucharse cada vez que se estrena un título de animación japonesa que da que hablar. Si bien la admiración por este gigante del anime se remonta a finales de los 80, prácticamente desde que irrumpió en el panorama con la fuerza de cualquiera de sus heroínas protagonistas –el Oscar en 2002 para El viaje de Chihiro (2001) terminó de asentarla-, estas frases están a la orden del día desde que, en 2013, Miyazaki anunció su retirada. Ya en 2016, tan cálida fue la acogida general de Your name, de Makoto Shinkai, que tanto a creador como a creación se le colgaron las etiquetas que abren este párrafo. El año pasado, a las alusiones a Studio Ghibli se sumó otra con la que destacar los títulos más importantes del género: “la nueva Your Name”. Infinitas sentencias comparativas de este tipo no dejan de escucharse cuando se habla del cine de animación japonés, muchas de ellas aparentemente basadas en la suposición de que una sola entidad es la creadora y poseedora del único anime cinematográfico de calidad –sin entrar a criticar el error común de asociar los productos de la casa únicamente con Hayao Miyazaki, dejando fuera a excelsos artistas como el cofundador del estudio Isao Takahata-. En este contexto, nos disponemos a analizar la última víctima de dicha etiquetación sistemática: A Silent Voice, que para muchos críticos es “la nueva Your Name” (para otros tantos, lo es Lu Over the Wall, y para algunos, ninguna de las dos, mientras que muchos directamente no consideran que ello sea baremo alguno). Pero, ¿realmente es tan buena?
Existe un drástico entrenamiento actoral que consiste en exponer al actor o actriz a sus debilidades, sus temores, sus traumas y sus miedos hasta las últimas consecuencias, con el fin de construir sobre un folio en blanco la personalidad de diferentes personajes, tras haber debilitado casi por completo la del intérprete. Pues bien, podríamos decir que el inicio de A Silent Voice se basa en el mismo principio: durísimo tanto por lo argumental como por su realismo, te abrasa por dentro para poder construir después sobre las cenizas un crisol de sensaciones tan rico como humano. Así pues, la sensibilidad propia del cine nipón -a la que un servidor jamás se cansará de alabar- no es unilateral en este caso, sino que se presenta disfrazada de un amalgama de sentimientos que ayudan a definir tanto el tiempo narrativo de la película como las diferentes fases de la vida de un personaje que realmente madura frente a nosotros, que crece como persona orgánicamente ante nuestros ojos. Así, ira, felicidad, miedo, tristeza, nostalgia, amor, crueldad y compañerismo articulan los códigos cinematográficos del mejor drama y de una nada desdeñable comedia, desvelan una película que nos hace sufrir, reír y sonreír (que no es lo mismo) a partes iguales, y configuran el contorno de un gran globo de agua que va rellenándose a lo largo de todo el metraje para acabar explotando en forma de final epifánico. Todo el contenido sentimental del globo se vierte sobre el espectador, todo queda desvelado, el camino ha llegado a su fin y no ha sido en balde… es entonces cuando uno se percata de que el globo que ha explotado no se encontraba fuera de él, sino más bien dentro, muy dentro. Un final realmente enternecedor sin abuso ni artificio.
Mientras lleva a cabo magistralmente tan ardua empresa, Naoko Yamada no resta importancia a la realización, apostando por la estética de los planos sin renunciar en ningún momento a la coherencia narrativa, de la que destaca el inteligente uso del aire en las composiciones. Y sí, el detallismo del que goza el diseño de producción del largometraje es digno del mejor Ghibli; pero si hablamos de su cinematográfica puesta en escena, tal vez sería más acertado mencionar al magnífico Mamoru Hosoda; y si lo hacemos de la construcción psicológica del protagonista, podemos encontrar algunas de las inquietudes del gran Satoshi Kon en una versión más costumbrista. La calidad de su banda sonora es la propia del género: el cuidado y el sentimiento que les ponen los japoneses a la música de sus animes (ya sean películas o series) nos han regalado infinidad de piezas extraordinarias con las que podríamos comparar las no menos maravillosas partituras de A Silent Voice, compuestas por el joven Kensuke Ushio.
Este film llegó a nuestros cines el pasado viernes, y mientras muchos afirman que es el Your Name de este año uno se pregunta, más por morbo que otra cosa, si para 2019 se habrá acuñado ya la frase “la nueva A Silent Voice”, o si algún día se dejará en paz el nombre del maestro Miyazaki y nos limitaremos a disfrutar su obra, dejando de lado baremos y comparaciones. O, mejor aún, si permitiremos al extraordinario mundo de la animación nipona crecer en infinitas direcciones y explotar (y explorar) todos sus matices, en lugar de limitar su extensa producción a un parecido común basado en que, como Studio Ghibli es fabuloso (indudablemente), toda cinta de su género pretende asemejarse a su estilo.
A Silent Voice (Koe no katachi; Japón, 20176)
Dirección: Naoko Yamada / Guión: Reiko Yoshida (Manga: Yoshitoki ?ima) / Producción: Toshio Iizuka, Shinichi Nakamura, Nagaharu Ohashi, Ryuhei Takashima, Kensuke Tateishi y Mikio Uetsuki para Kyoto Animation / Música: Kensuke Ushio / Fotografía: Kazuya Takao / Edición: Kengo Shigemura / Dirección artística: Mutsuo Shinohara
Pingback: Crítica de Tu color, de Naoko Yamada. Revista Mutaciones