GREEN BOOK
Edulcorar la Historia
Green Book tiene algo de aquel mosquito fosilizado con restos de sangre de dinosaurio que da vida al interminable mundo de Parque jurásico (Steven Spielberg, 1993), porque en realidad, esta comedia dramática es una cápsula temporal que juega a dar vida a una época y a una situación social a la que no se puede volver en tono amable. Peter Farrelly, el director estadounidense que, junto a su hermano Bobby, dio vida a películas como Dos tontos muy tontos (1994) o Algo pasa con Mary (1998), realiza una inocua historia que olvida que entre el blanco y el negro existe el gris.
Basada en hechos reales, el metraje presenta una entrañable relación de amistad entre dos personajes radicalmente opuestos, un blanco y un negro que surcan, en 1962, el sur profundo de los Estados Unidos. Un cuentista y glotón italoamericano del Bronx da vida a la figura de Tony Lip (Viggo Mortensen), un zafio racista al que le toca sobrevivir haciendo de chófer y guardaespaldas del virtuoso y elegante pianista Don Shirley (Maheshala Ali), un negro aplaudido y vitoreado encima de los escenarios pero que tiene que comer y mear poco menos que en la caseta del perro. El dúo de antónimos que dibuja Peter Farrelly funciona gracias a la chispa de atracción generada en la estupenda interpretación de sus dos actores y al rítmico guion que coescribe junto a Brian Hayes Currie y Nick Vallelonga (hijo del original Tony Lip), pero pierde músculo en la utilización amable del cliché y el estereotipo a favor de resoluciones blandas y complacientes que recuerdan a películas como Criadas y señoras (Tate Taylor, 2011) o Figuras ocultas (Theodore Melfie, 2016).
Green Book “se disfruta”, uno puede sentarse en la butaca, olvidarse del mundo guiado del montaje invisible y dejarse llevar de la edulcorada historia al ritmo de Chubby Checker o Aretha Franklin mientras desciende kilómetros abajo hacia el infierno segregacionista hasta arriba de pollo frito. Sin embargo, uno no tarda mucho en torcer la sonrisa al caer en la trampa de una película que intenta contar la exclusión de un negro desde el punto de vista hegemónico de un blanco muy orgulloso de sí mismo. Y todo bajo una intensa capa de ese maquillaje o barniz hollywoodense que niega las identidades y rugosidades de una road movie que sigue un itinerario marcado por el Green Book del título. Aquel libro era una guía anual de viaje escrita por el cartero neoyorkino Víctor Hugo Green que ponía en el mapa aquellos hoteles y establecimientos que aceptaban a los “de color” como clientes.
Tal vez, negar las asperezas de la historia y ponerlas en clave de comedia a favor del fragor de una relación de amistad sea para muchos el gran acierto, no obstante, para otros, probablemente sea un error. Y es que el barniz tiene la capacidad de preservar el estado de las cosas bajo la fina capa que las envuelve, cumpliendo su cometido cuando hablamos de objetos inanimados que tienen que sobrevivir al impacto físico de la atmósfera. No obstante, ¿cómo escapa una película, que quiere ser transparente, a la historia? Peter Farrelly, en Green Book, hace gala de ese estilo límpido y cristalino que tanto gusta a la Academia, pero nunca fue tan encantador atravesar el racismo de los Estados Unidos en un Cadillac durante la década de los 60.
Green Book (Estados Unidos, 2018)
Dirección: Peter Farrelly / Guion: Peter Farrelly, Brian Hayes Currie, Nick Vallelonga / Producción: Jim Burke, Brian Hayes Currie, Steven Farneth, Peter Farrelly, Jonathan King, Kwame Parker, J.B. Rogers, John Sloss, Octavia Spencer, Nick Vallelonga, Charles B. Wessler / Diseño de producción: Tim Galvin / Música: Kris Bowers / Montaje: Patrick J. Don Vito / Fotografía: Sean Porter / Reparto: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Linda Cardellini, Sebastian Maniscalco, Dimiter D. Marinov, Mike Hatton, P.J. Byrne, Joe Cortes
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