1º ANIVERSARIO DE REVISTA MUTACIONES
Un crítico, una película
Revista Mutaciones cumple su primer año de vida. ¿Qué leches hacemos para celebrarlo? Podríamos irnos de cañas como todo el mundo… De hecho, os prometemos que eso haremos. Pero, ¿qué leches hacemos para celebrarlo con vosotros, o dicho de otra manera, qué escribimos? Había infinitas posibilidades y no se puede decir que ninguna sea la correcta. Había que decidir y, si te gusta el cine, hay una decisión que nunca quieres tomar. Elegir una película, solo una. En nuestro caso, como no podemos ni queremos olvidar que escribir crítica también es una forma de hacer cine, hemos decidido escribir sobre una única película (obra audiovisual, para ser más precisos). Unas pocas lineas sobre algo sin lo que no seríamos como somos y sin lo que, muy probablemente, no estaríamos aquí.
Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990)
El universo cautivador, tenebroso y excéntrico de Tim Burton me abrió las puertas al mundo del cine con Eduardo Manostijeras (1990), un cuento melancólico cuyo protagonista es Johnny Depp. En la película queda plasmado el estilo lúgubre del director, que ya había filmado Beetlejuice (1988) y Batman (1989), combinado con colores vívidos y estampados alegres propios de una fábula fantástica. Tim Burton y el compositor Danny Elfman formaban un maravilloso equipo de creación artística y diseñaron un mundo extrañamente novedoso y peculiar en la época de los 90. En un pueblo donde priman los cotilleos y donde lo más excitante que le puede suceder a la gente es la llegada de alguien nuevo, Eduardo aparece como un niño noble que se corrompe a causa de las mentiras urdidas por los demás. Los habitantes reflejan la sociedad opresora e invasiva que ataca al diferente, marginándolo y haciéndole incapaz de amar con libertad.
Sherezade Atiénzar
Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)
Si echo la vista atrás e intento encontrar ese momento en el que mi cerebro hizo click y empezó a ver una pantalla de cine de una manera diferente, probablemente estaría más perdida que Dory en el océano buscando Sídney. Sin embargo, sí que sabría decir a qué sonaba ese instante, y tiene nombre y apellidos: Ennio Morricone. Las delicadas melodías de cuerda y viento me transportan a Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988) y al pequeño Salvatore. Son pura emoción que representan la infancia con ese piano alegre, el paso del tiempo con los violines dulces, la tragedia con un agresivo y mordaz violín, la madurez a un tempo más lento, la admiración por un mentor con un delicado piano, la melancolía con un violín sincero, el amor juvenil con las animadas trompetas o el pasado que vuelve para pegarte en la cara con el sonido grave del oboe. Pero no solo se queda ahí, sino que la película narra a la perfección lo que es amar algo realmente, desde la más tierna infancia, un amor que no entiende de lugares, de edades o de clases sociales, pues, al fin y al cabo esa es la magia de esto. Y es que, «ahora el cine es solo un sueño».
Elena Canorea
Perdidos (J.J. Abrams, Jeffrey Lieber, Damon Lindelof, 2004-2010)
En 2004 la velocidad media del ADSL en España era de 512kbps, YouTube no existía y Netflix alquilaba DVDs en EEUU por correo postal. Solo seguíamos las series que echaban por la tele, como 7 Vidas y Los Serrano. No habían nacido ni Cuatro ni La Sexta. Y entonces llegó Perdidos (Lost) a Fox, en Digital+. Los que teníamos descodificador corrimos la voz sobre una adictiva y extraña serie de una isla con osos polares. Abonados y no abonados empezamos a verla en VOSE (algo que nunca habíamos hecho) para devorar los capítulos cuanto antes. La creación de J.J. Abrams, con Damon Lindelof y Carlton Cuse dirigiendo la mesa de guionistas, nos “obligó” a aprender lo que era un spoiler, un flashforward y un cliffhanger. Se crearon comunidades online de debate (Twitter no surgiría hasta 2006) sobre significados ocultos, referencias y teorías. Miles de personas de todo el mundo sentimos la necesidad de ir más allá de las imágenes para tratar de descifrar una serie de televisión. Cambiamos nuestros hábitos de consumo audiovisual y, de paso, nos convertimos en críticos sin saberlo. Aunque terminara siendo una chufla (que lo fue)… Perdidos, contigo empezó todo.
Fran Chico
Deseando amar (Wong Kar-wai, 2000)
Este trabajo fue realizado sin un guion previo, y es que su poder sensorial es tal que sobran las palabras. Tampoco necesitan hablar los personajes para crear un torrente emocional arrollador en las escenas más poderosas, de igual forma que el filme renuncia a la lógica narrativa para regalar un desconcertante embeleso a nuestros sentidos, algo a medio camino entre el sueño y el recuerdo, o puede que uno de ellos, o tal vez ambos… ¿Cómo diferenciar lo pasado de lo soñado? Es igual, lo importante no es lo que se cuenta, sino lo que nos hace sentir. El maestro hongkonés teje la delicadeza más embriagadora al combinar una personalísima puesta en escena con unas imágenes de tanta belleza onírica como plasticidad y una música de apabullante naturaleza nostálgica. Todo en la cinta rezuma una reminiscencia que enfrenta a los sentidos con la lógica porque, aunque las palabras no lo digan en ningún momento, hay algo en la atmósfera que nos hace añorar un pasado que ni siquiera nos pertenece ni sabemos si existió. La mayor poesía visual jamás recitada.
Martín Escolar-Sanz
Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948)
Es difícil decir algo nuevo de una de las películas clave del neorrealismo italiano. El filme te transporta a la Italia de la posguerra donde Antonio Ricci, un obrero que corre desesperado por las calles de Roma, busca al hombre que robó su bicicleta. El hijo de Antonio correrá torpemente detrás de su padre, intentando seguirle el ritmo. Ladrón de bicicletas pone el foco en uno de los muchos obreros de la época y narra un accidente cotidiano, aparentemente banal, como es el robo de una simple bicicleta, y que a pesar de esto, garantiza un empleo al padre de familia. De Sica logra que el drama social eclipse a la realidad a través de los personajes. Y es que, al finalizar la película, el protagonista sigue como al principio, sin bicicleta, pero camina por Roma al mismo paso que su hijo, dados de la mano, tras haber intentado robar una bicicleta. A ojos de su hijo Antonio ha pasado de héroe a villano. Ladri de biciclette (Ladrones de bicicletas en italiano) se tradujo al español como Ladrón de bicicletas perdiendo parte del mensaje que le otorgó el crítico André Bazin «En el mundo en el que vive este obrero, los pobres, para subsistir, tienen que robarse entre ellos.»
Silvia Estévez
Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997)
Tras un perfecto mundo de sonrisas, focos, preciosos vestidos y aplausos, se esconde detrás de la máscara de idol una mujer ingenua pero segura del cambio que quiere en su vida. Nina está dispuesta a dejar atrás todo un mundo con tal de llegar a donde quiere, enfrentándose a todo tipo de personas y a sí misma. Desde la primera escena sobre el escenario, hasta el anuncio de la separación de su grupo CHARM, Satoshi Kon presenta al personaje principal y la vida que rodea a este a la perfección, dejando ante todo bien claro sus valores. Pero no será hasta la mitad del film, cuando una escena marque el antes y el después de la protagonista y del propio espectador. Las luces que ciegan la visión no impiden que ocurra lo inevitable. Una espiral de realidad y sueños parece no tener fin y las locuras de Satoshi Kon se convierten en el día a día de Nina. No existe ningún fanático de la animación que no conozca la película y al director tras esta. Kon me marcó con sus ideas y estilo, pero Perfect Blue me conquistó con su fanatismo por la vida.
Marina Ferrera Lazo
Fort Apache (John Ford, 1948)
Valga Fort Apache en representación de John Ford, y John Wayne frente a la ventana diciendo a los periodistas que se equivocan: no solo será recordado el General Thursday, sino también aquellos que murieron por él en un absurdo enfrentamiento con los indios. Porque cambiarán los nombres, pero el regimiento permanece. Siempre recordaré esta bella escena que antecede al “print the legend” y donde ya se apunta a la mentira bajo la leyenda, a sus motivaciones íntimas y pequeñas tragedias. Pero la gesta militar del Coronel ciego por la gloria, su pasado y el desprecio a los indios, es solo una parte de Fort Apache, y no arranca hasta bien avanzada la película. Hasta entonces, se insinúa un tímido romance y se muestra la vida en el universo cerrado de un regimiento en la frontera, donde cada uno tiene asignado un rol, un rango, un espacio y una función. Pero la comunidad funciona únicamente porque la disciplina es permeable a la vida y a las individualizaciones de lo privado. Allí llega con su hija de ojos brillantes el rígido y dogmático General Thrusday, un hombre sin mujer -se intuye un pasado trágico- y al que solo le restan el honor y la gloria. La disciplina y la vida se enfrentan entonces, con muchos matices y ningún maniqueísmo. Y allí tiene lugar esta tragedia de un gran hombre que vivió equivocado y se convirtió en leyenda.
Alberto Hernando
Un hombre sin pasado (Aki Kaurismäki , 2002)
Una cinefilia tardía tiene consecuencias negativas: la que más viene al caso es el hostil recibimiento a la primera película de Aki Kaurismäki que pude ver, Juha (1999), guiado por la incredulidad de quien cree que una obra silente con argumento folletinesco supone un anacronismo insoportable. La consecuencia positiva es que, pocos años después y con la mirada más limpia, menos resabiada y más educada, el recibimiento a Un hombre sin pasado tuviese las consecuencias de una epifanía casi infantil y ensanchase la capacidad admirativa hasta lo infrecuente en alguien ya demasiado desengañado. En Un hombre sin pasado estaba el perfecto dominio de una técnica cinematográfica, un cromatismo bellísimo, unos personajes oscilando entre los límites del arquetipo por un lado y del absurdo por el otro, una música inolvidable y decisiva y mucho cine silente: los gestos, los rostros y la ambientación superaban en significación a cualquier diálogo. Y, por encima de todo ello, la dignidad en una derrota que nunca supone el final: Un hombre sin pasado es solo un comienzo.
Mario Iglesias
El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003)
De todas esas películas que te hacen volar a otro universo fantástico, El señor de los anillos es, sin lugar a dudas, la más real y sincera de todas ellas. Aun así, pese a la originalidad y el cuidado con el que está diseñada la Tierra Media, no todo el mérito recae sobre la figura de su creador, Tolkien. La trilogía dirigida por Peter Jackson creó una comunidad inquebrantable dentro y fuera de la gran pantalla, una aventura emocional y sobrecogedora donde el cine reescribía el concepto de familia, esa que abre generosamente las puertas a todo aquel que lo necesite. Cuando se estrenó La comunidad del anillo (2001) se inició un relato épico lleno de belleza, un viaje mágico e inmenso, un viaje lleno de dificultades que superar. El señor de los anillos es casi una lección de vida, una de esas historias que se recuerdan con nostalgia, ya sabéis, de esas “historias que llenan el corazón porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas”.
Patricia Marín
Los siete samuráis (Akira kurosawa, 1954)
Hay unas pocas películas en la historia del cine que solo puedo considerar como un milagro. Los siete samuráis es una de ellas, una historia de casi cuatro horas sin un gramo de grasa, en la que cada elemento está perfectamente detallado, cada plano meticulosamente encuadrado y delimitado en montaje. Es el resultado de un equipo lleno de talento comandado por una cabeza brillante, un Akira Kurosawa dispuesto a no dejar ni un solo aspecto al azar. Y, sin embargo, y este es el milagro, la película no resulta artificiosa ni encorsetada. Más bien al contrario, respira vida y está llena de contradicciones que la convierten en la película de aventuras más fascinante jamás rodada, una experiencia inagotable que se transforma una y otra vez cada vez que la veo, tan poderosa que su fuerza resiste incluso al visionado en peores condiciones. Cuando alguien dice que una película no te puede cambiar la vida, yo sonrío para mis adentros mientras pienso que, de alguna forma que no soy del todo capaz de explicar, Los siete samuráis cambió la mía.
Pablo López
Harakiri (Masaki Kobayashi, 1962)
Sirva este breve texto para dar merecido homenaje a una de mis películas favoritas de todos los tiempos y la que me hizo cambiar radicalmente mis preferencias cinematográficas hacia los ritmos (los contrastes, la pausa, la sonoridad del lenguaje, la espiritualidad) del cine nipón, mi verdadera pasión desde hace ya muchos años.
Harakiri, del magnífico -e injustamente olvidado- director Masaki Kobayashi, es una historia de venganza que plantea una resistencia al poder inamovible y se atreve a cuestionar el rígido código de honor japonés, aún vigente hoy en día. La película cuenta con una arquitectura de planos exquisita e innovadora en la que las diagonales y la banda sonora entran en conflicto constantemente con la rectitud de la tradición, y en la que se entremezcla la estética del cine clásico japonés con las formas y discursos de la nueva ola. Además, cuenta con una de las escenas de lucha mejor rodadas del cine de samuráis. Una película perfecta.
Daniel Reigosa
Fellini, 8½ (Federico Fellini, 1963)
No hay una única respuesta a qué es el cine. Personalmente, no sabría cómo responderla más que citando a otros muchos o… viendo Fellini 8½. Aunque pueda parecer una salida igual de fácil que la de Gustavo Adolfo Becker con la poesía, creo que en el arte no hay mejor forma de responder que con preguntas y, en esto de la duda y la búsqueda, la octava película y media de la carrera de Federico Fellini supone un regalo inalcanzable. Narrando la historia de un director de éxito bloqueado ante su próximo proyecto, el genio italiano se confiesa más que nunca protagonista de su historia. Fellini nos muestra sus sueños, sus recuerdos y su presente, nos habla de sus amores (el deseado, el rutinario y el escapista), de la relación con su equipo, con sus actores y con su propia creación. Todo ello de la mano de una cámara que no para de exprimir sus posibilidades con el espacio, rompiendo los límites entre las realidades del relato. Fellini 8½ es un documental y es una ficción, es una confesión sincera y la mayor fantasía jamás inventada. Lo es todo sin decir nada. Quizás la respuesta en palabras sea “Asa Nisi Nasa”.
Rafael S. Casademont
El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013)
Isao Takahata era un hombre de la tierra, de sensibilidad melancólica y dócil. Era inseguro, no sabía dibujar y levantar cada película le llevaba una década. Podrían decirse muchas cosas del cuento de la princesa Kaguya pero quizás todas se resuman en una secuencia: Kaguya, mortificada de oír a los cortesanos burlarse de ella a sus espaldas, echa a correr hacia los campos, buscando volver a su vida sencilla. Takahata siempre se las apañaba para conseguir, al menos, un momento rompedor en técnica y estilo que hiciese un nudo en la garganta. Esta secuencia, para el que suscribe, no solo puede ser la más brillante de su carrera, es uno de los instantes más hermosos jamás rodados. Un cañonazo construido sobre la sutileza. La meticulosidad de Takahata era legendaria y El cuento de la princesa Kaguya es la quintaesencia de ello. Es su película total; clásica y vanguardista, contenida y desbordante. Su canto de cisne. Ojalá este fuese el final de todos los grandes.
Antonio Serón
Dolor y dinero (Michael Bay, 2013)
Después de casi 20 años glorificando el modo de vida estadounidense, Michael Bay dinamitó cualquier idea que se pudiera tener de su cine con Dolor y dinero (Pain & Gain. 2013). ¿Una crítica mordaz a los monstruos que genera el neoliberalismo? ¿Un juego deshonesto por parte de un director genial en la forma pero carente de ideología? De lo que no cabe duda es de que Bay es de todo menos un zoquete. Quién sabe si en realidad toda su filmografía es, en el fondo y desde el principio, nada más que el retrato amargo de la sociedad pacata y superficial en la que le ha tocado vivir.
Yago Paris
El guateque (Blake Edwards, 1968)
“A mí me gusta la risa, hace que el mundo gire, es bueno reír” Esta frase sale de la tímida pero disparatada boca de Hrundi V. Bakshi, el torpe protagonista interpretado por un genial Peter Sellers. Blake Edwards bordó en 1968 una de las comedias más divertidas de la Historia del Cine, y lo hizo con medido gusto por la sonrisa, la risa y la carcajada. Durante el metraje de hora y media hay material de sobra para estos tres estados de la alegría. El guateque, como casi toda fiesta, es un edén terapéutico que hace de la comedia un lugar que habitar. Con suaves movimientos laterales de cámara, a través de elegantes y pausadas tomas largas, se consigue aprovechar a la perfección la arquitectura circular que brinda el vanguardista chalet en el que se desarrolla la acción a golpe de gag. Así, y al compás de la plácida y sutil banda sonora generada por Henry Mancini, se celebra con hilaridad un festival físico y visual capaz de llevar el slapstick a sus cotas más refinadas. El patoso protagonista vuelve a decir en un momento dado: “Es estupendo reírse. Maravilloso”.
Enrique Pérez Acosta
El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950)
Cuando exploré por primera vez la mansión de Norma Desmond, me sentí como un niño que se adentra en una casa encantada. Todo en aquel fastuoso mausoleo me arrastraba hacía un enigmático hechizo de expectación que nada tenía que ver con sapos y brujas. Era capaz de oler hasta la naftalina de los armarios. Ese mágico misterio era el del propio cine. Billy Wilder vertió dramatismo, picardía y humor por doquier en un incorrupto blanco y negro, atrayendo consigo interpretaciones milenarias y diálogos atemporales donde todo estaba perfectamente detallado. Una fantasía donde el meta cine explora las imposturas de su ego. Magia, pura magia. La atmósfera parece especiada por un perfume caro que arrastra consigo un hedor de muerte y anhelo. Todo hipnóticamente aderezado con la mirada de Gloria Swanson, que no pudo evitar tintar con su autobiografía algunos detalles de la historia. Y es que El crepúsculo de los dioses (1950) debe entenderse como el propio cine explicando sus añoranzas y deseos. Como su luz brilla tan intensamente que deslumbra y borra de nuestras mentes los tesoros del pasado en un fatídico ocaso. Si realmente quieren buscar huevos de pascua en una película, atrévanse con esta.
Álvaro Pérez Fernández
La Boda de Muriel (P.J. Hogan, 1994)
Un filme que consigue ser un gran éxito comercial en Australia y catapultar a su director hacia la meca del cine, Hollywood. Una comedia anti-romántica que además supera la superficialidad comercial. Y es que Muriel no es fea ni muy guapa, ni delgada ni obesa, a veces es mala y otras buena, se mueve en las medias tintas y no existen concienzudos razonamientos de por medio. Una apuesta, que a pesar de lo facilona que resulta a simple vista, se sitúa lejos de estereotipos y enfrenta las situaciones frívolas con hechos complicados que resuelve sin dramático efectismo. Ligera y simple en su escritura audiovisual (no hay tiempos muertos ni profundidad en los personajes), Hogan presenta un producto auténtico que consigue calar, sin parecer, casi proponérselo. Así como Abba vive vigente en muchos corazones, Muriel, por su presencia icónica, también habita el mío.