LAS HIJAS DEL FUEGO (Pedro Costa) y TRÁILER DE UNA PELÍCULA QUE NO EXISTIRÁ JAMÁS: GUERRAS DE BROMA (J.L. Godard)
Pellizcos
No es habitual encontrar en salas de cine, fuera de tres o cuatro dirigidas a un público cinéfilo muy concreto y en ciudades muy concretas, obras que dejen en el aire un cierto desasosiego, un por qué, un para qué. Unos interrogantes que, por una cuestión de salud crítica, nos propongan el ejercicio de dudar de la misma naturaleza del cinematógrafo, aunque solo sea por sobrevivir en el hábitat audiovisual tan saturado que nos ha tocado en suerte. Porque, en el fondo, el poder sentarse en una butaca y ver pasar los apenas nueve minutos de Las hijas del fuego (2023) de Pedro Costa o los veinte del último legado que el mítico Jean-Luc Godard nos dejó antes de su fallecimiento, Tráiler de una película que no existió jamás: Guerras de broma (2023) supone un ejercicio de examen, una cuestión cuasi existencial, urgente, abierta a un espectador necesitado de mirar desde otros ángulos la narrativa audiovisual inmediata y bulímica en la que estamos inmersos. Hablar de espectador en singular es hablar de sociedad en plural.
Planteado como un ejercicio en el que el enunciado queda necesariamente sujeto a que las obras se exhiban (en sala) en sesión doble, vinculadas, el orden escogido nos obliga a que la mirada transite desde el primitivismo hasta el límite de la esencia misma del cine, en una forma despojada de lo prescindible. Un primitivismo que acerca la propuesta del lisboeta a los albores del arte cinematográfico, a los orígenes nacidos de un trascendido dispositivo mecánico-óptico cuando prescinde de todo montaje. Costa opta por un tríptico que divide la pantalla, tres lienzos en las que el terceto vocal de mujeres conformado por Elizabeth Pinard, Alice Costa y Karyna Gomes se enmarcan en planos fijos. Encuadres que no son sino las primeras letras aprehendidas por la narrativa visual, para acabar, más bien enlazar, con una filmación de la erupción de la isla caboverdiana de Fogo de 1951, ésta sí, de planos montados en los que la película química, paisajes y caras evocan a los coetáneos documentales de Vittorio de Seta en el Mediterráneo. La memoria que queda en el registro de lo sucedido contrasta, sitúa y contextualiza a las cantantes negras; brillantes, luminosas, que surgen de un fondo oscuro. Digitales y contemporáneas, como firma inequívoca de autoría.
A su vez, Godard nos lleva de la mano hasta las fronteras que quedan en la intersección del movimiento, la esencia de la propia naturaleza del medio, y el no-movimiento. Finas líneas dibujadas con el montaje, por la consecución en el tiempo de unos apuntes, de unas imágenes estáticas a modo de collages. Manchas de color, textos recortados o manuscritos encerrados entre dos líneas como caligrafía escolar, ensamblados por fragmentos musicales y su propia voz. Notas, comentarios y observaciones autorales para una futura película que a modo de pase de diapositivas les hace dialogar. En el límite, la vida se comprime en un fotograma, en la unidad mínima filmada a veinticuatro fotogramas por segundo.
Y no por movernos en el borde de los límites ambas cintas están carentes de narrativa, de historias que contar, de cuestiones que les acercan: el desarraigo, la expulsión forzada hacía otros destinos se presenta como un denominador común en los dos cortos. Los trotskistas depurados por la Unión Soviética de Stalin que aparecen en la novela de Charles Plisnier, Falsos Pasaportes (1937), en la que se basa la propuesta de Godard, no difieren mucho de los emigrantes o refugiados llegados desde las antiguas colonias portuguesas en su anhelo de una tierra de acogida en la que establecerse. Ni son alejadas las temáticas que subyacen, repetidas como mantras personalizados en sus respectivas filmografías, y entre las que, dentro de una contextualización bien entendida, se encuentran analogías derivadas de sus propias vivencias. La guerra de Argelia de la juventud de Godard, o la decepción nostálgica del Mayo francés encuentran su par en el desangrado de la descolonización portuguesa, la emigración hacía la metrópoli o las miserias y el cansancio por el propio devenir de la existencia. Hermanados, por tanto, en la universalidad del sufrimiento, en una canción popular ucraniana trasladada a una tragedia ocurrida en África hace más de setenta años. El barro moldeado de la historia también es forma.
Al situarnos entre extremos, entre unos límites formales por los que movernos, se nos coloca ante una experiencia narrativa (audiovisual) que cumple y sobrepasa al acto de contar una historia. Adormecidos por el tono monocorde de la ingente cantidad de material audiovisual, las dos obras, juntas o por separado, son dos pequeños pellizcos que vienen a recordarnos que la forma importa, que la imagen en movimiento es forma y que es en ésta donde reside su capacidad narrativa, lo que le distingue.
Las hijas del fuego (Portugal, 2023)
Dirección: Pedro Costa/ Guion: Pedro Costa/ Fotografía: Leonardo Simôes / Música: Marcos Magalhães / Reparto: Elizabeth Pinard, Alice Costa, Karyna Gomes.
Tráiler de una película que no existirá jamás: Guerras de Broma (Francia, 2023)
Dirección: Jean-Luc Godard/ Guion: Jean-Luc Godard, Jean-Paul Battaggia, Fabrice Aragno, Nicole Brenez/ Montaje: Jean-Paul Battaggia / Reparto: Jean-Luc Godard