EDITORIAL: (YO) NO SOY YO
(Yo) no soy yo

Entre las mil y una cosas que Nico Miseria se preguntaba en su penúltimo disco, YO NO SOY YO (2024), resonaba con fuerza la duda de cuándo había perdido a Nico, su Nico, el de Almansa, el rebelde, el cutre y el pobre. Aquel que lo había acompañado desde el principio y que cada vez se disolvía más en su proyección artística. Un interrogante que terminará por mutar a lo largo de 19 tracks en un cuestionamiento sobre la persona que es ahora, cuánto queda del yo concebido tras saltar a la esfera pública y cuánto hay del yo impostado por el panorama musical.
Lo que antes era una inquietud anecdótica, parece haberse convertido en una preocupación transversal. En un mundo en el que la sombra del artista acaba proyectándose de forma incontrolable sobre las distintas esferas sociales, el cine reciente ha realizado varios alegatos sobre la difícil conciliación del yo. No soy yo (2024, Leos Carax) es el cénit de esta reflexión. Un autorretrato que cuestiona la figura del cineasta a través de su obra. En él se suceden vanguardistas gestos de la conflictiva exploración del yo. Desde su interrogante inicial, “¿Dónde está Leos Carax?” (una enunciación que se repite en YO NO SOY YO), a una descripción externa y genérica de su persona (“blanco, hombre, heterosexual”) pasando por un acelerado montaje en busca de su padre y de sí mismo, que solamente tomará la conciencia del reposo cuando piensa en su legado a través de su hija. Mediante un vídeo casero de la niña paseando por la calle, la película respira, Carax también, y nosotros lo hacemos con ellos permitiéndonos pestañear. En la era de la futilidad de las imágenes, Carax recupera su valor y la atención del espectador mediante un poderoso alegato personal que baja revoluciones a medida que encuentra significantes.
Esta idea del pestañeo, estos valles que, voluntariamente, están introducidos en la cascada de imágenes de Carax, están también en el álbum de Nico Miseria a modo de skit. Su canción NICOLÁS, un audio de su amigo Toni Duro sobre el agotamiento de la entresemana y el peso de las decisiones del pasado, de repente, devuelve al artista a la Tierra y, al igual que el mediometraje de Carax, sirve para reflexionar sobre cómo las identidades artísticas se forjan a la carrera. NICOLÁS viene a manifestar que, a pesar de la inherente autoridad del yo impostado, el concebido puede asomarse gracias a aquellos que mantienen una cercanía con la persona y no con el autor.

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
> Juan Ramón Jiménez
Sobre esta idea tan desasosegante de que el yo impostado es el que permanecerá con el final de la vida del artista, Roland Barthes apuntaba que el autor muere inevitablemente con la presentación pública de su trabajo. Es ahí cuando el lector o, en este caso, el espectador crea un discurso sobre el autor que permanece en la esfera pública y al que se acudirá para extender o cuestionar su vigencia con el paso del tiempo. Según Barthes, no hay demasiado consuelo para Nico Miseria y Leos Carax, que abordan sus respectivos trabajos con la preocupación de que este yo impostado sea el que quede en pie. Para el teórico es un hecho. Sin embargo, con el discurrir del disco y de la cinta ambos artistas se dan cuenta de que ni siquiera su yo concebido es tan real como ellos pensaban. Simplemente es un vago recuerdo de un ideal personal y creativo. “Creo que nunca he hecho planos subjetivos”, dice la voz en off de Carax. Pronto aparece en pantalla el punto de vista de Alex en Mala sangre (1986), un primer plano del personaje de Anna y el realizador da así caza al yo concebido. La idea que tenía de sí mismo como cineasta se ve afectada.
Esta ruptura con el pasado es una constante tanto en YO NO SOY YO como en No soy yo, pues si bien ambos cuestionan críticamente el pasado (su pasado, su obra), abren vías para construir un futuro mejor que se aleje del frenesí de la industria en la que están inmersos y que recupere la fascinación del pestañeo. A lo largo de esta tarea se han enfrentado a la necesidad interna de contar que no son ellos y, a la vez, que sean sus verdaderas identidades las que lo cuenten. Una contradicción que no tiene resolución en ninguno de los dos trabajos, pero que sirve para entender que la humildad del artista llega cuando duda del reflejo que el espejo devuelve. Bajo la fragilidad de la identidad, la creación se convierte en una necesidad: un impulso inevitable por reescribirse a uno mismo y, con suerte, encontrar algo de verdad en el proceso.