EstrenosOscars 2023

LIVING

La parábola del sombrero y el columpio

Sin duda, uno de los grandes aciertos de Living (Oliver Hermanus, 2022), teniendo en cuenta el antecedente de Kurosawa (Vivir, 1952), es encuadrar la historia en un Londres postbélico que, durante los años 50 del siglo XX, todavía estaba rediseñando su urbanismo por los bombardeos sufridos durante la segunda guerra mundial, como muy bien nos muestran las desenfadadas comedias de los estudios Ealing Pasaporte para Pimlico (Henry Cornelius, 1949) y Clamor de indignación (Charles Crichton, 1947). Si en la película de Kurosawa, la reconstrucción de un país que había sufrido el primer ataque atómico de la historia de la humanidad cargaba de trabajo al funcionariado encargado de las obras públicas, en la cinta de Hermanus es la misma guerra (sólo que esta vez en el lado del bando ganador) la que provoca la rehabilitación de una ciudad arrasada por la aviación nazi cargando de trabajo a sus empleados públicos: mismo acontecimiento, distintos lados de la historia, idénticas consecuencias. Esta es la primera reflexión que se deriva de este remake.

Remake, revisión, recreación… no importa el calificativo. La elaborada narración de Hermanus, hiperbólica en su exquisitez en algunos momentos, pero certera en el desarrollo del conjunto de la obra, hace girar como un satélite al espectador alrededor de la transformación de Williams, ese funcionario impasible, indolente, y pétreo, de ritual férreo: traje oscuro y bombín que toma el mismo tren en compañía de sus colegas, subiendo ordenadamente por las escaleras del correspondiente ministerio, hasta llegar a su oficina, en la que se sienta en la misma silla ante la misma mesa oculta por docenas de carpetas que siempre ocupan el mismo puesto en el montón de expedientes acumulados. La secuencia que opera como obertura de la película es esclarecedora de este comportamiento y del ambiente del que somos testigos: hombres y mujeres dedicados en cuerpo y vida a un cometido. Ellos llevan bombín, ellas el mejor sombrero que puedan permitirse.

Living. Revista Mutaciones

La apuesta de la cámara de Hermanus en la narración de este devenir vital es más que evidente: la sumisión a una paleta cromática está puesta de manifiesto desde los mismos títulos de crédito (fieles a la tradición del cine británico de los cincuenta, tanto en su ordenación como en su tipografía), el preciosismo de su dirección de arte y el diseño de vestuario es incontestable, la efectividad y la precisión de la partitura es absoluta, las interpretaciones de todo el elenco son irreprochables. Se diría que todo el aparataje formal es tan fiel a la época que retrata que su fábula no va a poder conectar con un público del siglo XXI. Pero sí es cierto que, dentro de este corsé, la cámara se permite ciertos encuadres que destacan: las tomas de perfiles parlantes, la aparente falta de composición lógica de los personajes en el espacio, el juego con la profundidad de campo, las imágenes reflejadas en espejos, son válvulas que permiten la salida de lo que podrían haber sido gases rancios, especie de rupturas en un relato que todavía tiene algo que contar. Incluso algunas líneas del guion de Kazuo Ishiguro pueden parecer intrascendentes o banales (esas dos mujeres que hablan de futuros proyectos vacacionales en la consulta del médico) hasta que todo se acomoda al sentido último de la historia, a su moraleja.

Cuando al héroe de esta historia le roban el bombín en una feria, lo sustituye por un sombrero de ala ancha, normal en apariencia pero que destaca en el marasmo de su ambiente de trabajo. Lo singulariza. Le hace distinguirse del resto. Y él lo sabe (sabia decisión del afiche de la película) porque ha entrado en un carrusel de experiencias que nada tienen que ver con su trayectoria vital. La vida le sorprende sentado en un columpio que él mismo ha levantado. Y aquí reside otro de los grandes aciertos de la película: lo ficcional acaba cohesionado y la apuesta del cineasta, su manera de contar esta historia, deja escapar, con rotundidad, el pálpito que se escondía entre las grietas de su planteamiento formal.

Y como eje de todo ello está la formidable y contenida interpretación de Bill Nighy, actor británico de larga trayectoria y amplio catálogo de personajes, que tiene en esta película una suerte de reivindicación de su enorme talento. Las emociones de William tratan de esconderse tras la máscara, a veces pétrea, de su intérprete. Su texto, en un áspero susurro, parece no querer ir más allá de lo que es estrictamente necesario comunicar. Pero de alguna manera, su necesidad de mirar la vida desde otro lado rompe esa coraza y conmueve sin rozar el sentimentalismo. Un trabajo actoral que abraza la precisión y la rotundidad, sin hacer alardes, silencioso y honesto.

Living. Revista Mutaciones

Oliver Hermanus ha sido respetuoso con el legado de Kurosawa, es evidente; porque no quiere imponer ideas nuevas. Toma un material y le da un aire nuevo. La misma filosofía que aplico Steven Spielberg a su reciente West Side Story (2021). Porque lo que subyace en esta maravillosa parábola es una llamada de atención a la que, en estos tiempos en que vivimos al calor de las pantallas táctiles, hay que prestarle mucha atención. Hoy más que nunca.

Living (Living. Reino Unido, 2022)

Dirección: Oliver Hermanus / Guion: Kazuo Ishiguro, Akira Kurosawa / Produccion: Elizabeth Karlsen / Fotografía: Jamie Ramsay / Música: Emilie Levienaise-Farrouch / Reparto: Bill Nighy, Aimee Lou Wood, Tom Burke, Alex Sharp, Adrian Rawlins, Hubert Burton, Oliver Chris, Michael Cochrane, Anant Varman, Zoe Boyle

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