STRANGER THINGS (T2)

21/11/2017 Elena Canorea

Buena, pero no lo suficiente

Hay producciones de las que no se tienen apenas expectativas en su estreno que explotan, generando un hype tremendo, y se les exige que la fórmula mágica se repita en su segunda temporada. Pueden mantenerse en ese pedestal o caer en el “Upside down”.

Stranger Things rompió con estas expectativas y se ha armado con un ejército de fans, a escala mundial, que pedían que regresaran todos los personajes y tramas que consiguieron meterse a los espectadores en el bolsillo. Sin embargo, esta puerta hacia una nostalgia conocida y a la vez asombrosa, homenajes a Stephen King o John Carpenter, se ha quedado a medio camino entre este sentimiento de continuar la primera parte y de romper con lo ya visto. Todo sin que una u otra consiga cuajar.

Esta segunda temporada empieza lenta, con un clímax que quiere aparecer pero no llega, unos personajes nuevos que no funcionan, hilos sueltos que no llevan a ninguna parte, subtramas que sobran… A veces menos es más, y, en este caso, más ha sido menos.

Los personajes ya conocidos siguen funcionando, a alguno se le deja en un plano más distante y otros ganan matices que no se habían visto hasta ahora, pero, los hermanos Duffer han querido ampliar el elenco llegando a un agujero negro. La introducción del carácter de Max funciona, suple los vacíos del papel femenino en el grupo y no chirría, pero su hermanastro, ese personaje estridente que solo grita, está enfadado y se dedica a conducir a toda velocidad en el 80% de sus minutos, ¿realmente aporta algo? La respuesta es no. Su pelo a lo George Michael tiene más carisma que él en su conjunto. Con él y con otros personajes se muestran pinceladas de subtramas que parecen llevar a alguna parte, pero que no lo hacen y que dejan un interrogante constante que beneficia muy poco a la temporada. En definitiva, se pierde el misterio de la primera temporada, aunque no se explique hacia dónde nos llevan las miguitas de pan que se van dejando. Una ironía que decepciona.

Pero no todo es malo, la estética de los 80 se mantiene, con momentos hilarantes de empatía con la trama, el otro lado y querer traspasar la pantalla para evitar que el mal se propague. Se agradece que la iluminación, la fotografía oscura y, sobre todo, las sombras, nos transporten a un universo que consiguió enamorar en su carta de presentación. Ese universo creado por los Duffer sigue estando ahí, con su magia, pero menos brillante.

Con todo ello, un «sí pero no» en el que un listón alto se araña, pero se escapa de entre los dedos.