EDITORIAL: LA CRÍTICA O LA VIDA
La crítica o la vida
En la mayoría de los casos, ser lo que entendemos por crítico de cine ha dejado de ser una profesión para convertirse en una pasión, en una vocación cuya resistencia al paso del tiempo tiene el límite de caducidad de lo que el cuerpo aguante. A día de hoy, muchos de los que nos dedicamos a escribir sobre películas lo hacemos desde el extrarradio de lo remunerado, de un sustento económico al que accedemos a través de otros trabajos. Y son otros trabajos porque, le pese a quien le pese y aunque se pague entre poco y nada, ser crítico de cine también lo es. Es un trabajo diferente al de prescriptor, promotor o divulgador cinematográfico; empleos con los que el de la crítica se confunde con frecuencia debido, seguramente, a que toda crítica, constructiva o destructiva, supone una llamada de atención al lector ante el continuo maremoto de supuestas novedades o Hypes a consumir para sentirse al día de lo-que-hay-que-ver.
Comparemos ¿Cuántas revistas, plataformas o demás espacios exclusivamente destinados a la crítica y reflexión cinematográficas sobreviven en base a la colaboración gratuita de sus redactores y equipo de dirección? ¿Y, por el contrario, cuántos espacios de promoción o divulgación cinematográfica se ven obligadas a pagar el mismo peaje? Gran parte de la crítica cinematográfica remunerada (llena de excelentes profesionales, por otro lado) vive de las suscripciones de sus lectores, de ventas menguantes en quioscos y librerías (no en vano muchas veces especializadas) y de la publicidad directa e indirecta aportada por anuncios y reportajes sobre el mundo del cine que muchas veces funcionan como vehículos promocionales más o menos encubiertos.
Esta diferencia puede leerse desde varias perspectivas, de las que apuntaré solo dos para no aburrir más de la cuenta. La más romántica suele ser también la más narcisista: la crítica cinematográfica molesta. Su necesidad de elaborar discursos que permitan reflexionar sobre una película sin necesidad de corregirla, ni tampoco de corregir la postura del lector ante ella, toca las narices y lo que se encuentra muy por debajo de ellas a los que creen que estas reflexiones ralentizan el flujo mercantil que nos recorre de cabo a rabo. La otra, puede que más realista e incómoda para la profesión, es que si el cine o la cultura en general ha perdido su centralidad en las vidas cotidianas de parte de la sociedad ¿cómo no va hacerlo también la crítica? Para muchos bolsillos el cine es caro, y una parte (la más ruidosa en términos mediáticos) de las películas que lo componen no tardan en ser reconvertidas en “contenidos” de plataformas streaming que pueden verse sin ton ni son guiados ciegamente por algoritmos en pocos meses.
La crítica cinematográfica también se ha hecho eco de estos cambios, aderezados por los efectos positivos y negativos de Internet en la profesión. Contrastar pensamientos puede ser incómodo, y por desgracia accesible en tiempos donde los mentados algoritmos pueden darnos la razón sobre prácticamente cualquier cosa, pero en tiempos donde parece haber sido (mal) sustituida por cortísimas opiniones en Redes Sociales en el imaginario de muchas personas, la crítica, como el cine, es también un lujo. Y lo es porque no renta a ninguna de las partes implicadas: vinculados a través de la palabra escrita, ya sea en papel impreso o en el interfaz de cualquier dispositivo, crítico y lector comparten una misma condición: la precariedad.
Una precariedad sistémica con la que arrancamos un quejismo de argumentos ya conocidos pero no por eso menos ciertos, compuesto por alquileres a veces imposibles de asumir, la rentabilización de casi toda actividad humana, o un mercado laboral sin amparo a la vista, que corroe nuestro tiempo y sus posibilidades dejando, entre otras cosas fuera del ejercicio de la crítica a un creciente número de personas en riesgo de exclusión. Dentro de este orden de cosas, sus puntos de vista o perspectivas vitales desde las que reflexionar sobre una película corren el riesgo de no incorporarse a la profesión ni siquiera desde la gratuidad, tal es la falta de tiempo de la que se dispone para poder hacer algo que no sea trabajar para poder vivir.
El mecanismo que pone en marcha el ejercicio de la crítica es sencillo: muchas veces guiados por el puro ego, alguien desarrolla una reflexión por escrito y alguien lee esta reflexión que, a su vez, le hace reflexionar. Pero ¿cómo desarrollar y leer cuando el tiempo dedicado a no trabajar a duras penas sirve para descansar? Los varios empleos que deben acumular una persona para echar para adelante con su vida apenas dejan aire para emprender un trabajo reflexivo que no aporte algo de dinero a cambio. La incorporación de empleos que permitan (o prometan) una vida con dosis de tiempo no rentable obliga a elegir entre aquello económicamente útil y lo que no lo es. Y, no sin excepciones, la crítica cinematográfica suele caer en el segundo saco viéndose relegada, en el mejor de los casos, a ser un hobby en el que volcarse cuando los demás trabajos dan un respiro antes de dejarlo de lado ni que sea, paradojas del oficio, para poder ver películas.
Pero la crítica profesional tampoco va a la zaga de esta situación: la depauperación salarial del sector es más que considerable, obligando a pluriemplearse o a la omnipresencia en Redes Sociales para así garantizar el tráfico de seguidores en la publicación que les ampara lo suficientemente abundante como para, de nuevo, ser rentables. Una sobresaturación que hace que los 24 fotogramas por segundo contenidos en toda película sean demasiados para seguir el ritmo impuesto por la supuesta sed de actualidad los lectores. Lo que nos aboca a tener que elegir entre la crítica y lo demás. O, a todos aquellos y aquellas que lograron dar el salto al otro lado del muro del voluntariado, a elegir entre el consumo permanente de cine (y demás audiovisuales) a costa de tener tiempo para poder desarrollar una vida que funcione a un compás diferente.
Así que más que una editorial, ésta es una opinión escrita casi de corrido, condicionada por una agenda seguramente tan apretada como la de quiénes han hecho el favor de leerla para acabar pensando que vale, nada nuevo bajo el sol. Y pido perdón por ello a todas esas personas, muchas de las cuales probablemente críticos y críticas de cine, que aun hacen un hueco para leer textos como este. Pero es que al igual que todas ellas no tengo tiempo para pensar en mucho más.