MONOS
Criaturas de la noche
Existe en Monos (2019), el segundo largometraje de ficción dirigido por el colombiano Alejandro Landes, una imagen que remite, directa y literalmente, a El señor de las moscas, la excelente novela escrita por el británico Sir William G. Golding (1911-1993) en 1954. Un referente que va más allá de la mera cita culterana, y que evidencia una herencia moral y dramática que se extiende como una mancha de aceite por toda la película, ya que Monos parece traducir algunos de los motivos de la novela de Golding a la Colombia actual para llegar, finalmente, a lugares muy similares a los cartografiados por El señor de las moscas. Golding escribió la que es su más famosa obra (protagonizada por un grupo de niños de entre 5 y 12 años que se ven obligados a convivir sin supervisión adulta en una isla del Pacífico, tras el naufragio del navío en el que viajan, llegando a un violento enfrentamiento entre ellos) terriblemente influenciado por sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, en la que participó tras alistarse en la Royal Navy, formar parte de la persecución del acorazado alemán Bismarck, conducir una de las lanchas aliadas que atracaron en las playas de Normandía durante el Día D, y ser parte de la batalla de Scheldt con la que los Aliados intentaron liberar a los Países Bajos, mientras que Landes se sirve de algunos de los aspectos más complejos y violentos de la realidad colombiana para situar la acción de su película en un entorno muy diferente.
En su inicio, Monos tiene lugar en las imponentes montañas de Colombia, donde conviven los jovencísimos miembros de un pequeño comando guerrillero formado por Rambo (Sofia Buenaventura), Lobo (Julián Giraldo), Patagrande (Moisés Arias), Leidi (Karen Quintero), Sueca (Laura Castrillón), Pitufo (Deiby Rueda), Perro (Paul Cubides) y Bum Bum (Sneider Castro). Adolescentes todos ellos que, casi sin excepción, no superan los 15 años de edad y que, mientras de día se someten a la dura formación impartida con mano de hierro por su líder (Wilson Salazar), de noche se entregan a sus impulsos vitales con Landes entregándose a unas formas que se aproximan a lo sobrenatural. Pero su aparente buena convivencia, en gran parte sustentada por los códigos sociales propios de la guerrilla y su fe ciega en la misión de custodiar a la Doctora Sara Watson (Julianne Nicholson), hecha rehén por la organización guerrillera de la que forman parte, la cohesión del grupo se resquebraja en ausencia de su líder y entrenador, precipitándose en un nuevo ordenamiento de poder a través de un retorno al primitivismo tribal en el que se entremezclan algunos de los vicios militaristas del pasado de los jóvenes con una oscura búsqueda de la identidad grupal y personal. Bajo esta perspectiva, se diría que Landes, al igual que Golding, plantea inicialmente el conflicto bélico de guerrilla en el que se mueven los Monos como un telón de fondo que dota de sentido las acciones de sus protagonistas, como ya ocurría en su anterior e inferior película Porfirio (2011). Pero, tal y como también ocurría en El señor de las moscas, a medida que el filme se desarrolla, la guerra en la que viven los adolescentes se dibuja no tanto como una degradación de los valores humanos más elementales sino, y de forma harto interesante, como el encauzamiento de una serie de impulsos muy destructivos que son parte de la esencia más primitiva del ser humano, y que se han visto codificados y reorientados (¿y civilizados?) a través de sus rutinas militares.
De esta forma, Monos esquiva toda coyuntura histórica o social de la que parece surgir para abrazar a cambio una tesis quizás discutible, pero en cualquier caso universal en sus planteamientos, y que se ve muy reforzada además por un logrado proceso de abstracción que comienza en su guion y termina, con resultados ocasionalmente hipnóticos, en su puesta en escena. Respecto al primero de estos dos aspectos, Landes y su coguionista Alexis Dos Santos despojan a la trama de toda referencia que no sea el entorno inmediato que rodea a sus protagonistas. Una visión puramente superficial, por exclusivamente física, que desemboca en la incapacidad de los jóvenes y hasta de su rehén para contemplar su papel en la organización guerrillera a la que pertenecen. Una organización que, para más inri, es bautizada directamente así, Organización, un nombre tan opaco como puedan serlo sus objetivos o el porqué del secuestro y cautiverio de la Dra. Watson, a la que los Monos vigilan con un celo que a partir de cierto momento se torna completamente absurdo, en su falta de sentido último. Pero este grado de desapego dramático, fruto de unos personajes que orbitan alrededor de motivaciones tremendamente opacas para el espectador, se ve justificado por la puesta en escena de Landes, que lleva a la película por derroteros muy diferentes a los que parece apuntar inicialmente.
Muy beneficiado por el trabajo de Jasper Wolf como director de fotografía, y, por encima de todo lo demás, por el diseño de sonido y la banda sonora firmada por Mica Levi, el director hace del viaje de los Monos un peregrinaje que va desde la luz que recorta sus figuras en lo alto de las montañas, donde se entrenan para ser parte de una civilizada forma de extrema violencia (la guerra), hasta la primitiva barbarie que ejecutan de forma ritual en la oscuridad de la noche de la jungla con la que se confunden, algunos de ellos pintados de negro, tanto en lo físico como en lo psicológico. Una vinculación a lo telúrico como fuerza dramática motriz, más sensitiva que racional, que se convierte en una zambullida al corazón de las tinieblas a partir de un retorno al primitivismo y la naturaleza, anunciado desde el primer plano de la película (una panorámica vertical que va desde las rocosas paredes del monte hasta los Monos, que parecen emerger de la tierra) y que provoca que los rastros del mundo tecnológico venido de la ciudad, como helicópteros o lanchas motoras, provoquen en el espectador un grado de extrañeza equiparable al que parecen sentir los cautelosos e iluminados miembros del comando en su presencia.
Pero esta fascinante, por efectiva, apuesta formal tiene, como contrapartida, una cierta descompensación entre los elementos más abstractos de la película y los que parecen responder a una mayor convencionalidad. Quizás porque, de forma muy similar a la planteada por Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), con la que Monos se asemeja en lo estructural y en lo formal, el filme de Landes parece ir cortando las amarras de la causalidad racional de la que parte para navegar libremente aguas considerablemente más abstractas, convirtiéndose en una experiencia sensorial tan opaca y seductora que lo desigual del desarrollo de los momentos en los que el filme apela a la razón o la moralidad resultan comparativamente tibios. Es el caso de casi todo lo referente a los intentos de huida de la Dra., cuya importancia se va empequeñeciendo a marchas forzadas hasta provocar la impresión de que (independientemente de que su presencia haya dejado de importar hasta desde una perspectiva dramática) ni siquiera a Landes parece interesarle qué va a ser de ella. O de algunas decisiones tomadas por los protagonistas, que resultan sospechosamente convenientes en orden de atar cabos sueltos en el desigual desarrollo del guion, e incluso de episodios brillantemente ejecutados, como el ataque del comando a una pacífica familia que ha adoptado temporalmente a Rambo en su huida de sus antiguos compañeros, parecen un tanto fuera de lugar por su adscripción a un tramo del filme, el situado en su último tercio, que parece compartir con algunos de sus protagonistas su adhesión a una sensibilidad que se diría impenetrable para la razón y deslumbrante para los sentidos. Una espectacular recreación del Mal como forma de vida que, gracias a la fascinación que transmite su puesta en escena, amplia la universalidad de sus tesis a este lado de la pantalla, chirriando con la desaventajada perspectiva moral que se concreta en el último plano del filme, homenaje mudo al Horror referido por el Coronel Kurtz en el mentado film de Coppola. Aunque eso no invalide, en ningún caso, a Monos como experiencia, ni tampoco como película capaz de brindar algunas imágenes tan enigmáticas como memorables.
Monos (Colombia, 2019)
Dirección: Alejandro Landes/ Producción: Alejandro Landes, Fernando Epstein, Santiago Zapata y Cristina Landes/ Guion: Alejandro Landes y Alexis Dos Santos, sobre una historia de Alejandro Landes/ Fotografía: Jasper Wolf/ Montaje: Ted Guard, Yorgos Mavropsaridis y Santiago Otheguy/ Diseño de producción: Philliph Legler/ Música: Mica Levi/ Reparto: Sofia Buenaventura, Julián Giraldo, Moisés Arias, Karen Quintero, Laura Castrillón, Deiby Rueda, Paul Cubides, Sneider Castro, Wilson Salazar, Julianne Nicholson.
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