HOLY MOTORS
El acto de ver
Holy Motors (Leos Carax, Francia, 2012) supone toda una experiencia estética en la que lo representado y las formas adquieren una significación transversal cada vez más profunda a medida que el discurso avanza. En un ejercicio, en absoluto pasivo, de pensar las imágenes, el espectador se verá empujado a convertirse en lector de las mismas, penetrando a partir de un preciosismo exótico de la imagen hacia un entendimiento más vasto y hondo de la condición humana y sus contradicciones.
La forma que plantea Carax para su película será a través de episodios autoconclusivos (todos empiezan y terminan) aparentemente independientes, únicamente ligados mediante un extraño hilo conductor: unas limusinas que hacen las veces de demiurgo sagrado, los “Holy Motors”. Lo sublime de esta propuesta se revelará cuando estos “motores sagrados” conecten los diferentes espacios por los que transita el protagonista, donde lo onírico y lo lisérgico se confunden: su personaje virará de asesino a amante, de actor de efectos especiales a monstruo de las cavernas, de mendigo a padre preocupado, etc. De qué manera esta belleza performativa del actor en sus distintos roles vitales y personajes nos cautiva y acerca hacia la belleza de la vida, con todas sus sombras y contradicciones, será uno de los pensamientos esenciales y más sugerentes sobre el que girará el sentido interno del film.
El carácter fuertemente reflexivo de la película asomará casi desde los primeros fragmentos que componen el prólogo, donde una sala de cine abarrotada de espectadores que nos miran cuestiona la relación entre el observador-observado (nosotros) y su objeto de visión (el cine). Esto es: los espectadores somos observadores de una película que a su vez nos observa a nosotros, ya que, al mismo tiempo, estamos siendo observados por los propios personajes-espectadores que nos miran desde esa pantalla, y que al igual que nosotros, se encuentran sentados en las butacas de una sala de cine. La pantalla se convierte así en un espejo en el que el espectador puede verse reflejado. De esta manera, se arroja cierta cuestión: ¿es la vida la que mira al cine o es el cine el que mira la vida? King Vidor lo resumía del siguiente modo: “El cine es la vida. Y la vida es el único objeto del cine. Para conquistar el cine, debemos saber conquistar la vida, llegar del hombre a Dios, para retornar, después, al hombre con Dios”.
En la película de Carax se venera la vida igual que se venera al cine. Esta idea es atravesada mediante un lenguaje único que el director logra simbólicamente, rompiendo, entre otras fórmulas, con la cuarta pared. Es un filme que funciona a modo de una gran matrioska, en la que los diferentes mundos que la componen se relacionan subordinándose entre sí; esto es: el cine dentro del cine que a su vez es visionado detrás de otra pantalla de cine. La película supone todo un ejemplo de la vanguardia y la rebeldía cinematográfica más contemporánea.
Holy Motors (Leos Carax, 2012)
Dirección: Leos Carax / Guion: Leos Carax / Producción: Pierre Grise Productions, Théo Films, Pandora Film, Arte France Cinéma, WDR / Arte / Fotografía: Yves Cape, Caroline Champetier / Montaje: Nelly Quettier / Música: Neil Hannon / Reparto: Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue, Michel Piccoli, Elise Lhomeau, Jeanne Disson, Leos Carax, Nastya Golubeva Carax, Reda Oumouzoune, Zlata, Big John.
Pingback: Cosmopolis (2012), de David Cronenberg. Revista Mutaciones