SIN TIEMPO PARA MORIR
Bo(rro)nd y cuenta nueva
El trayecto de Daniel Craig como el 007 más tosco del siglo veintiuno ha sido uno que, en mayor medida, ha servido como una reinterpretación del personaje. El romance y posterior tragedia que se plantea en Casino Royale (Martin Campbell, 2005) es un elemento clave en la construcción de este nuevo James Bond. Sería imposible no calificarlo de romántico cuando lleva arrastrando el peso de una pérdida durante cinco películas en las que, según la circunstancia, ese trauma vertebra el todo de sus acciones y su trabajo.
De modo que no se debería considerar Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2021) como un inesperado cambio de paradigma para el personaje, sino como la evidente, chillona y desvergonzada traca final sin miedo al qué dirán y al extremismo en estos aspectos tímidamente explorados en las anteriores entregas.
Este Bond siempre ha querido romper con las cadenas que lo amarraban a una saga estancada en un estilo que dejó de gustar para apelar a la generación de Jason Bourne, de Jack Bauer, pero también a la de Solid Snake y Sam Fisher. De Muere otro día (Lee Tamahori, 2002) a Casino Royale puede que haya solo tres años de diferencia, pero parecen siglos. La intención de mutar al personaje fue clara desde el principio, solo que parece que Fukunaga y Waller-bridge parecen haberse dejado de medias tintas y haber optado por llevar al límite todas las posibilidades en su universo de espionaje rudo y elegante.
La película parece un paseo por la cosmogonía Bond encapsulada en una fantástica aventura totalmente lógica dentro de las barreras de la realidad de Craig. Pasa sin despeinarse a través de una trama que a ratos parece sacada de una de los disparates de las de Pierce Brosnan, con tics del humor de Roger Moore y la realidad burocrática, que ha servido como cimiento para estas últimas entregas, de Timothy Dalton. Todo ello al servicio de una trama que es totalmente prescindible, más interesada en regalar momentos memorables, secuencias trepidantes y personajes carismáticos. ¿Puede haber algo más Bond que eso?
Aún con todo, ahí es quizás donde se encuentra su talón de Aquiles. La trama importa poco para el desenlace que está buscando alcanzar. El villano es una nota a pie de página que termina siendo más anecdótico que intimidante, y algo que viene arrastrado ya desde la anterior, la relación entre Craig y Léa Seydoux es poco creíble en sus mejores tramos y estorba si no fuera a parar al destino que está buscando. Lo cual es perdonable teniendo en cuenta lo extremos que han querido ser con esto de terminar la transformación de Bond en un personaje que no sea una máquina de ligar y matar sin consecuencias ni remordimientos. Algo que, de nuevo, no es exclusivo a esta película, y que le hacía falta a un personaje que lleva en el imaginario colectivo más de medio siglo.
007 siempre ha sido muy permisivo con eso de los planes estúpidos y guiones que tropiezan buscando un desenlace digno que al menos sea lo suficientemente bueno como para olvidar el resto de la peli. Empiezan fuerte, acaban fuerte y, con suerte, alguna secuencia habrá entre medias que mantenga el nervio. Pasaba en las de Dalton, pasaba con Sean Connery y con Craig, las únicas que parecen estar empeñadas en querer respirar hasta el final fueron Skyfall (2012) y Spectre (2015) de Sam Mendes. En cualquier caso, Sin tiempo para morir se le parece más a la frenética Quantum of solace (Marc Forster, 2008), de la que hereda un nervio y unas ansias de no parar que son encomiables para una película que son casi tres horas de aventura sin frenos. Casi el doble de lo que dura Quantum.
Es triste que se haya ido a la yugular de esta película por un aspecto que ha sido esencial para la modernización del personaje, y que ha estado vigente, en mayor o menor medida, en todas las aventuras de Craig. No debería ser sorpresa que esta versión del personaje haya madurado para encontrar respeto hacia sus compañeras y compañeros de trabajo, hacia sus conquistas y amoríos, cuando desde el propio final de Casino, hasta la ya mencionada irregular relación con Seydoux, ha demostrado ser un personaje capaz de sentir empatía, cariño y respeto.
Y este cambio gradual es especialmente notable en cómo reacciona James a las tragedias que le van sucediendo a su alrededor a medida que las películas avanzan. De cómo ahoga su rabia en Casino, de cómo maltrata el cadáver de Mathis en Quantum con la pretensión de profesionalidad, a cómo a partir de Skyfall es capaz de abrirse y sentirse vulnerable. Cómo en Sin tiempo para morir busca abiertamente venganza por un ser querido, y por extensión, los acontecimientos de todo el clímax de la película.
Y aun así, no es menos Bond que sus predecesores por haber llegado a ser algo más que una máquina de beber y cortejar. Lleva esmoquin, conduce un Aston Martin lleno de cachivaches y está al servicio de su majestad. Es Bond, James Bond, le pese a quién le pese.
Sin tiempo para morir (No time to die. Reino Unido, 2021)
Dirección: Cary Joji Fukunaga / Guion: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga, Phoebe Waller-Bridge / Producción: Barbara Broccoli, Daniel Craig, Chris Brigham / Música: Hans Zimmer / Fotografía: Linus Sandgrem / Montaje: Tom Cross, Elliot Graham / Dirección artística: Mark Tildesley / Reparto: Daniel Craig, Léa Seydoux, Rami Malek, Lashana Lynch, Ralph Fiennes, Ben Whishaw, Naomie Harris, Jeffrey Wright, Christoph Waltz, Ana de Armas
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