WONDER WHEEL
Luces temáticas
Woody Allen continua infatigable y mantiene el pulso año tras año, película tras película. La cabeza detrás de las gafas negras del cine, con permiso de Martin Scorsese ya que a veces se pone lentillas, elabora un melodrama de atmósfera efectista. La bella fotografía de Vittorio Storaro se encarga de encender el intermitente guion de una película que nunca llega a apagarse. Wonder Wheel está inundada de luz, una luz rasante llena de matices y modificada al antojo de las sensaciones y los sentimientos de sus protagonistas. Siempre en momentos de tránsito: un amanecer, un atardecer, el despertar de la lluvia o la rutilante atmósfera de las luces del parque de atracciones de Coney Island, es donde se va a manifestar el trágico destino de unos personajes carcomidos por la infelicidad.
Y es que la tragedia que traza Woody Allen para sus personajes es una especie de “Largo viaje hacia la noche” (de aquí la oscilación de las luces) en clara relación a la obra del dramaturgo Eugene O´Neill, autor al que se cita de forma explícita durante la película. Allen es consciente de sus neurosis, y por supuesto también de sus filias, y aquí, por contraste, encontramos a unos personajes sin la agudeza y la hilaridad de sus anteriores trabajos. El tono grave de los diálogos no pretende en esta ocasión despertar las risas y las sonrisas cómplices del espectador, sino que apuesta de verdad por generar una lectura en clave contemporánea de la tragedia clásica griega, así como de la tradición teatral norteamericana de carga social propia de Tennessee Williams. Por ello, no existe regocijo para el que mira sino, tal vez, una densa exasperación. Pleno sentido tiene que el desarrollo de la historia suceda en un parque de atracciones para hacer evidente el desfase que existe entre los que van allí a disfrutar, y los que soportan frustrados el engranaje de una noria, un tío vivo o un puesto de escopetas de feria. Paraíso y cárcel se dan la mano en el lugar de las vacaciones y las ilusiones populares.
Wonder Wheel es una obra encendida, una vela titilante e intermitente que proyecta sombras más allá de las luces. El constructo escenificado por el parque de atracciones genera unos personajes en tensión que somatizan todos sus problemas en largas conversaciones. La casa de los protagonistas principales es el embrión sobre el que gravita la gran noria de Coney Island, y es aquí donde el drama se visibiliza. La encarnación de la verdad habita en la intimidad del hogar mientras todo gira a su alrededor: el amor, los sueños, la corrupción, la familia, la mentira, la infidelidad, el crimen. El hogar es una hoguera que de forma alegórica está constantemente incendiando el hijo pirómano de Ginny, una actriz frustrada (Kate Winslet en estado de gracia) o, más bien, una camarera que alguna vez soñó con ser la musa de algún dramaturgo de éxito. Siempre con migraña (no debe ser fácil habitar en la alegría de los otros sin que sea la tuya) y abandonada por su anterior pareja, vive al amparo de Humpty (James Belushi), un hombre mayor que ella, ex-alcohólico y operador del tío vivo del parque de atracciones. Pero no solo vive esta vida, sino que Ginny habita con ilusión el romance con Mickey (Justin Timberlake), un joven salvavidas con ínfulas de escritor. La obra sigue girando al ritmo de las luces de sus personajes hasta que las casualidades de esta tragedia forman un triángulo amoroso de final sobrecogedor. El crepúsculo se acaba tornando azul noche para uno de los finales más aciagos en la obra de Woody Allen.
Wonder wheel (EEUU, 2017)
Dirección: Woody Allen / Guion: Woody Allen / Producción: Erika Aronson, Letty Aronson, Mark Attanasio, Ron Chez, Helen Robin, Adam B. Stern, Edward Walson / Diseño de producción: Santo Loquasto / Montaje: Alisa Lepselter / Fotografía: Vittorio Storaro / Reparto: Kate Winslet, Justin Timberlake, Juno Temple, James Belushi, Max Casella, Michael Zegarski, Tony Sirico.