VERSAILLES
El Rey se divierte al son de música electrónica
Ya desde el comienzo, la serie Versailles se vio envuelta en la polémica debido a la decisión de sus productores de rodarla en inglés y con un reparto asimismo de origen anglosajón, toda una contradicción tratándose de una ficción centrada en la vida de la corte del rey francés Luis XIV.
Los títulos de crédito de apertura con el tema Outro del grupo de música electrónica M83 ya son de por sí toda una declaración de intenciones del espíritu que guía a la serie: historicismo combinado con estética contemporánea de videoclip. Como la pirámide de cristal y acero situada entre los edificios del Louvre. Modernidad frente a clasicismo. Una apuesta formal que siempre lleva aparejada encendidas críticas. Versailles parece beber de su fuente más directa: el film María Antioneta (Marie-Antoinette, 2006, Sofia Coppola), el cual también dividió a la crítica en su momento. Sin embargo, frente al preciosismo de este último, Versailles, aunque atenta al detalle también en su composición escénica y a la recreación de atmósferas palaciegas exquisitas, presenta un tempo más rápido que impide al espectador el detenimiento que ofrecía el film de Coppola, el deleite ante la imagen pictórica.
La serie es un fresco de la vida de la corte del famoso Rey Sol, con un decorado de excepción: las propias estancias del palacio. La misma fue rodada en el interior del edificio, al igual que María Antonieta, pero si en esta última la protagonista era la famosa reina, en el caso de Versailles (tal como indica el propio título de las serie) lo es el propio palacio, convertido en espectador privilegiado de lo que en su interior acontece a través de un grupo coral de personajes.
La trama gira en torno a la figura del rey Luis XIV, quien tuvo la idea de construir un grandioso palacio a partir del edificio original del pabellón de caza de su padre, el rey Luis XIII, situado a las afueras de París. La rebelión conocida como La Fronda (que enfrentó a los nobles parisienses contra el poder real) fue algo de lo que Luis XIV tomó buena nota siendo un niño: había que tener controlada a la nobleza lejos de sus residencias particulares. Esta iniciativa aparece recogida en el comienzo de la serie, la cual presenta a un Rey cuya autoridad se encuentra amenazada tanto desde el interior con las clases altas como desde el exterior, a través de la figura enemiga protestante de Guillermo de Orange.
Versailles recoge en su primera temporada la idea seminal del proyecto arquitectónico ideado por Luis XIV, a fin de trasladar la corte real y a la nobleza a un único palacio desde el que controlar a éstos últimos y gobernar toda Francia. La serie refleja el avance de las obras a través de estructuras de andamios desnudos avistados al fondo de numerosos planos, mientras los personajes llevan a cabo sus anhelos y sus desventuras con la rapidez de un rayo. Frente al colosalismo de su puesta en escena, la serie no da un respiro en cuanto a sus varias subtramas, en una especie de perpetuum mobile pensadas para un espectador que busca el entretenimiento insustancial bajo toda esa pompa. En esta feria de las vanidades se alternan (principalmente en sus dos primeras temporadas) los suntuosos bailes de salón, los encuentros sexuales acelerados, sucesivos fastos y el aire juguetón de la vida en los salones donde se reunía la nobleza mezclada con miembros de la realeza. Junto a lo bello, aparece también representado lo siniestro: envenenamientos donde los labios se tornan azulados, enigmáticos personajes que ocultan su identidad al estilo de los bals masqués y manieristas torturas.
La serie depara sorpresas en su primera temporada para quienes desconociesen el travestismo y la homosexualidad exhibidas con gusto ante toda la corte por parte del hermano menor de Luis XIV, el duque Felipe I de Orleans, hiperbólicamente representadas en la serie. El personaje del Chevalier de Lorraine, amante de éste, aparece constantemente como uno de los partícipes de un indiferente ménage à trois que acabará siendo aceptado sucesivamente por cada una de las dos esposas del hermano del rey, primero por Enriqueta Ana de Inglaterra y posteriormente por Isabel Carlota del Palatinado. El personaje del Chevalier es quizás uno de los que mayor sonrojo provoca viendo la serie, el cual parece en ocasiones sacado del contexto histórico de la misma, tanto por el gesto exagerado poco convincente como una tendencia a la afectación en los diálogos que favorecen en muy poco el trabajo del actor. Otra caracterización que también raya en lo ridículo es la del encargado de la seguridad del palacio, Fabien Marchal, “los ojos y los oídos del rey dentro y fuera” de aquel, cuyo rostro permanece inmutable tanto si se trata de torturar a alguien como de practicar el acto sexual. Mucho mejor está el resto del reparto, a la cabeza del cual destaca el actor inglés George Blagden (visto anteriormente en la serie Vikingos) y especialmente Stuart Bowman como ayuda de cámara de aquél. Por otro lado, no hay nada en el aspecto externo de éstos que atienda al feísmo, a esa estética del desaliño que sí recoge, por oposición, el film de La muerte de Luis XIV (Albert Serra, 2016), donde los rostros muestran el acartonamiento ocasionado por los polvos y la pesadez de las pelucas, en la línea iniciada por los cineastas Straub y Huillet. Tampoco hay rastro de las famosas estilizadas piernas del Rey Sol que orgullosamente mostraba en los lienzos de la época.
No obstante, la serie trata de mantener cierto rigor histórico tanto respecto al carácter de los personajes principales como a los incidentes en los que se vieron envueltos, si bien lo hace haciéndose eco en la narración de ciertas leyendas alimentadas en la época a partir de sucesos reales, como el escándalo del nacimiento de la tercera hija del matrimonio entre Luis XIV y María Teresa de Austria o la supuesta verdadera identidad del hombre de la máscara de hierro, la cual fue objeto de una novela de Alexandre Dumas.
La contemporaneidad de Versailles también está presente en el aspecto formal de la realización: son característicos en la misma el uso de planos cenitales que muestran personajes mientras caminan por el palacio o recorren sus escaleras, contrapicados que los encuadran desde perspectivas forzadas o travellings circulares alrededor de un grupo de personajes reunidos. El montaje paralelo que muestra escenas que suceden al mismo tiempo es otra de las apuestas formales que otorgan gran dinamismo a la narración, así como cierto uso del simbolismo: en este sentido cabe citar el momento en el que un espía protestante es ejecutado mientras tiene lugar un eclipse solar que es observado por miembros de la corte a través de unos anteojos oscuros, imagen plástica que representa la sombra que amenaza con nublar al católico Rey Sol. Sin duda esta modernidad se ve reforzada, a mayor abundamiento, por el recurso a una banda sonora que anega el tañido de los laudes en un mar de música actual: su máxima representación se halla en la secuencia que recoge la danza que Luis XIV interpretó ataviado como el dios Apolo, donde la orquestación barroca original de Lully es fagocitada literalmente por una sinfonía electrónica que acompaña a dichas imágenes, y que recoge a los músicos de la corte tocando sordamente la viola de gamba y el clavicordio. La pirámide de cristal frente al viejo edificio del Louvre.
Versailles (Francia, Canadá, 2015-2018)
Dirección: Christian Langlois; Thomas Vincent; Richard Clark/ Guion: Simon Mirren (creador); David Wolstencroft (creador) / Andrew Bampfield; Tim Loane; Sasha Hails/ Producción: Capa Drama; Incendo Productions; Zodiak / Música: Michel Corriveau; Eduardo Noya Schreus/ Fotografía: Pierre-Yves Bastard/ Reparto: George Blagden; Alexander Vlahos; Stuart Bowman; Evan Williams; Elisa Lasowski; Anna Brewster; Tygh Runyan; Steve Cumyn; Maddison Jaizani.