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VERÓNICA

La crueldad de tener quince años

Suena el despertador. Verónica se levanta de la cama y empieza a organizar el día. Como es habitual, su madre volvió tarde del trabajo la noche anterior, así que depende de ella que sus tres hermanos pequeños se duchen y desayunen antes de ir al colegio. Antoñito, el más pequeño, se ha vuelto a mear en la cama. Verónica le pide a una de las mellizas que ayude a su hermano a lavarse mientras ella cambia la ropa de cama. Al terminar, pone leche a calentar y mete la ropa sucia en la lavadora. En el edificio de enfrente, una chica un poco mayor que ella canta una canción en la ventana, moviendo el cuerpo despreocupada, como en un videoclip. Verónica la observa con fascinación, hasta que el sonido de la leche en ebullición devuelve a la joven a la realidad, regresa a la cocina y continúa con sus tareas. Cuando sus hermanos terminan de desayunar, los cuatro salen hacia el colegio. Verónica vive en Vallecas, un barrio popular de Madrid, y tiene quince años. Estamos en 1991.

Así comienza Verónica, la nueva película de Paco Plaza: con un viaje en el tiempo. El espectador entra a la sala en el siglo XXI y, cuando se apagan las luces, se encuentra a finales del siglo XX, en un Madrid analógico donde la nueva riqueza no logra ocultar la miseria de cuarenta años de dictadura. Para los que vivimos ese Madrid, los primeros minutos de la película suponen todo un impacto: ahí está, perfectamente recreada, esa ciudad que ahora nos parece tan lejana. A partir de ahí, Verónica plantea con su historia de adolescentes, posesiones y espíritus malévolos, otro viaje temporal más: el de las décadas que median entre El exorcista (William Friedkin, 1973) y Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), claros referentes de la película, y Expediente Warren (James Wan, 2013). La cinta de Wan resulta especialmente relevante aquí por sus numerosos paralelismos con Verónica: película de terror ambientada en un pasado cercano, entorno familiar al borde del colapso, sucesos paranormales en mitad de la noche, entornos cotidianos… Plaza recoge el testigo de la productora Blumhouse y construye un filme de terror tremendamente efectivo que juega constantemente con las expectativas del espectador, lleno de set-pieces cuya base son elementos banales que se vuelven inquietantes por obra y gracia de la sólida e imaginativa puesta en escena. Sin embargo, lo verdaderamente interesante de Verónica se encuentra en todo lo que orbita alrededor de la historia de terror. La marcada personalidad de la película, lo que la aleja de ser solo un competente clon de Expediente Warren, proviene de la humanidad que Paco Plaza y su equipo han conseguido incorporar al mismo esquema narrativo.

El primer gran acierto está en la decisión de narrar la historia (a excepción del prólogo y el epílogo) desde el punto de vista de la propia Verónica, logrando que el espectador se adentre en la película desde los ojos de la protagonista. Porque ese es el objetivo principal, y el gran logro, del filme. Tomándose su tiempo para que entendamos la dinámica familiar y conozcamos a los personajes, Paco Plaza y el guionista Fernando Navarro logran que comprendamos el drama de esa niña que, a sus 15 años, se ve obligada a ser madre antes que hermana y adolescente. Pero, al contrario de lo que hacía Brian de Palma en Carrie (otra película de terror sobre la adolescencia y el paso a la madurez), Verónica no trata de buscar culpables: la madre, interpretada por Ana Torrent, es solo una mujer agotada que hace lo que puede para sacar adelante a sus cuatro hijos en un entorno que no es, ni mucho menos, tan civilizado y moderno como podríamos recordar.

Ese entorno, la España de finales del siglo XX, es otro de los aspectos de donde la película saca oro. Donde Wan no profundiza en su mirada del medio rural estadounidense o la Inglaterra de clase baja de los 70 y para Friedkin el Washington de clase media-alta es solo un trasfondo, Plaza vincula íntegramente la cutrez del barrio de Vallecas en los 90 con el drama de su protagonista. Evitando la mirada nostálgica y buscando lo patético e inquietante en lo cotidiano -una estrategia ya ensayada en Rec 3 (2012), pero aquí mucho más depurada y mejor integrada-, Verónica logra un frágil equilibrio entre la sincera ternura (Verónica escuchando en su cama a  Héroes del silencio mientras clava la mirada en las estrellas fosforescentes del techo; los cuatro hermanos cantando un jingle publicitario en medio de una sesión de ouija) y la inquietante cotidianeidad (nunca el acto de comerse una albóndiga había sido tan angustioso). El resultado de ese equilibrio es una película con una carga profunda de mala leche y tristeza, que nos habla de una niña que es víctima de una España en periodo de transformación, una España que no es para nada lejana, por mucho que nos lo resulte. O, dicho de otra forma, una España aún adolescente.

Pablo López

Verónica (España)

Dirección: Paco Plaza / Guion: Fernando Navarro y Paco Plaza / Producción: Enrique López Lavigne / Música: Chucky Namanera Montaje: Martí Roca / FotografíaPablo Rosso / Dirección de arte: Javier Albariño / Reparto: Sandra Escacena, Bruna González, Claudia Placer, Iván Chavero, Consuelo Trujillo, Ana Torrent

6 comentarios en «VERÓNICA»

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