VACA
Tiempo de vivir, tiempo de revivir
La captatio benevolentiae que conforma buena parte de las cintas documentales en torno a la vida animal, se suele enmarcar en artificiosos puntos de vista de denuncia (o la falta de ella) en torno al cautiverio, a la fascinación y el disfrute por el encierro, al capitalismo exacerbado visto como obsesión por la productividad, a la explotación de la “carne” y el cuerpo y, en definitiva, a la anulación de la noción de libertad. Puntos de vista transversales en toda la filmografía de Andrea Arnold, desde sus magnéticas primeras obras, menos enunciativas en el tono social, como Red Road (2006) y Fish Tank (2009), hasta la enérgica exigencia de American Honey (2016). Una temática que se sintetiza dentro de su último largometraje Vaca (2021) por medio de una depurada y cruda aproximación puramente observacional de la vida de una vaca.
Sirviéndose de una elevada lectura social, Arnold construye un discurso político sabiendo perfectamente que el animal, a diferencia del humano, carece de libertad ontológica. Es este carácter, forzosamente sintagmático de la descripción y de una rigurosa captación de la vida de la vaca Luma, el que se cierne como amenaza para el dinamismo propio del filme. Sin embargo, es precisamente esta dialéctica permanente, establecida entre las fuerzas antagonistas de captor y cautivo, vaca y granjeros, la que suspende la continuidad narrativa naturalista, a priori fundamental para las necesidades materiales de los documentales, y al mismo tiempo cimenta una textura estilística y discursiva sobre la que crece un tipo de cine en el que el “decir” no está determinado por lo “dicho”. Y lo hace por medio del recorrido del proceso generativo más literal, mediado en todo momento por la vida y la muerte, colocando al espectador en el punto de vista de la vaca y en una cotidianeidad conducida por el avance de una cámara —paradójicamente tan íntima como violenta— de focales angulares, de continuos planos secuencia, de silente intervención (incluso nula) de humanos que se presentan la mayoría del tiempo en fuera de campo. Una relación formal que va generando la ilusión de una hiperrealidad, produciendo un quiebre en la percepción acostumbrada e ignorante del público/consumidor, en la quietud de la nulidad de animales que son productos y en la pasividad de un destino que, desde el principio, está pertrechado para un fin. Asimismo, este tipo de apelación cinematográfica también activa otra ilusión: la de la plasticidad del tiempo. La conciencia de estirar el tiempo de Luma, de modo que se vuelve expansivo; elástico. En Vaca asistimos a múltiples nacimientos, y con ellos al cambio radical de percepción del mundo, haciendo de estas creaciones una metáfora lacerante del perspectivismo deshumanizado de lo maquinal. La cámara, como extensión anatómico- antropológica, es capaz de descomponer un mismo espacio en intervalos de tiempo intimistas, fundando un tiempo dentro del Tiempo donde impera el montaje y la voluntad de (re)descubrir una descarnada realidad.
Aparentemente, esta visión fría, y en ocasiones cruel, enfatiza las directrices de un mensaje que desde el inicio del filme evidencia la vocación física de planos impiadosos, dolorosos, presentes en toda la carrera de la realizadora británica, pero no para aleccionar al espectador o generar una conciencia desde la culpa, sino para incidir en el carácter binario en el que órbita el relato: las dos maneras de observar a un animal. Al mismo tiempo que se nos introduce el nombre de la vaca y vemos ciertas muestras de afecto y humanidad por parte de los granjeros, se puede ver su número de lote; de modo que se expone constantemente el choque entre la mirada humanizada hacia el animal y el de explotación sistemática y racional. Una perspectiva que deja clara la actitud avasalladora de la especie humana que se coloca siempre por encima de los seres débiles e inferiores. Esta estructura argumental agudiza una mirada desnuda en la que no tiene cabida los diálogos impostados, voces en off explicativas, testimonios institucionales, etc., ahondando en el espíritu empático y abierto de otras exploraciones igual de puras como la película de Victor Kossakovsky, Gunda (2020).
Una liberación y emancipación del acuerdo tácito generalizado, en la que la elección del filme como medio de expresión, como forma de decir, limita de por sí, desde el comienzo, el campo de lo decible, y comporta la adopción general de ciertos temas y convencionalismos. Temas y contenidos que son considerados como cinematográficos en prejuicio de otros, tejiendo una correlación pesimista que atañe igualmente a los géneros y que da a entender que el cine no puede (o no debe) decir todo. De ahí que se piense con asiduidad en el filme como despojado de verdadera voz, como si todavía fuese mudo. Irónicamente, el mutismo que impregna la película de Arnold, se permite abrir nuevas perspectivas sin que nada pueda ser dicho en el mayor de los silencios, y donde los elementos se animan para poder conservar el encuadre, mantener la orientación y dar un paso más hacia el valor de la vida.
Vaca (Cow, Reino Unido, 2021)
Dirección: Andrea Arnold / Guion: Andrea Arnold / Producción: Charlie Falconer, Kat Mansoor / Fotografía: Magda Kowalczyk / Montaje: Rebecca Lloyd, Jacob Secher Schulsinger, Nicolas Chaudeurge / Reparto: Lin Gallagher (voz)