Fuera de Campo

ANÁLISIS DE GÉNERO DE ‘UNA PARTIDA DE CAMPO’


Aquella lágrima desenfocada

Una partida de campo 1 - Revista Mutaciones

Siempre es ardua la tarea de realizar nuevas lecturas acerca de las grandes obras de la historia, aunque el paso del tiempo nos permita volver a ellas con una mirada distinta. Igualmente conflictivo es volver a visionar una película afectado por las alteraciones sociales presentes y la sobrecarga de información mediática actual, pudiendo generar apreciaciones desmesuradas en su valoración. Apreciaciones que en general se ven perjudicadas por los cambios en la sensibilidad del espectador y la posición moral que tiene este frente a las imágenes que percibe. (Ya repasamos algunos en El cine y la cultura de la violación)

A cuarenta años de la muerte del director francés Jean Renoir (1894-1979), se hace ineludible revisionar la filmografía de uno de los mayores genios artísticos del último siglo. Del mismo modo se torna necesario, en igual o mayor medida, reflexionar sobre uno de los filmes del cineasta a partir del punto de vista de género que demanda la sociedad contemporánea , aquel que quizás sea su mejor obra, Una partida de campo (Une partie de campagne, 1936). Los cambios en la percepción popular del espectador, a causa del movimiento #MeToo el año pasado, han afectado completamente a la forma en que se conciben y producen las películas del ahora y nos obligan a cuestionarnos el contenido de las del ayer pensando en la figura femenina y su representación dentro y fuera de la pantalla. Un film que es delicado en materia de género debido a la sensibilidad de sus temas, así como los registros de la maniática y calculadora metodología de trabajo que Renoir mantuvo durante el rodaje. Sin embargo, en este caso lo más importante de analizar no es el discurso, ni las formas, sino las sensaciones que desprenden los fotogramas de la película tras más de ochenta años de su realización.


Una partida de campo 2 - Revista Mutaciones

Para algunos, un absoluto milagro del cine, para otros una ‘obra inacabada’ como ha sido categorizada (injustamente) por una cuantiosa cantidad de críticos y académicos. Ambas afirmaciones producidas debido a las dos secuencias pertenecientes del guion que el director no pudo filmar por los diferentes problemas de producción generados durante el rodaje, entre ellos, las discusiones con la actriz protagonista, Sylvia Bataille.

Además, Una partida de campo sufrió un difícil proceso de montaje provocado por la ocupación nazi en París, que significó la perdida de la primera copia de 45 minutos montada por Marguerite Renoir. No así de los negativos, salvados por el fundador de la Cinemateca francesa Henri Langlois, y que le permitieron a Renoir la segunda edición del metraje que hoy en día conocemos, con una duración de 40 minutos y estrenado en 1946, diez años después de haber sido filmado. Sin lugar a duda, una obra que es el resultado de un sinfín de inconvenientes y casualidades.

La historia de Una partida de campo es bien conocida: una familia de citadinos (madre, padre, hija y futuro yerno) realizan una excursión al campo a las orillas del río Sena, donde dos jóvenes lugareños intentan disputarse la compañía de madre e hija (Henriette). El autor de La regla del juego (La Régle du jeu, 1939) evoca el universo impresionista de las obras de su padre para narrar un relato de aparente inocencia, que trata la naturaleza pasajera de la felicidad. Tras un inicio cargado de ligereza, la cinta y el paisaje se van oscureciendo paulatinamente a medida que avanza el metraje, al mismo tiempo que Renoir coloca al espectador en la piel de su protagonista con tal fisicidad que le permite experimentar, en primera persona, el más profundo desengaño y la perdida de la inocencia femenina en una de las escenas más controvertidas y pasionales de la historia del cine. Aquella lágrima desenfocada en el momento que el joven campesino se lanza a besar a Henriette a las orillas del río, generaría decenas de análisis y reflexiones acerca de los significados de una obra llena de alegorías que plasman tantos sentimientos universales como sensaciones inefables, muchas veces contradictorias. Se origina entonces el planteamiento de qué lectura se puede hacer de aquella escena final bajo la percepción actual y de si el paso del tiempo ha cambiado en algo a la obra de Renoir.

Una partida de campo 3 - Revista Mutaciones

Innegablemente Renoir trata una historia de amor entre Henriette y el joven lugareño, pero la historia se tuerce en el último tercio de la película de forma abrupta, generando sensaciones contrastadas con las del mundo idílico presentado al inicio del metraje. La madre y la hija se divierten en el campo alrededor de tan hermoso paisaje natural, sin darse cuenta de las verdaderas pretensiones de los dos jóvenes. El trabajo de interpretación no naturalista de los actores, dentro de unos códigos de estilo teatral, cómico y caricaturesco, contagian una cándida sensación que irradia en el espectador un absoluto estado de diversión, inocencia y sosiego. ¿Qué pretensiones tenía Renoir con ese fragoso final donde se percibe la inquietud protagonista en tan delicada situación? La mayor parte de la crítica cinematográfica mundial percibe una lectura romántica y a la vez trágica de esa intensa escena. Evidentemente el director francés plantea temas como la fugacidad de la vida y lo efímero de la felicidad, pero es difícil detectar en qué punto esa lágrima puede significar alegría, miedo, gozo, presión, deseo, confusión, o si acaso podría ser una combinación de todas estas. Y es que, sin duda alguna, se plantea una escena de pérdida y engaño donde la astucia del personaje masculino lleva a Henriette a uno de los momentos más delicados de la juventud: el primer encuentro sexual. Bien se transmite, como se sugiere anteriormente, una sensación inefable.

Proponiendo entonces una lectura de género de Una partida de campo, es importante reevaluar el acercamiento de Renoir a la historia y sus exhaustivos métodos de trabajo. ¿Se propone aquí una escena de agresión sexual no concebida por la protagonista femenina? ¿Se disfraza el acto de abuso como una falsa comprensión del amor? La escena a día de hoy puede emanar cierta sensación de incomodidad y exabrupto debido a la cercanía de la cámara al rostro de los actores, la intensidad de la acción y evidentemente, por la sensibilidad de la trama. ¿Pero es acaso una forma del director de representar una violación? El registro del trabajo de Renoir en el rodaje, expuestos públicamente en la posterioridad, demuestran una insistente, pertinaz y exhaustiva búsqueda del cineasta en la precisión de sus encuadres por la necesidad de capturar un instante preciso en el tiempo, así como el embrolloso trabajo de repetición de tomas que evidenciaban su ambición por encontrar el tono deseado, que permiten afirmar que quizás no solo buscaba una expresión emocional, poética y filosófica de la vida, el amor, la inocencia o el engaño, sino acercarse a un método de expresión que se aproxime a la esencia preverbal del cine: sensaciones humanas indescriptibles, condensadas y precisadas, capturadas por la lente de la cámara.

Una partida de campo PORTADA - Revista Mutaciones

¿Y no es acaso la esencia del cine la captura del tiempo y del espacio de la realidad dentro (y fuera) de una representación? Irrefutablemente las películas, a pesar de las empecinadas pretensiones de los cineastas, son en gran parte el resultado del azar donde se juntan decenas de eventualidades. Es tan válido afirmar que Renoir se encontraba en la búsqueda de una sensación y el modo perfecto de retratar una emoción, como considerar que quizás algo más allá de la ficción se escapara al ojo de la cámara, como la incomodidad de los actores en la representación de la escena. Se puede especular incluso que las diferencias de Sylvia Bataille con el cineasta en el rodaje, fueran precursoras de la sensación de rechazo que el espectador actual, alarmado por los acontecimientos modernos, puede percibir frente a las imágenes mencionadas. Y es que la cámara es capaz de retratar emociones, instantes y situaciones de una forma distinta, solo perceptibles por el ojo humano cuando son proyectadas frente a la pantalla.

Ahora es cuando cabe reflexionar en que las obras no cambian, lo que cambia es la percepción del espectador. Por más evidente que parezca la afirmación, es importante meditar sobre ello en estos tiempos donde la sociedad urge de la impetuosa necesidad de etiquetar y categorizar toda pieza de arte. Una obra no muta, pero si crece en sus significados a medida que se abre paso en el tiempo. Lo que filma la cámara quedará plasmado en el negativo, y solo la percepción social puede adjudicarle nuevos significados. Sería injusto sintetizar el análisis de una obra tan exquisita en imágenes y contenido como Una partida de campo como para despreciarla por una tan especifica valoración de género, aunque esta sea de total importancia. El film de Renoir trata temas tan importantes como profundos con tal sensibilidad que su significado sobrepasa los cánones de discurso contemporáneos, afianzándose a la historia del cine por el valor de sus formas y la capacidad de su autor de generar emociones únicas en cualquier espectador, incluso ahora, cuando se cumplen cuarenta años de su abandono en vida.


Una partida de campo (Une partie de campagne. Francia, 1936)

Dirección: Jean Renoir / Guion: Jean Renoir, Guy de Maupassant / Producción: Pantheón Productions / Música: Joseph Kosma / Fotografía: Claude Renoir / Montaje: Marguerite Renoir / Reparto: Sylvia Bataille, Georges Darnoux, Jane Marken, André Gabriello, Jacques Brunius,Paul Temps.

Un comentario en «ANÁLISIS DE GÉNERO DE ‘UNA PARTIDA DE CAMPO’»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.