UN BLUES PARA TEHERÁN

La cultura como arma para el progreso

Entre las diversas definiciones propuestas sobre el séptimo arte desde su invención, destaca a mi juicio la formulada por Abbas Kiarostami sobre la función de las películas. Éstas son equiparadas a crucigramas cuyos huecos deben ser completados por el espectador. Es decir, el público es considerado un colectivo activo para conseguir una obra fílmica completa. Este análisis debe también cuestionar lo que se le presenta. En el caso de que la narración adopte forma de documento, mutando en reflejo de la realidad, este rol del espectador se agudizará, recordando al público su participación en un mundo complejo y en constante progreso. En el caso de Un blues para Teherán (2020), Javier Tolentino realiza un extraordinario ejercicio de síntesis sobre todo esto.

Un blues para Teheran (Javier Tolentino, 2020)

La primera película de Tolentino es un gran crucigrama (o una colmena si se quiere) cuyos espacios van mostrándose poco a poco, ofreciendo el paisaje y paisanaje de la capital de la República Islámica de Irán. Y lo hace de una forma única, acompañándose de elementos tan importantes como su cultura, sus creencias o su política, explicados a través de determinada ciudadanía que los personifica, explica o juzga.

Pero Un blues para Teherán no es sólo un vuelo de abeja por el panal de este Estado de Oriente Medio compuesto de múltiples hexágonos o facetas. Representa también un viaje delicioso donde contemplar diversos escenarios, como a través de un ojo de insecto con múltiples ocelos. Sobre la base constante de numerosas melodías del folclore iraní, se perfilan textos filosóficos, amorosos o reivindicativos, que describen la historia de la región, el valor dado a la tierra, las inquietudes de la población o la reivindicación de algunos puntos fundamentales entre ambos géneros. ”Si no fuera cosa de locos ¿quién querría construir una casa sobre un puente?”, inquiere una voz antigua y sabia, definiendo el sinsentido que el ser humano da a su vida.

Un blues para Teheran (Javier Tolentino, 2020)

La fotografía de Un blues para Teheran, en un plano fijo predominante, nos regala un desfile de imágenes irrepetibles: campos verdes de estética tarkovskiana o kiarostamiana, atardeceres cromáticos únicos, el vértigo de la gran ciudad en su conjunto cenital o en sus detalles cotidianos. Desde ahí se dirige al corazón de sus habitantes, empleando el formato entrevista, dejándoles expresar su sentir como mejor saben: mediante canciones que exteriorizan su alegría, dolor o cariño. Desde la lucha de las mujeres por la igualdad (empezando por el propio derecho a cantar), a la necesidad de expresión creativa libre por parte de músicos, cineastas o pintores, todo se desarrolla en lugares comunes como mercados, conservatorios, barberías o casa particulares (incluso en el interior de un coche, con un formidable plano secuencia). El canto de los mirlos se funde con el de los instrumentos y voces y todo parece accidentalmente preparado, valga la paradoja.

Conocedor de la gran tradición documental sobre sinfonías urbanas (Walter Ruttmann, Dziga Vértov, padres espirituales de todas ellas), Javier Tolentino aborda este asunto con la misma originalidad con que lo hicieron sus antecesores, dejando huella de su personalidad como cineasta, persona culta y sensible. Por eso, Un blues para Teherán es todo un regalo al espectador, un espectáculo audiovisual que no olvida su contenido erudito, logrado con la maestría de quienes saben narrar como si su labor se tratase del más sencillo de los trabajos.


Un blues para Teherán (España, 2020)

Dirección: Javier Tolentino / Guion: Javier Tolentino, Doriam Alonso / Producción: Quatre Films, Eddie Saeta S.A / Fotografía: Juan López  / Música: Tere Núñez / Reparto: Documental (intervenciones de: Erfan Shafei)

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