TSAI MING-LIANG
El cine sin palabras
El cine de Tsai Ming-liang lleva treinta años imponiéndose a la inmediatez, al cine de fácil y rápido ‘consumo’. No tiene intención de narrar de un modo convencional ya que sus películas están más bien concebidas como arte y se rigen por unas pautas distintas a las convencionales. Evidentemente no tiene la pretensión de favorecer a una industria o de valorar sus obras como productos de consumo, lo que le aporta una libertad que otros cineastas no tienen.
Tsai Ming-liang es uno de los directores más aclamados de la llamada segunda Ola del cine Taiwanés, un cine que surge en los años 90 y que se detiene a contemplar las relaciones entre personajes, profundizando en las emociones de los mismos y en los entornos que los envuelven. Desde su primer largometraje, Rebeldes del Dios Neón (1992), hasta la actualidad el director de origen malayo ha conservado su estilo inconfundible. Con esta película, que cuenta la historia de unos jóvenes pasionales y carentes de futuro, Tsai Ming-liang establecía un tempo y unas temáticas a las que regresará constantemente. Incluso el actor protagonista, Lee Kang-sheng, estará presente en la gran mayoría de sus filmes. El silencio, los planos largos y fijos, o los espacios vacíos son algunas de sus señas de identidad más reconocibles.
Esta forma artística de ver el cine, en algunos casos casi como si de una performance se tratara, puede resultar provocadora. Un ejemplo de ello son sus cortometrajes Walker (2012), Journey to the West (2014) o No No Sleep (2015). En ellos una sucesión de planos estáticos muestran a un monje budista caminando por las calles de distintas ciudades a una velocidad aparatosamente lenta, bajo la mirada de los transeúntes. Tsai Ming-liang pone en contraste el ritmo acelerado de las grandes ciudades, y el consumismo que anula nuestra capacidad de reflexión, con el monje que camina ajeno a todo. El interés de estas películas a nivel narrativo es escaso, sin embargo, la idea que subyace es tan triste como crítica. Demuestran que los propios espectadores somos como los acelerados transeúntes, ya que llega a ser exasperante observar la cadencia del monje.
En toda su filmografía, como decíamos, hay ciertos temas que se repiten. Su cine trata sobre desamor, sobre personas abatidas por el capitalismo sin aparente ambición, alienadas, solitarias, incomprendidas, que ocultan sus sentimientos e incluso su orientación sexual. Lo que para el sistema que precisamente critica serían fracasados o marginales. El subtexto crítico con el capitalismo lleva a sus personajes a vivir en condiciones paupérrimas, de marginalidad, a ocupar —al menos por un rato— viviendas y a tener trabajos precarios. Además, se acentúa la sensación de que no pertenecen a nada por la gran presencia que tienen los escenarios. Suelen ser espacios muy amplios que aparecen de dos formas: o bien vacíos, como el edificio de Stray Dogs (2013) o la sala de cine de Good Bye, Dragon Inn (2003), o llenos de gente impasible a la presencia de los personajes protagonistas, como las salas de máquinas de Rebeldes del Dios Neón (1992) o la cafetería de Viva el amor (1994). En ambos casos el efecto de soledad y hostilidad que se genera es el mismo. La oscuridad y los tonos fríos ayudan a reafirmar dichas sensaciones. Por otro lado, un elemento clave es el agua. A menudo aparece en forma de lluvia incesante, de goteras o fugas que inundan los edificios. Hay momento en los que no la vemos pero si la escuchamos. Tiene un matiz pesimista puesto que es una fuerza que se escapa al control de los personajes y puede condicionar sus vidas.
El silencio es uno de los aspectos más controvertidos y mencionados del cine de Tsai Ming-liang. Sin embargo, la ausencia de diálogos o de música no restan profundidad o emotividad a las producciones. Larguísimos planos capturando la tristeza de los personajes con una especial fijación por filmar aquello que hacen cuando nadie los mira. Por ello también encontramos numerosas secuencias en baños, donde se presupone que actuamos con intimidad. La fruta y la verdura, funcionan en algunos casos como una herramienta a través de la cual los personajes desvelan su intimidad o sus zonas más oscuras. En Stray Dogs descubrimos la ira, la sensación de abandono o el amor del protagonista hacia su mujer en una misma secuencia en la que descarga todas sus emociones sobre una col. Sin recurrir a la voz en off o a la música consigue ser preciso en lo que transmite.
Curiosamente, a pesar de esa aparente animadversión hacia la música, el taiwanés también ha apostado en alguna ocasión por el género musical. En los filmes The Hole (1998) o El sabor de la sandía (2005) no abandona el tono derrotista y pausado pero genera un tipo de comedia mediante los números musicales muy peculiar. Además, esos momentos musicales proporcionan cohesión a la narrativa y aportan información. Y es que, aunque la dificultad para entrar en el cine de Tsai Ming-liang por su carácter contemplativo y el pesimismo que transmite sea más que evidente, el humor también forma parte de sus tejidos. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, se trata de un humor no apto para todos los públicos, es incómodo e incluso puede resultar desagradable. Pero también es muy sutil porque se mueve de puntillas entre el drama y la comicidad que pueden tener los momentos más crueles.
Acercarse a este director tiene una dificultad innegable si no somos asiduos al cine contemplativo. Puede invadirnos el tedio por la lentitud de las secuencias. Cámaras fijas durante largos minutos, primeros planos mostrando un llanto o planos generales en los que nadie hace nada que despierte a priori nuestro interés. Hay una intencionalidad de ralentizar la acción. Por ejemplo en Good Bye, Dragon Inn seguimos a la empleada de un cine que camina haciendo su trabajo. Ella cojea, lo que obligadamente impide que la acción se acelere.
Tsai Ming-liang parece retarnos con sus películas a frenar y a ver el cine con paciencia. Según ha declarado en entrevistas, le atrae la idea de que cada persona interprete sus películas de distinta forma sin dar demasiada información. Su intención es que miremos lo que él mira y entonces, mediante lo que nos sugiera, veamos.
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