TRES CARAS
Muchas caras, una realidad
El cine iraní de autor, al menos ese que aclamamos internacionalmente, se caracteriza por su juego de diluir la realidad y la ficción que contienen sus obras. Como su último gran exponente, hay que reparar en ambos lados de esa fina línea entre mundos que supone Tres caras, de Jafar Panahi.
La realidad
Como es de sobra conocido, el cineasta está condenado por su país desde 2010 a no poder realizar películas. Esto es: dirigir un set, crear una producción profesional o escribir guiones. Tampoco, como se ha comprobado con sus ausencias en los festivales que le galardonaban, puede viajar fuera del mismo. Menos conocido aún es la brutal represión del nuevo régimen a lo acontecido en el cine nacional antes de 1979, entre otras cosas, la imposibilidad que tuvieron todos los actores y actrices de volver a actuar jamás en una película. Aunque tampoco vamos a entrar en detalles, también podemos suponer que, fuera del cine, la situación laboral, social y de independencia de las mujeres iraníes, especialmente en el ámbito rural, es lamentable.
Meses antes de la producción de la película, fue noticia en el país que una adolescente se había suicidado al no permitirle su familia acudir a la ciudad a iniciar sus ansiados estudios de interpretación. Podríamos decir que este triste suceso fue la chispa de la nueva película de Panahi que, como otros muchos referentes del cine iraní, ha declarado recibir numerosas preguntas y peticiones de jóvenes sobre su profesión. Veamos entonces como todo se convirtió en un guion galardonado en Cannes, que a su vez forma el esqueleto de una película, cuando el cineasta no puede ni escribir guiones ni realizar películas.
La ficción
La historia abre con una grabación casera en donde una chica dice haber pedido ayuda desesperadamente a una actriz famosa para después ahorcarse al no encontrar respuesta. La chica quería ser actriz pero su familia no se lo permite. A continuación, aparecen Jafar Panahi y la famosa actriz Behnaz Jaffari que, conmocionados por la fuerza dramática de la cinta y con un nada disimulado sentimiento de culpabilidad, viajan en coche hacia el pueblo para encontrarla, viva o muerta. El resto de la película se compondrá de la búsqueda rural del hogar de la adolescente, de la confrontación con su familia y, cómo no, del enfrentamiento con la problemática de los protagonistas, el “qué podemos hacer por…”.
Lógicamente, ni Panahi ni Jaffari estaban buscando realmente a la chica que en realidad se suicidó ni el pueblo que visitan es tal. De hecho, la película se rodó en tres pueblos diferentes en los que el director tiene familia ya que, recordemos, estaba haciendo algo que tiene prohibido. Al final, la historia se alimenta de esta realidad pero para reconducirla a una ficción que habla de tres generaciones de mujeres ejemplificadas en las tres caras del título: la joven adolescente que no puede perseguir el futuro que desea, la actriz que aunque lo ha conseguido sigue siendo juzgada en una sociedad represiva y la figura de Shahrzad. Es esta última lo más sorprendente de la historia. Como decíamos antes, todas las estrellas de cine anteriores a 1979 tienen prohibido actuar pero Shahrad no “actúa”, igual que Panahi «no hace una película». Es ella misma, en el papel (contradictorio, lo sé) de una veterana actriz retirada y oculta, que no desea aparecer ante la presencia de un cineasta actual como Panahi. Aunque quisiera no podría por ley. Es su figuración lejana, su sombra, su presencia invisible a los ojos del cine actual su única forma de seguir viva en el mismo. Pero… ¿qué forma este mix de historias, recreaciones y juegos de realidades?
El cine
En uno de los primeros momentos de la película, mientras Panahi y Jaffari están en el coche, Panahi recibe una llamada de su madre. Cuando le explica la situación, su madre no le cree. “No vas a un pueblo a buscar a una chica, seguro que lo que estás haciendo es rodar una película de nuevo”. Panahi le da largas, pero… ¿le está mintiendo o acaso está haciendo las dos cosas? Eso es Tres caras, una mentira que es verdad porque se compone de ella. Hacer ficción con realidad no es tan sencillo como podría creerse y por eso Panahi deja la llamada de su madre, la que desmiente todo el realismo que podría intentar mantener. Tres caras denuncia la situación de las mujeres en Irán en el pasado, presente y el que será el futuro del país. Y lo hace con una ficción rota cual espejo por la realidad que el propio cineasta deja adentrarse en un guion tan perfecto en parecer invisible que quizás lo sea, al menos, legalmente.
Pero entonces, acaba el paseo de Panahi por el pueblo de la chica, una visita que ha tenido mucho de comedia y de thriller sin ser nada de eso. Lo hace con un final catártico, musical y sosteniendo toda la carga social, emotiva y humorística de la ficción que nos ha dibujado. En ese momento, nos damos cuenta de que cada una de esas construcciones que exhiben ahí su forma funcionan justo por todo aquello que reflejan del exterior a la pantalla. Algo así como si la proyección hubiese dejado entrar en su territorio a la realidad, al contrario que en La rosa púrpura de El Cairo (Woody Allen, 1985). La pantalla se convierte en la superficie de un lago cuando entra una piedra y ese final está justo en el territorio de las ondas que se forman. Justo ese espacio es en el que quiere jugar el cine de Panahi, ese en el que habitaba tan fácilmente Kiarostami y que ahora desarrolla su alumno con más humor pero también con una política más desnuda. En definitiva, llegamos a comprender que la mayor mentira de Tres caras no es hacer pasar su ficción por realidad sino su título, y es que su “mentira” consigue hacer verdad que los tres rostros de la película son en verdad muchas caras más.
Tres caras (Jafar Panahi, 2018)
Dirección: Jafar Panahi / Guion: Jafar Panahi, Nader Saeivar / Producción: Jafar Panahi / Fotografía: Amin Jaferi/ Edición: Mastaneh Mohajer, Panah Panahi / Diseño de producción: Leila Naghdi Pari /Reparto: Jafar Panahi, Behnaz Jaffari, Maedeh Erteghaei, Narges Delaram, Marziyeh Rezaei, Shahrad.
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