EL MEJOR CINE DE 2018 – TOP 20
Las 20 mejores películas del 2018 según Revista Mutaciones
Aunque se han contado por igual películas y series ninguna obra televisiva a pasado a formar parte de este top. El listado ha sido elaborado con el top 10 de los críticos de nuestra redacción y colaboradores puntuando la primera 10 puntos y la décima uno. Un total de 27 tops que puedes ver aquí.
20. 120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo (22 puntos, 3 votos)
La tercera película de Robin Campillo, guionista habitual de Laurent Cantet, no tuvo en su estreno en salas el mismo impacto que durante su paso por festivales, por lo que merece la pena pelear por ella para recuperarla ahora. 120 pulsaciones por minuto es una de esas películas de apariencia triste que logra encontrar una enorme alegría en su tragedia. Como escribía en su momento, “no es solo una película sobre los efectos devastadores del sida, ni una historia sobre las contradicciones y las complejidades del activismo moderno. Es, por encima de todo, el relato de cómo se vive cuando eres consciente de que vas a morir. Pero tampoco se trata de la necrológica de una muerte anunciada, ni de un grito de socorro o desesperación. Aunque el final está siempre presente, lo que prima aquí es la vida, la pura energía que nos impulsa a follar, bailar, amar, sonreír, gritar y otras muchas cosas que la gran epidemia de los 90, al convertirnos en presa del miedo, parecía querer negar. Tener 120 pulsaciones por minuto es tener el ritmo acelerado, aprovechar cada segundo, vivir toda una vida en unos pocos años. Porque vivir es tanto una cuestión de tiempo como de intensidad.” En un mundo en el que tendemos a la hipocresía y a la incoherencia entre nuestra faceta pública y privada, 120 pulsaciones por minuto es una lección vital.
Pablo López
19. The Rider, de Chloé Zhao (23 puntos, 3 votos)
Sobre The Rider, de Chloe Zhao, mi película favorita del año, decía en el momento de su estreno: “Zhao nos mantiene siempre dentro de la mirada del protagonista, Brady. Cuando está en exteriores, con su sombrero y su camisa vaquera, los cielos son inmensos y el horizonte profundo. Los colores se intensifican y la cámara acaricia a los caballos con su mirada. Por el contrario, los interiores resultan grises y opresivos: la única vida que Brady encuentra en ellos es la de la gente a la que quiere, su hermana, su padre, sus amigos. La relación con esta gente sirve para mostrar, siempre desde los ojos de Brady, el otro conflicto de identidad que asola al protagonista. Si deja de ser un vaquero, ¿deja también de ser un hombre? ¿Cómo puede Brady replantear su masculinidad en un mundo como el que le rodea, donde todo es tan físico? Sus amigos le recuerdan que lo que hace un vaquero es aguantar el dolor, ignorar el miedo, mientras su amistad se expresa a través de peleas, beber cerveza, fumar porros y saltar hogueras. […] The Rider se guarda mucho de dar respuesta a ninguna de las preguntas que plantea. Respetuosa con su mirada y buscando alejarse del modelo de cine de superación en que la película podría haber caído fácilmente, las dudas siguen abiertas y los miedos permanecen cuando llegamos a los créditos finales.” Aún hoy, meses después de haber visto The Rider, esas dudas permanecen en el aire, porque con esta película de apariencia tan pequeña Chloe Zhao ha logrado hacer mella, con inteligencia y humanidad, en una de las preguntas centrales de nuestro tiempo: ¿cómo se construye la nueva identidad masculina?
Pablo López
18. Climax, de Gaspar Noé (26 puntos, 4 votos)
A pesar de comenzar con un plano cenital, en medio de la nieve y con una persona andando (o más bien arrastrándose) por ella, Clímax se desarrolla casi por completo dentro de las paredes de un antiguo colegio. La primera vez que se muestra este lugar es para descubrirnos a unos bailarines en perfecta sincronía tanto entre sí como con la cámara que les mira y danza con ellos. Esta casa es claustrofóbica y, en ocasiones, laberíntica y, al igual que la escena de la nieve, parece estar sellando y anunciando un destino del que los protagonistas no podrán escapar. Todas y cada una de las acciones que acometen los bailarines, como una danza, les lleva al clímax final. Un final anunciado desde el comienzo, un final del cual la cámara es cómplice gracias a sus movimientos de baile que constantemente acompañan a los bailarines. Y, si la cámara es cómplice, también lo es el espectador que asiste a la locura presidida por una gran bandera francesa glamurosamente repleta de purpurina.
Todo ello encierra una crítica social al más puro estilo de Aranofsky en Madre con una impactante estética que puede recordar a la expresionista de Suspiria, de Dario Argento, una combinación espectacular que le ha merecido estar en el top de las 20 mejores películas de este año 2018.
Paula García Terrones
16. Girl, de Lukas Dhont (26 puntos, 5 votos)
Además de la incomprensión social, existe una pugna más visceral dentro del colectivo transgénero. Un conflicto que va más allá de las miradas ajenas y que se ubica en la dermis del propio individuo, aquel que no es capaz de reconocer su propio cuerpo.
Lucha que el debutante en el largo Lukas Dhont sostiene con talento a través del físico de Lara, una joven bailarina enclaustrada dentro del cuerpo de un chico. La cámara del cineasta belga orbita para explorar con humildad, sin buscar un discurso de aceptación, el paradigma de la identidad de género. Girl es una obra sincera, perspicaz y solitaria a la hora de exponernos tal conflicto. La cinta ornamenta un discurso empático a través de los elementos más esenciales, la luz y el cuerpo. Corporeidad que no busca martirizar a la protagonista, ella no quiere ser un icono, sencillamente quiere ser la mujer que siempre ha sentido que es; la que le gustaría ver frente al espejo. Vibrante debut de una mirada prometedora muy a tener en cuenta, capaz de desgarrar prejuicios a base de sutileza cinematográfica.
Álvaro Pérez
16. The Florida Project, de Sean Baker (26 puntos, 5 votos)
En los suburbios de Orlando, en los alrededores de Disney World, apartada de la pomposidad de sus playas y de los opulentos hoteles del estado de Florida, Moonee de seis años pasa las vacaciones de verano. Vive junto a su madre en un motel cochambroso, pegado a una carretera: vetusto sueño del desarrollismo turístico del parque temático. La niña, con una particular mezcla de inocencia y picardía, asimila el mundo de los adultos a través del comportamiento de su madre y del nuevo portero del motel. La espontaneidad con que Moonee, entregada a la alegría de vivir la infancia, interactúa con el mundo queda lejos de las necesidades a las que se enfrenta su madre.
Después de rodar Tangerine (2015), Sean Baker vuelve a aportar una mirada sincera, sin moralismos ni dogmatismos, sin la imposición de despertar compasión en el espectador, sobre una población al borde de la exclusión para desmenuzar las necesidades de los excluidos sin descuidar su dignidad. Ciudadanos que no han elegido su destino pero que lo aceptan con arrojo para hacerse cargo de su presente.
Desde el punto de vista técnico, The Florida Project evoluciona desde Tangerine: la grabación deja menos posibilidad al azar o la improvisación, de la filmación con teléfono móvil pasa a los 35mm y la cámara en mano desciende hasta posicionarse a la altura de la visión de sus protagonistas.
The Florida Project contrapone dos realidades: la responsabilidad de la edad adulta contra la inocencia de la infancia, la precariedad y la necesidad contra la suntuosidad y el lujo, la de un motel de carretera contra la magnificencia de Disney World. Y también, por qué no, la de un cine que no pretende ser piadoso, pero sí empático.
Borja González Llorente
15. Petra, de Jaime Rosales (29 puntos, 5 votos)
Si bien los personajes de las películas de Jaime Rosales se relacionan y sufren la angustia de su existencia de diferentes maneras, en Petra es la imposibilidad de superar el dolor producido por rencores y odios pasados no resueltos el componente que regirá sus relaciones. Un dolor que se articula a través de la figura de un déspota y que infecta las relaciones del resto de sus personajes, aparentemente incapaces de enfrentarse a él.
Si en anteriores trabajos, Rosales había utilizado la polivisión o la cámara en mano, en Petra un sinuoso plano secuencia, sin la necesidad de juzgar a sus protagonistas, se mueve con la tranquilidad subjetiva de un testigo que es capaz de apartar la mirada y dejar que el fuera de campo ordene la escena. La música, de la que había prescindido en otras obras, aparece en forma de cantos a capela que preludian la desgracia y el desastre. Por otro lado, Rosales mantiene su búsqueda de actores no profesionales que aportan un componente de verosimilitud distinto del de la formación profesional y los mezcla con intérpretes consagrados.
Petra se divide en seis capítulos, temporalmente desordenados y con estructuras unitarias, pero que a la vez se engloban dentro de la narración de la película. En esta disección de los miedos y las angustias humanas, existe otro tipo de diálogo a cerca del arte, a cerca de la necesidad humana por la naturaleza, entre los espacios abiertos y cerrados o en la personalización y lo común. Una nueva obra de Rosales que evoluciona sin apartarse de sus premisas cinematográficas para seguir repensando el arte, indagando en las emociones y sentimientos humanos y ampliando el trabajo de un artista en permanente transformación.
Borja González Lorente
14. Caras y lugares, de Agnès Varda y JR (30 puntos, 5 votos)
Pocas veces una película tan humilde dice tanto sobre tantas cosas. Agnes Varda tiene 88 años; JR, 33. Juntos recorren aquellas caras y aquellos lugares de Francia que fueron emblemáticos del mundo moderno pero que, hoy, parecen olvidados. Un recorrido atento a las transformaciones del mundo contemporáneo –la desintegración de las comunidades mineras, la despoblación e industrialización del campo, las distintas actitudes en la explotación animal, el rol de la mujer en el sindicato de estibadores…– que se convierte, así, en memoria de lo que fue y testigo de lo que es ahora.
Para ello desarrollan un happening eficaz: ocupar cada uno de estos lugares con las caras -tamaño monumental- de quienes los habitan, o habitaron; y filmarlo. Es una acción indudablemente efímera, pero con el poder de dejar rastro. Las fotografías con que Agnes, JR y una comunidad empapelan un pueblo en progresiva ruina y abandono acabarán desapareciendo, pero los lazos y el recuerdo de quienes han participado en ellas se prolongarán de boca en boca. Y queda la película, de nuevo, como memoria y testigo y como prueba de la fragilidad de todo esto. Es la vieja idea baziniana del cine como embalsamiento de lo efímero vista con los pies en la tierra.
Caras y lugares es necesariamente humilde pues nace de la fragilidad y no trata de esconderla. Lo social se entrelaza con lo personal y el encuentro con el mundo exterior tiene su correlato en la amistad intergeneracional que crece entre Agnes y JR, donde ella comparte con él su pasado; que es también, claro, el pasado del cine. Al fin y al cabo en eso consiste la belleza de la película: en el deseo de compartir lo propio con los otros.
Alberto Hernando
12. El león duerme esta noche, de Nobuhiro Suwa (35 puntos, 5 votos)
Con más de 70 años a sus espaldas, el incansable Jean-Pierre Leaud ha conseguido, una vez más, brillar en la que ha sido su última actuación hasta ahora en la gran pantalla. Si Albert Serra lo mantuvo durante casi dos horas tumbado encarnando a Luis VIV en su lecho de muerte, Nobuhiro Suwa lo revive al regalarle una historia en el que el mítico actor francés no acierta en interpretar su propia muerte, por lo que decide detener el rodaje en el que está envuelto para encontrarse con el fantasma de un amor pasado en una mansión abandonada. El carácter metalingüístico y autorreflexivo con el que el director japonés rinde homenaje a la figura de Leaud y la Nouvelle Vague, hace que El león duerme esta noche (2017) sea una de esas películas en las que la nostalgia se traduce en belleza. La cámara de Suwa se hace presente y delata el amor del director por el propio medio, siendo el cine el verdadero protagonista de la historia. Y no es para menos.
En H Story (2001), el japonés se adentró en el rodaje fantasmagórico de Hiroshima mon amour (1959) planteándose preguntas y cuestiones que difícilmente podían ser respondidas. En El león duerme esta noche el juego intertextual se centra, una vez más, en las descaradas e innumerables referencias a cineastas y obras de aquellos años 60 y 70 en los que el cine parecía liberarse del estricto academicismo clásico: El desprecio (Le Mépris, 1964) de Jean-Luc Godard, La mamá y la puta (La maman et la putain, 1973) de Jean Eustache, Los cuatrocientos golpes (Les 400 Coups, 1959) de François Truffaut y, sobre todo, el carismático Antoine Doinel… En Jean -conductor principal y alma indiscutible de la película de Suwa- se concentra todo un pasado y una rebeldía reivindicativa, que se empodera con la presencia del grupo de niños soñadores a quien motiva para filmar por puro disfrute.
La libertad de creación es el placer por el que aboga el japonés y, por ende, sus actores, que afrontan la película desde la incertidumbre, la improvisación y la experimentación. Lo real se confunde con lo imaginario, la vida con la muerte, y es entonces cuando el El león duerme esta noche consigue su cometido: emocionar.
Ander Macazaga
12. Tres anuncios a las afueras, de Martin McDonagh (35 puntos, 5 votos)
Sin duda, su fecha de estreno en España (12 de enero), y esa tendencia que tienen (tenemos) los críticos de valorar más a las películas semidesconocidas, han hecho que Tres anuncios en las afueras caiga unos cuantos puestos en nuestra lista. Protagonizó la campaña de premios del año pasado junto a La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017), causando mayor consenso que ésta, y nos devolvió a la mejor Frances McDormand desde Fargo (Hermanos Coen, 1996) en su papel de madre cínica y desesperada en busca de cerrar el duelo por su hija asesinada.
Martin McDonagh confirma de una vez por todas el talento que asomaba en Escondidos en brujas (2008) y Siete psicópatas (2012), asentando su estilo de humor negro y personajes impredecibles de moral ambigua, de sujetos con los que sentirte identificado a pesar de que sus acciones no sean del todo acertadas. En pleno resurgir de la concienciación por el feminismo y por la lucha contra la violencia de género, McDonagh construye una historia de ira, que sin embargo se percibe más como justicia que como venganza, y de humor. Un humor arrojadizo y deslenguado, utilizado como una forma más de violencia en lugar de servir de alivio para el drama. Un vendaval de ironía y mala leche que, más que risa, da que pensar.
Alejada de convencionalismos, Tres anuncios en las afueras no tiene buenos y malos. Tiene malos, regulares y a McDorman muy encabronada.
Fran Chico
11. Zama, de Lucrecia Martel (35 puntos, 7 votos)
¿Es posible conjurar la mirada de un personaje en la pantalla? Parece ser que Lucrecia Martel conoce las líneas de tal sortilegio. Su último embrujo nos conduce al cerebro atormentado de Don Diego de Zama, concretamente al diálogo entre el trópico y sus sentidos. El tiempo discurre, al igual que todas las percepciones, al paso de la consciencia del protagonista. Si percibimos una voz que no se masculla en el encuadre y si es audible para el espectador, es porque Zama la está forjando dentro. Da igual que sea real o incierto lo que su voz interna nos comunique, Martel lo emplea como vehículo para ritualizar la obra homónima de Antonio Di Benedetto.
La genuina directora argentina ensueña una de las cintas del año, ubicando en el sonido los testimonios de su apuesta formal. Todo se asemeja a esa voz que nos susurra cuando leemos. Recurso que embruja el ecosistema que endemonia al protagonista, impasible ante un catastrófico destino que Martel sabe dibujar en cada plano. Ella domina la condena de Zama, los zumbidos de las chicharras también, al igual que los quejidos de la propia naturaleza. Detalles que en el transcurso de las imágenes sólo vaticinan el hedor de un protagonista que ya está muerto, al menos por dentro. Sensacional retrato sobre el devenir del ego, que bajo el yugo de su contexto desdibuja al mismo paso que crea contornos.
Álvaro Pérez
10. Amantes por un día, de Philippe Garrel (37 puntos, 7 votos)
El cierre de la trilogía reflexiva de Philippe Garrel sobre psicología femenina y relaciones personales. Amante por un día es, como sus dos predecesoras, una hora y cuarto de metraje en cinemascope en blanco y negro. Una hora y cuarto de elegante sensualidad escrita con la cámara. Tras La jalousie (2013) y L’ombre des femmes (2015), el prolífico autor de Les amants réguliers (2005) retoma el amor como inagotable fuente de inspiración. Y desde su mirada, influenciada por la admiración a la Nouvelle Vague, vuelve a constantes en su filmografía como son la relación con el padre, el juego al reflejo de aspectos que tocan de cerca su propia biografía y la búsqueda de la poesía en la naturalidad de lo cotidiano. Si la neurosis o la libido reinaban anteriormente en su construcción, ahora su piedra angular son las contradicciones inconscientes. Paseos urbanos, encuadre medido con aire de haber sido encontrado por casualidad, belleza con textura a clásico del cine francés… Amante por un día es rúbrica innegable de Garrel. Un microclima estético que hace de la mujer un icono, del uso de la luz (el contraste y la sombra) un lenguaje propio y del sexo un pictórico recurso expresivo y casi siempre vertical. Con vergüenza hay que recordar que esta ha sido, tan solo, la segunda película estrenada en salas comerciales españolas de un habitual francés del buen gusto. Tenía que tener su sitio en el top anual.
Raquel Loredo
9. Hereditary, de Ari Aster (39 puntos, 9 votos)
En demonología, el príncipe Paimon es representado como un hombre de rostro afeminado al cuál le preceden, antes de su llegada, diversos demonios con forma humana que ejercen como anunciantes y que tocan principalmente trompetas y címbalos. Las fanfarrias surgieron en la Edad Media y fueron utilizadas en las ceremonias dedicadas a la realeza. La presencia de los citados elementos a lo largo de Hereditary la definen como una ceremonia de coronación en una familia real demoníaca. El director Ari Aster se vale de una puesta en escena en la que las casitas de muñecas y lo que representan en la realidad se funden para mostrar los designios que los dioses tienen para esta familia. Unos designios que las miradas de los personajes secundarios anticipan como si actuasen como miembros de esa cortesía real que confabula y controla en la sombra el gobierno de esa casa. La cámara (o el director) mira a la afligida madre Annie (Toni Collette) como ella mira las maquetas que construye, como su particular dios que mueve los hilos y va aumentando su tormento a golpe de elipsis. La polifonía in crescendo del viento-metal acompaña las secuencias desde el prólogo que resume la situación trágica a la que se ven avocados los personajes hasta el clímax final en el que se desvela la imposibilidad de escapar de un destino marcado por tu herencia familiar, como el Michael Corleone de El padrino, y que aquí adquiere su máximo carácter de fanfarria.
Carlos Rodríguez Martínez de Carneros
8. Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher (47 puntos, 7 votos)
Alguien dijo una vez que era más productivo escribir sobre las películas que amamos y que nos entusiasman. Gran verdad que más de uno podría aplicarse. Pero cuesta enormidades escribir sobre películas que, de manera inusitada, nos traspasan sin remedio. Fue mi caso con el tercer largometraje de Alice Rohrwacher, Lazzaro felice. De lo poco que acierto a decir de esta prístina fábula sobre la dignidad de los oprimidos y la perseverancia de la bondad es que, efectivamente, hace revivir en sus imágenes a alguien más que al Lazzaro del título. Varios críticos han mencionado el parentesco entre este sencillo misterio dirigido por Rohrwacher y las creaciones del también italiano Ermanno Olmi. Otra gran verdad. Aquel cineasta, de mirada generosa ante la existencia y pacífica intransigencia ante la sociedad que nos circunda, fallecido en mayo de 2018, ve reencarnado su espíritu en el relato y en las formas de una película que, al igual que su protagonista, se nos presenta sin doblez alguna para plantearnos una parábola que, quizás, ni siquiera pretenda serlo. Pero más que conformarse meramente con ser una obra heredera de fulgores pretéritos, Lazzaro felice se constituye como una rareza que no quiere distinguirse como tal. Rareza por su equívoco lugar en el panorama cinematográfico actual, la película surge alejada de modas pero también de pretensiones de altiva distinción.
Poco más puedo escribir. Ante películas de tamaña sencillez, capaces de proporcionarnos experiencias cuya inusitada fuerza nos traspasa sin remedio, probablemente solo queda el más puro agradecimiento. La cinefilia debería ser, también, saber dar las gracias.
Gabriel Doménech
7. Call Me by Your Name, de Luca Guadagnino (49 puntos, 7 votos)
Call me by your name es –para Guadagnino- la última película que completa la trilogía de sus dos anteriores largometrajes; Yo soy el amor (2009) y Cegados por el sol (2015) protagonizados por Tilda Swinton. En Call me by your name, Elio (interpretado por un joven Timothée Chalamet) y Oliver (Arnie Hammer) mantienen una relación de pasión capaz de arrasar el verano entero para convertirlo en un seco y áspero otoño. La delicadeza de esta historia cargada de simbolismos jugosos utilizados para fines estrambóticos, hacen que tengamos los ojos (y el corazón) fijados en la narración. Ganador en la categoría de Mejor guion adaptado en los Premios BAFTA y los Premios Óscar, Guadagnino se convierte en un director que nos conmueve con la que podría ser una de las mejores conversaciones de la historia del cine, esa charla inspiradora y esperanzadora de un padre que sostiene en sus manos con la mayor delicadeza el primer rubí de su hijo. Esta historia, acaba por desgarrarnos silenciosamente con ese último plano pausado y lento, en el que Elio parece apunto de romperse en pedazos mientras contempla el fuego con el que se quema su jovial fervor y sus expectativas. Es en ese preciso instante cuando sus ojos nos engullen y nos sumergimos en su dolor, un dolor propio de un maravilloso verano de 1983 en Italia lleno de nuevas sensaciones, en el que aún no se toleran ni se comprenden ciertas cosas.
Sherezade Atiénzar
6. Burning, de Lee Chang-dong (58 puntos, 8 votos)
En Burning, la chica deja al protagonista encargado de cuidar de su gato. Ni él ni nosotros vemos nunca al gato. La película de Lee Chang-dong parte de un triángulo amoroso clásico: chico pobre e introvertido enamorado de chica atractiva bastante cabeza hueca, que por su parte, está con un hombre rico, apuesto e inteligente, con el que el primero no tiene nada que hacer. Así, la cinta se apoya en una comparativa de clases, en todos los sentidos de la palabra, para desarrollar una narración cuyos únicos hechos acaban siendo los sensitivos. El hombre rico quema, por diversión, invernaderos. Eso dice, pero por mucho que nosotros y el protagonista vigilemos, nunca lo vemos. Chang-dong transforma la adaptación de este relato corto de Murakami en un cuento en donde todo está en suspenso. No nos podemos fiar de nada porque nada se nos confirma. Así, las escasas páginas del relato se transforman en dos horas y media en las que nosotros, junto con el protagonista, viviremos el desarrollo de una espiral de paranoia donde un rayo de luz se convertirá en certeza. Por agotamiento, por insistencia, por necesidad.
La protagonista baila con el torso desnudo a contraluz, los dos hombres le miran. Uno dice amarla de verdad. El otro, por su parte, confiesa su piromanía. Suena Miles Davis y la protagonista convierte sus manos en el aleteo de un pájaro. Desaparece y vamos por la mitad. Hablando de thrillers podríamos pensar en la Janet Leight de Hitchcock pero viene más al cuento la Monica Vitti de Antonioni. Quizás lo mejor sea quedarnos con las dos. Lo importante es que si en ambas obras mayúsculas de la historia del cine la desaparición de la protagonista conducía al equilibrio, en Burning es justo lo contrario. De acuerdo, el gato aparece aunque es otro (quizás), los invernaderos quemándose también (quizás). Lo importante de la película de Lee Chang-dong, por lo que está en este humilde top y a todas luces es una de las películas a recordar del año es por los detalles. Por su capacidad para contener el deseo en un rayo de sol, la maldad en un fuego rural, la inocencia en un baile. También, y aquí viene lo difícil, el amor en locura, la venganza en razón. Burning es un thriller hecho de tiempo, no de hechos. Y eso es algo que merece la pena ver.
Rafael S. Casademont
5. Isla de perros, de Wes Anderson (59 puntos, 11 votos)
Vayas donde vayas, en este final de 2018 te encontrarás con todo tipo de listas de lo mejor del mejor cine del año, y en todas ellas aparecen en gran medida las mismas cintas. Una de ellas es Isla de perros (Isle of Dogs) de Wes Anderson. Muchos seguramente la han visto y han sentido lo que se siente al ver un nuevo título del director norte americano, es decir, sentir que perteneces a su universo particular, a sus composiciones que hacen que todo sea perfecto y que nada sobre. Y por ello copa los puestos más nobles de dichas listas, pero casi en ninguna se alza con la cumbre. No para mí, que ocupa lo más alto. En efecto, todo lo anterior lo cumple con precisión pues nunca una película de Wes Anderson será tal si desde el minuto uno no te adentra en un universo único, con personajes irrepetibles (los perros siendo más humanos que los propios humanos) y una composición simétrica que roza la perfección artística, trascendiendo por momentos del lenguaje cinematográfico. En este caso, para un servidor, el detalle capital que hace que esta cinta se aúpe a lo más alto del grueso cinéfilo anual es la capacidad de sorpresa (la constancia y repetición de su dispositivo es positiva y muy alejada de la monotonía o el estancamiento) y asombro que produjo en mí en un primer visionado, y la corroboración en un segundo que estaba ante una de las mejores, si no la mejor, película del director de El Gran Hotel Budapest (The Grand Hotel Budapest, 2014). Con todo un menaje de referencias del cine del sol naciente, desde Miyazaki hasta Kurosawa.
Manuel Rodríguez
4. El reverendo, de Paul Schrader (61 puntos / 11 votos)
Paul Schrader filma el abismo espiritual de un reverendo protestante con una coherencia formal exquisita. Resulta paradigmático que la gélida austeridad con que el director firma este drama, pueda dejar una huella tan profunda en la experiencia del espectador y, que a su vez, la grisácea desnudez que tamiza esta obra resulte tan atractiva.
Tomando como referencia Diario de un cura rural, de Robert Bresson (1951) y Los comulgantes, de Ingmar Bergman (1962), Schrader nos invita al inhóspito viaje interno del reverendo Ernst Toller, un personaje atormentado que calla el remordimiento flagelando cuerpo y mente con su ortodoxa afición a la bebida. El personaje interpretado por un ascético Ethan Hawke desmiga sus inseguridades en las páginas de un diario encargado de poner en circulación las obsesiones de un protagonista que reencuentra la fe en dos de sus feligreses: en el activismo ecoterroista de Michael (Philip Ettinger) por un lado y en el amor de Mary (Amanda Seyfried) por otro.
A través de una milimétrica puesta en escena de planos largos y estáticos, el espectador habita unas composiciones de marcado carácter frontal que parecen someterlo a una experiencia reflexiva y pictórica propia de una exposición museística. El sentido con que utiliza la duración del tiempo de cada plano y el encuadre, le sirve al director estadounidense de acicate místico para plantear las incertidumbres de este párroco y, también, para cuestionar en el reposo de esas imágenes, la esperanza, la fe y la redención.
¿Podrá conseguir la humanidad el perdón de Dios?, esta es la pregunta que planea durante todo el metraje al mismo tiempo que sirve para reflexionar sobre los peligros del capitalismo salvaje como semilla del mal. Resulta francamente interesante la manera en que Schrader soluciona la aparición de lo maligno a través de planos contrapicados que rompen con la frontalidad imperante, así como la utilización de una banda sonora austera, sobria y oscura que aparece con cierto sentido lynchiano y premonitorio. Un estridente viento metálico que prepara al espectador para ese viaje místico en el que se abrazan el reverendo Toller y Mary en dos catárticas escenas en las que el director estadounidense olvida el hieratismo a favor de la libertad del movimiento y del alma.
Cada una de las decisiones tomadas por Paul Schrader son tan estimulantes que logra hacer que el compromiso de llegar al final de esta historia suponga una de las mayores recompensas cinéfilas de este año.
Enrique Pérez Acosta
3. Roma, de Alfonso Cuarón (69 puntos / 11 votos)
Hablar de Roma es hablar de una de las películas más aclamadas del año, como también de una de las producciones cinematográficas más controvertidas por el debate generado en los festivales de Cannes y Venecia, acerca de su estreno a través de las plataformas de Netflix. Del mismo modo, y como ocurre con muchas de las obras más premiadas de cada año, el último largometraje de Alfonso Cuarón ha generado una gran cantidad de detractores tanto dentro de la crítica como entre los espectadores, que la encuentran una película sobrevalorada. Quizás toda la serie de circunstancias que la rodean han jugado en su contra durante el visionado, pero Roma es innegablemente una de las obras más importantes del año 2018 principalmente por lo que radica dentro de sus encuadres.
La fuerza de Roma reside primordialmente en las formas con las que el director mexicano recrea todo un ecosistema tanto en el espectro social, histórico y cultural en absoluta armonía con la narración. Dentro de esas formas, brilla la capacidad que tiene para tratar el espacio aprovechando por completo el ancho de la pantalla a través del formato panorámico (1:2,35), exigiendo mayor esfuerzo en la mirada del espectador, sin perder fuerza en el punto central de la acción. Para ello, Cuarón propone un estilizado trabajo de movimientos de cámara dentro de los lugares que habitan Cleo y la familia, donde el ritmo varía a partir de la mirada de la protagonista y cómo esta se mueve en esos espacios. El formato y el ritmo se acoplan a través del recurrente plano secuencia para generar una mayor e intensa emoción en sus diferentes escenas, y en la distancia entre la cámara y Cleo, que varía mientras avanza la trama desde el plano general en su inicio hasta el primer plano al final del metraje.
Toda la propuesta formal y estilística de la película aúnan para gestar un relato sustancialmente sensorial y contemplativo a falta de un arco narrativo claro. Roma, más que un relato social, es una experiencia envolvente que sumerge al espectador en una mirada al pasado trabajados desde la memoria de su autor. Emocionante, sin ser nostálgica, intimista, pero nunca sentimental.
Damián del Corral
2. Cold War, de Pawel Pawlikowski (79 puntos / 11 votos)
El amor debería ser fácil y, si dos personas están destinadas a estar juntas, deberían encontrar la manera de estarlo. Cold War cuenta esa historia, repetida hasta la saciedad, de manera totalmente diferente: casi sin palabras, a un ritmo tan paciente como sus protagonistas y con un trasfondo musical sugerente y cautivador.
Pawel Pawlikowski construye la película como una especie de ente superpoderoso, con la capacidad de dárselo todo a sus protagonistas y, al tiempo, de arrebatárselo. Pero no con aires de grandeza o acritud, sino con la generosidad y el sentido de la justicia de un artista que ama sus creaciones. Así, Wiktor y Zula, director musical y cantante respectivamente, se ven encerrados en un formato de 4:3 que les oprime, que los acerca a la vez que la Guerra Fría les separa. Pawlikowski, para compensar, dota de aire cada plano, un espacio cargado de estilo y elegancia que la pareja necesita para respirar. Pero nunca cunde el pánico y la paciencia se convierte en el arma más certera del director, una decisión que influirá en el destino de los personajes y que, a lo largo del metraje, hace que no se rindan ante el formato o las tensiones internas de Europa en los años cincuenta.
En uno de los encuentros de la pareja (se van encontrando a lo largo de los años), una antigua amante de Wiktor y poetisa de profesión escribe una canción para que Zula la interprete. Esta, algo celosa, no entiende (o no quiere entender) qué quiere decir la letra. «El péndulo mató el tiempo». La poetisa le explica que es una metáfora, lo que en realidad quiere expresar es que «el tiempo no importa cuando estás enamorado». Y lleva razón, el tiempo vuela cuando encuentras al amor de tu vida, también cuando el destino cruza en tu camino una película tan inspiradora, sincera y real como Cold War.
Patricia Marín
1. El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson (146 puntos / 17 votos)
El hilo invisible es la película más emocionante que se ha estrenado este 2018. No se trata, no solo, de una cuestión de gusto o de que sea la película que más me haya emocionado a mí en mucho tiempo, sino de que hay algo en lo nuevo de Paul Thomas Anderson, en su forma, que invita al goce más satisfactorio y a la emoción más difícil de encontrar que puede producir el arte: aquella que no reside en la identificación con los personajes o con la acción, sino en la densidad de afectos y en el saber que transmite cada decisión del creador. Vean, por ejemplo, la escena en que Reynolds viste a Alma por primera vez, en su primera cita.
En cualquier otra película, la cita fundacional de la relación protagonista concluiría con una escena de cama en la que ambos se desnudarían, aquí no. La escena culminante del primer encuentro entre Reynolds Woodcock y Alma sucede en el taller de costura, y en vestir a Alma consiste toda la escena. Por supuesto, se trata igualmente de un ritual de seducción, pero uno mucho más complejo desde el momento en que entremezcla el trabajo con el deseo y se requiere del examen y la medida del cuerpo de ella.
La escena consta de cuatro movimientos que desarrollan su relación como un juego y desafío de voluntades. En el primero, Reynolds examina a Alma con las gafas de gran modisto. La emoción comienza con el segundo plano cuando Alma le sonríe jugando y queda trastornada ante la seriedad con que él presta atención exclusiva a su trabajo [1]. Sin embargo, decide permanecer bajo su examen. Los planos siguientes – planos detalles de las manos de Reynolds realizando arreglos sobre ella, y primeros planos de Alma– van matizando y desarrollando este examen hasta el momento en que Reynolds vuelve a dirigirle la palabra, sin mirarla. Entonces Alma resplandece en un inmenso primer plano [2]: la fotografía fotoquímica está subexpuesta en las tomas y subida de luz en el positivado para lograr esa textura radiante. El siguiente movimiento es una fiesta. Comienza con Reynolds retirándose las gafas para apreciar su creación [3] y continua a través de un intercambio de frases y miradas que van gestando una hermosa complicidad entre los dos. Cada plano es una caricia; cada corte, un juego.
De pronto la hermana de Reynolds, Cyrill, irrumpe en el contraplano de la pareja, subiendo las escaleras precedida por su sombra ominosa [4, atención al cuadro, ¿la madre de Reynolds?] y por una de las magníficas frases del guion «Y quién es esta adorable criatura que hace que la casa huela tan bien?». Lo que sigue es una excelente muestra de la maestría de Paul Thomas Anderson, que convierte la complicidad erótica entre Reynolds y Alma -de pronto notablemente incómoda- en un en examen humillante para ella bajo la mirada atenta de Cyrill [5/6]; incluye un elegante desafío de la hermana a la intrusa: Cyrill llega del contraplano para penetrar en el de Alma mientras ella busca inútilmente el apoyo de Reynolds [7]; y la primera vez en que Alma se beneficia de ceder a la voluntad de los Woodscock antes de aprender a subvertirla en favor suyo. Pero es mejor que lo comprueben por ustedes mismos.
En total la escena consiste en 6 minutos de goce y poco más de 50 planos cargados de emoción. Y es solo una de las magníficas escenas de El hilo invisible, lo mejor del año.
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