TOP 5 MEJORES SERIES DE 2017

Estas son las mejores series del año para Revista Mutaciones

Consulta aquí el top de cada crítico.

=5. El fin de la comedia (T2), Ignatius Farray, Miguel Esteban y Raúl Navarro -Comedy Central- (6 puntos; 2 votos)

El fin de la comedia T2

Yo nunca sería un pederasta“. Con estas declaraciones (inventadas) de Juan Echanove, enunciadas por Ignatius Farray en un monólogo, empezaba en 2014 el primer episodio de la primera temporada de El fin de la comedia. Una serie que mezclaba a la persona y al personaje de Ignatius confundiendo continuamente la ficción con la realidad. Presentaba el humor desde la incomodidad y el desconcierto, incluso a veces desde un drama que provoca la risa nerviosa, pero no lo buscaba constantemente. Por eso hacía gracia. Reflexionaba inteligentemente y con sinceridad aplastante sobre los temas más importantes de la vida a través de un personaje que lleva el patetismo por bandera.

Miguel Esteban y Raúl Navarro estrenaron este año una segunda temporada que se aleja de la simple adaptación española de Louie (Louis CK, 2010-?) para realizar un círculo metalingüístico tan loco como sus creadores, en el que todo parecido con la realidad es tan ficticio como la puta realidad. Juan Cavestany (que acaba de estrenar con éxito otra poscomedia serializada, Vergüenza) interpreta al director de una serie que el Ignatius “ficticio” comienza a rodar sobre “su vida”, llamada Ignatius Farray, y una actriz con dos Goyas como Natalia de Molina hace de su ex-mujer, provocando así el enfado de su otra ex-mujer en la ficción, que en realidad es Rocío León interpretando a su ex-mujer real en El fin de la comedia… Una paradoja visual y argumental digna de Escher que vuelve a poner patas arriba la televisión española. Tanto es así que nadie la está viendo por televisión, sino por la plataforma online de Movistar+.

La serie definitiva de la posmodernidad patria. La comedia ha muerto, viva la COMMEDIA.

Fran Chico

=5. Big Mouth (T1), Nick Kroll y Andrew Goldberg -Netflix- (6 puntos; 2 votos)

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big mouth

La serie de animación de Netflix creada por los cómicos estadounidenses Nick Kroll (Kroll Show, 2013-2015) y Andrew Goldberg (Padre de Familia, 1998-) representa con creces la etapa de la adolescencia. Con un realismo basado en la crudeza de las tramas, sobre las etapas de cambios que sufren chicos y chicas; y la construcción de personajes con diversas características personales. La libertad con la que la serie refleja la pubertad, deteniéndose en los procesos más oscuros y viscosos es algo que no se veía en una serie de adolescentes desde Malcom in the middle (2000-2006)

Big Mouth recurre al humor absurdo propio de las series de animación de Seth MacFarlane (American Dad, 2005  y la antes mencionada Padre de Familia) haciendo uso de referencias culturales, escenificación de los pensamientos de los personajes y chistes negros a mansalva. La frescura, en este caso, reside en  el uso de las canciones. El himno gay cantado por el fantasma de Freddy Mercury; o la vuelta de tuerca que se le da a la típica canción que habla de seguir luchando por lo que quieres y mantenerte optimista ante las desventuras de la vida, es la guinda perfecta para definir la pubertad como una de las etapas más complicadas (y asquerosas) de la vida del ser humano. Sin filtros y con mucha risa.

Silvia Estévez

4. The Deuce (T1), David Simon y George Pelecanos -HBO- (7 puntos)

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The deuce

La mayor virtud de David Simon es su capacidad de representar fenómenos sociales. The Wire es una lampedusiana exposición de cómo la estructura económica absorbe todos los esfuerzos para cambiarla y se reproduce a partir de ellos. Show me a Hero adopta un planteamiento diferente, buscando las posibilidades de evolución social a partir de la iniciativa individual. A caballo entre las dos, The Deuce se hace cargo de una transformación histórica de inagotables consecuencias, equilibrando perfectamente el peso de los mecanismos sistémicos y la responsabilidad de cada personaje.

Se trata de la aparición de la industria del sexo, de la explotación racionalizada de los cuerpos para la prostitución y la pornografía. El cambio de paradigma incluye la legalización y la normalización de muchas prácticas hasta entonces relegadas a la clandestinidad, ámbito privilegiado de la violencia a pequeña escala. Resulta así que son las víctimas del viejo sistema las que fomentan la transformación, emprendedores que aprovechan el momento para buscarse un futuro mejor: el camarero arruinado, la prostituta agotada, el albañil enfermo.

Simon relaciona la lucha de cada personaje con una totalidad que le da un nuevo sentido. Manteniendo un impecable respeto por sus protagonistas, la serie nos obliga a repasar nuestras simpatías en esa dialéctica entre vidas e Historia. El mismo barman que obliga a sus camareras a ir medio desnudas rechaza con nobleza toda relación con la prostitución; la prostituta que tanto ha sufrido abraza con ilusión su futuro como directora de porno; el albañil desamparado por la falta de protección laboral no tiene inconveniente en convertirse en proxeneta.

The Deuce entrelaza el alivio de la liberación sexual, la implacabilidad de la lógica económica y la sistematización de la corrupción en un mismo proceso. Sin nostalgia por un pasado opresivo, esta primera temporada anuncia ya nuevas formas de violencia más difíciles de rastrear pero mucho más poderosas (Ruby sólo será la primera víctima). Nadie mejor que Simon para trazar su genealogía, descubrirnos su funcionamiento y revelar el papel que todos jugamos en ellas.

José Miguel Hernando

3. The Leftovers (T3), Damon Lindelof y Tom Perrotta -HBO- (9 puntos)

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The leftovers

En una época donde la mayoría de las series se obcecan en ofrecer exclusivamente narrativas más o menos abigarradas, en las que prima el qué y no tanto el cómo, The Leftovers se erige como una nota disonante, un acto de insurrección ante el establishment seriéfilo establecido. Cuando una serie como esta plantea tal cantidad de preguntas incómodas derivadas fundamentalmente del dolor ante la pérdida o la reacción ante lo imprevisto, es de recibo preguntarse: ¿realmente necesitamos una respuesta que lo dulcifique todo? ¿O la simple invitación a indagar en estas cuestiones tan personales y con tal maestría es motivo suficiente para admirar esta joya televisiva? The Leftovers se revela así como una visión trágica de cuán peligroso puede ser convertir cualquier tipo de fe en una búsqueda extrema (física y mental), en una necesidad imperiosa de volver a la rutina, en un parche efímero al dolor egoísta. La clave la proporciona Nora (quizá el mejor personaje televisivo del año) en el sublime último episodio tras conseguir cruzar al otro lado ¿y si los sobrantes (traducción literal de leftovers) son los que se han quedado? ¿Y si todo lo que hemos estado haciendo (y creyendo) no ha valido para nada, no ha tenido sentido? Al fin y al cabo ¿de qué depende nuestra felicidad?

Daniel Reigosa

2. Mindhunter (T1), Joe Penhall y David Fincher -Netflix- (21 puntos)

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mindhunter

Tras casi una década un tanto errática, en la que ha pasado de El curioso caso de Benjamin Button a La red social y de ahí a Millenium y Perdida, David Fincher celebra los diez años de su obra maestra, Zodiac, con una serie como Mindhunter, en la que vuelve a los mundos en los que mejor se desenvuelve. La serie de Netflix disecciona las tinieblas morales y mentales del ser humano con la precisión habitual de Fincher, pero lo que verdaderamente impresiona de ella es que se atreve a continuar y expandir la duda que ya rondaba en Zodiac: ¿cuánto separa al ciudadano “normal” del asesino en serie? Esos pequeños actos cotidianos, las mentiras y el cinismo diario, ¿está tan lejos como queremos creer de ese “Mal Absoluto”?

Pablo López

1. Twin Peaks: The Return, David Lynch y Mark Frost -Showtime- (29 puntos)

Twin peaks: The Return

Probablemente nadie esperaba lo que David Lynch traía debajo del brazo con disfraz de revival. Menudo viaje. Al igual que Inland Empire, el nuevo trabajo del director toca techo en su visceralidad sin contemplaciones, su compromiso emocional y su fascinación por el misterio y la extravagancia. Vista en conjunto, era difícil ser más coherente y rompedor a la vez.

La tercera temporada de Twin Peaks es una pesadilla cíclica, hipnótica y rodada desde las tinieblas. Es evidente que Lynch ha tenido libertad para entregar lo que le ha dado la gana. El resultado es uno de los mayores ejercicios de estilo de la historia de la televisión; puede que, incluso, el mejor. Twin Peaks no es fácil de ver y, como tal, no es plato de todos los gustos. A menudo es críptica, desconcertante y perturbadora. Los argumentos contra el director se fundamentan en el rechazo a lo inexplicable; a una defensa natural a favor de la narración canónica accesible, lógica y transparente. Pero es evidente que a nivel subconsciente, como en los sueños y pesadillas, hay subtexto. Que todo responde a una intencionalidad y a un discurso meditado. La muerte de Laura fue solo la excusa. Intentar analizar a Lynch desde la «lógica» es comprensible, pero resulta reduccionista y responde a nuestro miedo al vacío. Sus trabajos apuntan a las tripas y el corazón y, como el buen arte, estremecen sin tener claro por qué. Lynch conduce por el arcén porque no puede llegarse donde él quiere por una carretera asfaltada.

Ha sido un largo viaje lleno de preguntas. Al final, solo ha quedado un grito que nos ha dejado en el más desasosegante de los misterios; aquel que nunca se resuelve y, por ello, siempre fascina.

Antonio Serón

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