TOP 20 MEJORES PELÍCULAS DE 2017
Estás son las veinte mejores películas estrenadas este año en España para Mutaciones
Consulta aquí los tops de los colaboradores que han formado este con las mejores películas del 2017
20. The Square, Ruben Östlund (16 puntos y tres votos)
Una de las películas más premiadas del año. Flamante Palma de Oro de Cannes, ganadora de 6 galardones en los Premios del Cine Europeo (incluyendo Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Guion), nominada al Globo de Oro como Mejor Película de Habla no Inglesa, al Goya y seguramente también al Oscar. El filme de Ruben Östlund sigue acaparando premios como ya lo hiciera la temporada pasada la comedia Toni Erdmann de Maren Ade y, al igual que ésta, utiliza las mismas herramientas de humor incómodo y poshumor hasta las últimas consecuencias. El intento del director de un museo de arte moderno de recuperar su móvil y cartera robados da lugar a una serie de situaciones que explotan la vergüenza ajena hasta su esencia más pura. Al mismo tiempo que se ríe de las provocaciones del arte contemporáneo, del llamado mal gusto y del humor negro, ha conseguido escandalizar a buena parte de su público precisamente por eso mismo. Por poner en duda los límites del humor presionando y deformando esos límites hasta una parodia extrema que, si no tienes humor, no tiene sentido.
Lenguaje posmoderno para reírse de lo(s) moderno(s). La broma elevada hasta la tragedia. El arte del absurdo frente al absurdo del arte.
Fran Chico
19. Múltiple, M. Night Shyamalan (17 puntos)
Bajo la dirección de M. Night Shyamalan, James McAvoy se enfrenta a uno de los papeles más complejos que haya tenido entre manos. Dando vida a un personaje con cinco personalidades frente a la pantalla y guardando dieciocho tras ella, el director muestra la visión de una persona que he tenido que lidiar con traumas anteriores, que ha tenido que sobrevivir conociendo solamente el daño físico y mental. Anya Taylor-Joy se suma al elenco principal para encarnar a una verdadera superviviente. También para aportar otro punto de vista a la hora de hacer frente al miedo y el sufrimiento que, curiosamente, no es muy diferente al de su compañero de reparto.
Con películas a la espalda como El protegido (2000) o La joven del agua (2006), M. Night Shyamalan vuelve a jugar con las situaciones más realistas implícitas en la fantasía y el extremismo de la mente humana. El estilo del director hindú se consolida y expande haciendo tangible su propio universo, antes meramente intuitivo. Con este nuevo punto de inflexión en la carrera de Shyamalan, Múltiple se convierte en una de las películas del año, una atrevida propuesta sobre los límites del ser humano.
Patricia Marín
18. La tortuga roja, Michael Dudok de Wit (18 puntos)
En El cuento de la Princesa Kaguya (2013), Isao Takahata entiende la animación como una reducción a lo esencial. En cada plano decide que sólo se dibujará lo que influya sobre la narración, lo que le da una apariencia de boceto al conjunto de la obra, a la vez que permite poner en valor la presencia de la ausencia, con grandes espacios de la imagen que quedan en blanco. Takahata, uno de los fundadores y directores del Studio Ghibli, junto a Hayao Miyazaki, decidió abrir las puertas de la compañía a directores extranjeros. Su primera coproducción fue La tortuga roja (2016), dirigida por el holandés Michael Dudok de Wit y con el propio autor japonés como productor artístico. El diálogo que se establece entre ambos autores, y las enormes diferencias y similitudes que unen la última obra que cada uno de ellos ha dirigido, dan pie a reflexionar sobre la infinidad de posibles aproximaciones a la animación, más allá del canónico modelo Disney, basado en la exquisita caracterización de personajes.
La tortuga roja es, a la vez, lo mismo y todo lo contrario a El cuento de la Princesa Kaguya. Si en la obra del japonés se optaba por el minimalismo, en la ópera prima del holandés la representación de los escenarios es minuciosa, con infinidad de detalles que enriquecen el retrato de los paisajes naturales en los que la trama tiene lugar -la ropa agitada por el viento, la espuma de las olas, el movimiento de las hojas de los árboles-. A pesar de partir desde propuestas formales opuestas, ambas colocan el foco sobre los escenarios, y sobre cómo estos afectan a los personajes que los habitan. Cada uno a su manera, ambos autores confirman su maestría en el domino de la animación y, tras semejante debut en el largometraje por parte de Dudok de Wit, uno sólo puede cruzar los dedos para que la colaboración del Studio Ghibli con autores extranjeros se prolongue, con resultados similares.
Yago Paris
17. Jackie, Pablo Larraín (19 puntos y dos votos)
Una de las cosas curiosas de este año es que dos de los más interesantes comentarios sobre los Estados Unidos los han hecho directores no-estadounidenses. En el caso de Jackie, el fascinante retrato de Jackie Kennedy en los días tras el asesinato de JFK que Pablo Larraín nos ha regalado en 2017, ese comentario está profundamente enraizado en la “fantasía americana”. Sin embargo, la potencia y la inteligencia del filme, sumadas a una espectacular Natalie Portman, acaban trascendiendo fronteras y épocas para convertirse en una película demoledora sobre cómo el mito se construye sobre las ruinas de un ser humano.
Pablo López
16. La chica desconocida, Luc y Jean Pierre Dardenne (19 puntos y tres votos)
En una de las secuencias finales de La chica desconocida, el personaje interpretado por Jérémie Renier intenta conjurar una parte de su responsabilidad en los hechos que narra la película con un «no importa, ella está muerta», en relación a una mujer inmigrante de origen africano que, efectivamente, sufre una muerte violenta en los compases iniciales. La protagonista, una médica interpretada por Adèle Haenel, le responde con aparente calma y con la misma convicción sin aspavientos que se ha adueñado de ella, a la vez que sus actos se han ido adecuando a las necesidades de su ética y de su práctica profesional: «Si estuviera muerta, no estaría en nuestra cabeza». Una verdad simple y rotunda que desnuda la falsedad de la aparente indiferencia hacia el sufrimiento ajeno con la que, en este tiempo, creemos concebir nuestro paso por el mundo, como si fuese parte de una tendencia natural hacia el egoísmo y no una creencia inculcada, por más que en ella se cifren las posibilidades de éxito y reconocimiento social.
Empleando sus habituales largos planos secuencia en los que casi nada parece medido y en los que la rapidez o la ansiedad desparecen para la mejor comprensión de la trama, de los personajes y de su psicología, los hermanos Dardenne han acertado esta vez al ceder casi todo el peso a una actriz protagonista, la citada Adèle Haenel, cuyo personaje experimenta una interesante evolución a raíz de la muerte de alguien que no tiene ni un nombre bajo el que ser enterrada y que trastoca su hasta entonces bien medido plan profesional. A ello ayudarán también el peso de un ambiente, áspero, precario y amenazante, y su progresiva inmersión en las necesidades de sus pacientes, con las que empatiza de forma tan profunda que consigue hacer desaparecer de su universo cualquier tipo de ambición que no sea una atención dedicada y absoluta a la salud de esa pequeña comunidad: hasta el sueño nocturno, que interrumpe sin ninguna expresión de queja o fastidio, se convierte en algo secundario ante el repentino e intempestivo timbrazo y, en un cuarto sin más decoración que una nevera y varios expedientes de pacientes, encare la obligación que ella misma se ha encomendado.
En una entrevista concedida a raíz del estreno, Luc Dardenne afirmó: “Un ser humano siempre está en deuda con los demás, y el mal consiste en no sentir esa deuda”. Si hay una película con la que esta expresión encaje sin duda alguna, se trata de La chica desconocida.
Mario Iglesias
=14. Baby Driver, Edgar Wright (20 puntos y cuatro votos)
Hablar de Baby Driver es hablar de un blockbuster que ha conseguido hacerse hueco en muchos de los más prestigiosos tops del año, y no precisamente por un afán de variedad de géneros cinematográficos, sino por méritos propios. También es hablar del matrimonio perfecto entre cine y música, la coherencia formal y narrativa entre imagen y sonido elevada a la enésima potencia, hasta el punto de no saber en muchas escenas si es la increíblemente trepidante acción o la ágil y enérgica partitura la que está al servicio de la otra… Y hasta el punto de que eso dé absolutamente igual. La innegable personalidad del film, pues, se forja gracias a la relación entre imagen y música, y el no menos importante vínculo entre la música y el personaje protagonista: la forma en que se construye este último da luz verde, entre otras cosas, al carácter más sentimental de la cinta, muchas veces apoyado en la inocencia de él, y justifica a la perfección las acciones y las encantadoras excentricidades del personaje tan bien encarnado por Ansel Elgort –desde un estiloso baile mientras pasea por las calles de Atlanta con solo de trompeta imaginaria incluido, hasta la monumental colección de casetes que colecciona y que es su vida–. Vibrante, divertida, original e inteligente, Baby Driver no deja indiferente a nadie, ya sea por su carácter de película comercial o por el de película buena, es disfrutable de principio a fin, desde el más pequeño hasta el más mayor.
Martín Escolar
=14. Lo tuyo y tú, Hong Sang-soo (20 puntos y cuatro votos)
Iván Ginés
13. Porto, Gabe Klinger (21 puntos)
Gabe Klinger, en Porto, realiza una ofrenda poética al celuloide. Grabada en super 8, en 16 mm. y en 35 mm., el metraje reconstruye una fugaz historia de amor y desamor. La conjugación de los diferentes formatos y texturas tejen una nebulosa de recuerdos para hablar de los diferentes tiempos que pueblan la película. Gabe Klinger muestra en su primer largometraje de ficción una sobresaliente capacidad para ejecutar un diagnóstico arqueológico y nostálgico de sus personajes. Mati (Lucie Lucas) y Jake (Antón Yelchin, fallecido al poco tiempo de esta película) coinciden en un yacimiento a las afueras de la ciudad de Oporto (se ofrecen estampas cotidianas de gran belleza), y es en un bar de la ciudad donde cruzan, furtivas, sus miradas.
Esta historia fruto de la casualidad y el destino es una de las más hermosas cintas sobre las relaciones personales y pasionales en los últimos años. Mati y Jake tienen, en un solo día, tiempo suficiente para amarse por toda una eternidad, y al mismo tiempo, viven la exasperante realidad del desamor. Todo fue posible mientras estuvieron juntos. Detrás de la obra de Klinger hay un enorme pozo de cine que recuerda a la cotidianidad de Jim Jarmusch y al manejo de la realidad de Richard Linklater. Sin duda, Porto es una obra que conmueve por la dúctil y elástica maniobra que tiene el cineasta para manejar puntos de vista, tiempos y sentimientos.
Enrique Pérez
12. Déjame salir, Jordan Peele (26 puntos)
Cuando se habla del género de terror, se cae equivocadamente en el cliché de sustos, sangre o monstruos. Pero, a veces, esos monstruos no son peludos, provienen de otro planeta, otra dimensión o tienen garras. A veces, esas garras se disfrazan tras la manicura francesa de la vecina del cuarto.
A esto es a lo que juega Déjame salir (Jordan Peele, 2017), una propuesta de thriller social sobre las diferencias raciales que aún existen en Estados Unidos. Aquí es donde reside el verdadero terror de la película, y lo que la hace tan especial. El verdadero miedo está en que “los malos” no son malvados de otra época, no son nazis en campos de exterminio, ni militares esclavistas. No, en este caso, son personas de clase media- alta que se las dan de progres. Son personas normales que podrías encontrar en el cine, en la calle más allá o en el colegio de tus hijos.
No es habitual ver a actores negros protagonizando producciones de Hollywood, y esta consigue que sientas en la piel y en el cuerpo (nunca mejor dicho), lo que siente un afroamericano en situaciones cotidianas, como puede ser conocer a tus suegros. Como si eso ya no fuese presión suficiente…
Peele consigue que la tensión y la adrenalina que se va generando desde el minuto uno te hagan intentar abalanzarte hacia la puerta y que, como dice el nombre original de la película (Get Out), quieras gritar: “¡Escapa, sal de ahí!”. Sabes que el próximo golpe está cerca, y no podrás moverte, tu mente está muy lejos, va a ocurrir, pues las pieles de corderito, también pueden esconder animales feroces. Solo puedes gritar desde dentro, con la única posibilidad de que alguien escuche tus lágrimas. Y por si no fuera suficiente hazaña, se ríe de los clichés que rodean a las diferencias raciales.
Déjame salir recuerda que este género, algunas veces trillado, también puede servir como denuncia social o política, para recordar que los monstruos no solo están fuera y lejos, pues, en ocasiones, la peor criatura está bajo el mismo techo. Es por ello, que esta grata sorpresa de la cinematografía debe estar en el Top 20 de películas del 2017.
Se trata, por lo tanto, de un hipnótico juego que te atrapa en un remolino impulsado por una cucharilla de hipocresía, racismo y apariencias, que da vueltas sin parar.
Elena Canorea
11. En la playa sola de noche, Hong Sang-soo (28 puntos)
Hong Sang-soo repite en este top con una película increíblemente sencilla y llena de espacios que se dejan rellenar con significados. Dividida en dos partes, el director se centra en la vida de una joven actriz que decide tomarse un tiempo tras mantener una relación con un hombre casado. Hong respeta el diálogo y las interacciones de sus personajes para subrayar sus puntos de vista y cómo estos convergen con los demás. Kim Min-hee, la protagonista de la historia, tiene como destino acabar en la playa sola de noche, como promete el título. Su soledad y aislamiento después de pasar por un escándalo público son el tema principal de la película. Hong Sang-soo se aprovecha de estos sentimientos para argumentar que el método de la película se basa en observar el impulso desesperado de la protagonista por conectar de alguna manera con el mundo.
Hong decide evitar el impacto de los hombres durante todo el film. La gran mayoría aparece sin entidad propia o presencia alguna. Incluso el hombre casado aparece como un simple fantasma hasta que poco a poco empieza a hacerse notar por medio de los recuerdos y la presencia del mismo.
Como la mayoría de las películas del director, En la playa sola de noche reluce por lo ilustrativa que es. A esto le sumamos el destino de la protagonista en la playa y su deseo por poder reconectarse con el paisaje, entregarse a la naturaleza para escapar de la estupidez humana es sin duda el culmen del film.
Marina Ferrera
10. Verano 1993, Carla Simón (29 puntos)
El título de la película de Carla Simón Verano 1993 evoca de entrada, a un periodo de tiempo determinado. Se podría decir que la cinta reproduce eso mismo, el tiempo. Un verano de 1993 la pequeña Frida (Laia Artigas) se queda huérfana, se traslada a un pueblo de Barcelona para vivir con sus tíos como última voluntad de su madre.
Si articulamos la película entorno al tiempo podemos definirla como el duelo de Frida. Cuánto tarda en asumir la muerte y lo que le cuesta adaptarse a su nueva familia. Con recursos parecidos a los que usa Sandra Wollner en su film The Impossible Picture (2016). Simón filma la madurez de la niña con escenas donde audio e imagen son contrarias: utilizando la muerte de fondo (conversaciones entre adultos sobre los padres de la niña), como algo ajeno a Frida (a la que vemos sumida en su mundo interior). Conforme avanza la película, es la niña la que busca esas conversaciones mirando a la ventana de la habitación donde sus tíos hablan de la situación forzando a estos a cerrarla y evitar que la niña se percate de ello.
Entretanto, la película habla de la vida y la muerte. Las escenas de las dos niñas, Frida y su prima Anna (Paula Robles) jugando; evocan vida, inocencia y naturalidad. Mientras que algunas otras se tiñen de perversión y oscuridad retratando el interés y descubrimiento de la protagonista hacia la muerte. La vida como el tiempo y la muerte como ausencia del mismo.
Silvia Estévez
9. Manchester frente al mar, Kenneth Lonergan (31 puntos)
En Manchester frente al mar Kenneth Lonergan presenta a un personaje de actitud tímida y antisocial. Una actitud que le empuja a vivir casi como un autómata y le obliga a seguir una rutina triste y mediocre motivada por el arrepentimiento y el autocastigo. Esta contención de sentimientos refuerza el ritmo de la película que, a su vez, se desarrolla pausado e intenso, lo que genera un marco de inquieta tranquilidad al borde del colapso.
Sin necesidad de decir nada, los diálogos se silencian para que las imágenes hablen por sí mismas y, estas, junto a una delicada banda sonora que intenta consolar a sus personajes, dan lugar a un ambiente aislado y desolador, un perfecto reflejo de esas personas que intentan pasar página, de la tempestuosa calma que sucede a la tempestad en la fría ciudad de Manchester.
Patricia Marín
8. La La Land, la ciudad de las estrellas (33 puntos)
La La Land…, poco queda por decir de la película más comentada, aplaudida y a la vez criticada del año. Lo que muchos aman, otros tantos odian, pero a pocos se les escapa que la película de Chazelle es ya parte de la historia popular y cinéfila como no lo ha conseguido ningún musical (y muy escasas películas) en años. Después de la seca y cortante Whiplash (2014), muchos criticaron al joven realizador su sequedad, por no decir crueldad, con la historia de amor de su protagonista en un relato donde se intentaba decir que el trabajo duro lleva a conseguir los objetivos pero no la felicidad. Lo mismo, pero mejor, sucede en La La Land donde estos objetivos pasan de ser el centro a algo paralelo a la historia afectiva de los dos protagonistas, el centro de la narración. Cambio de dirección que refuerza el verdadero corazón afectivo del discurso de Chazelle y es que como decía Jonathan Rosenbaum La La Land es un relato de melancolía, un canto de amor al cine y a la música lleno de cines cerrados y música pasada de moda en el año de Despacito, un relato construido sobre y para conseguir el éxito donde, cuando este ha llegado, lo único que queda de felicidad es lo que pudo ser.
En una atemporal ciudad de Los Ángeles parece desaparecer todo el mundo excepto los dos protagonistas. Nada existe fuera de la actriz que interpreta Emma Stone y del músico que encarna Ryan Gosling hasta que nace la unión de ambos y los focos de luz se juntan en uno que oscurece el resto. El tiempo se estanca, los planos secuencia y la luz de exteriores tratada como si fuese un estudio devuelven el clasicismo a unos numerosos musicales que aúnan como pocos su natural integración en el relato con un nostálgico maniqueísmo de espectacularidad romántica. El encanto expresivo de Stone y la naturalidad de Gosling coronan un conjunto donde la cámara, el color y el ritmo rayan a un nivel impresionante pero donde todo se encuentra al servicio de una transmisión de la historia puramente emocional. Y es que si algo funciona de La La Land no es la música, los colores o los planos, es esa sensación de conocer lo que sentían, sienten y sentirán esas dos personas iluminadas por el foco que parece dejar en la más negra oscuridad al resto del mundo.
Pocos no saben aún que Mia y Sebastian no acaban juntos y que, por el contrario, sus sueños laborales sí se cumplen. Muchos, aunque algunos pocos se empeñen en no hacerlo, han disfrutado viendo ese genial fragmento de “lo que pudo ser”. Un regalo con el que Chazelle demostró entre una película y otra como transformar la crueldad de su discurso en melancolía, cómo recordar, con ese último cruce de miradas, que la felicidad existe aunque solo sea para, como canta Mia, The Fools Who Dream.
Rafael S. Casademont
7. Z. la ciudad perdida, James Gray (35 puntos)
En el último viaje de Percy Fawcett antes de desaparecer, en busca de Z, la ciudad perdida del Amazonas que demostraría la existencia de una Civilización alternativa a la occidental, el relato de aventuras se vence al ensueño y la imaginación. Es el momento en que termina la documentación de la expedición real de Fawcett y sólo es posible imaginar lo que sucedió. Se trata de veras de una última aventura, ya en tiempos en que los americanos organizaban expediciones multitudinarias y millonarias basadas en la conquista de lo desconocido y en su colonización antes que en el descubrimiento y la aventura.
Z, la ciudad perdida trata pues de la última aventura posible y del fin de todo un género; del desplazamiento de la aventura real en favor de la fantástica cuando ya no quedaba nada más por descubrir, antes aun de los satélites y la Globalización. Pero es más que una despedida nostálgica. En Z… la estructura de la aventura basada en el viaje entre dos puntos separados: el hogar y un otro-lugar, el de lo desconocido, se fractura dejando que se filtren en el relato flashbacks y fantasías de aquello que antes quedaba separado, e incluso anulado: la mujer y el salvaje. Así, cómo argumentaba Pablo López en su crítica, la mujer de Fawcett entra en el relato desde su propio hogar (de manera literal en el final de la película) y se convierte en el verdadero motor de la aventura.
En un año tan afortunado para el cine de género, Z, la ciudad perdida ha caído como un sueño que, al mismo tiempo, pone en cuestión la vigencia de todo el género y sus valores -la hombría, la tradición y las jerarquías y la labor civilizatoria de occidente- y lo renueva. Desde 2017 el futuro del cine de aventuras, si lo hay, pasa por Z.
Alberto Hernando
6. Personal Shopper, Olivier Assayas (42 puntos)
Desde que Jules Verne fantaseó con el cine antes del cine, pasando por André Bazin y así hasta Irma Vep (Olivier Assayas, 1996), el cine ha sido y es un arte y una tecnología consagrada a los fantasmas. Pero los fantasmas también mutan.
En un año tan afortunado en delicadas películas sobre la vida cotidiana como este, Olivier Assayas ha tenido el valor de filmar aquello verdaderamente rutinario en nuestro día a día pero que suele ser escamoteado en todas ellas: las Nuevas Tecnologías. El móvil como un portal a una necrópolis de imágenes, información e interlocutores invisibles. Y lo ha hecho sin renunciar a la cotidianidad, al ir y venir por París, de una trabajadora moderna, Kristen Stewart (con todo su valor icónico detrás) como la personal shopper de una celebrity con quien apenas puede contactar si no es a través de mensajes. Otra cosa es que nuestro presente se haya llenado tanto de presencias virtuales que haya convertido el realismo en una película de género.
Con Personal Shopper Assayas ha recuperado el imaginario de lo fantasmagórico para actualizarlo en nuestro presente. El espiritismo decimonónico, donde Víctor Hugo acudía a sesiones de ocultismo y la precursora de la abstracción Hilma af Klint, que afirmaba pintar bajo orden de los espíritus, se citan con un presente de interlocutores que nos acompañan a todas partes en nuestros bolsillos, de trabajos alienantes que nos convierten en fantasmas al servicio de una presencia invisible y de los muertos que no somos capaces de dejar marchar.
Nunca estuvimos más rodeados de fantasmas. Por eso una película como Personal Shopper, en la que se afrontan las posibilidades cinematográficas de algo tan poco cinematográfico pero tan rutinario como una pantalla, y aprueba con sobresaliente, es uno de los regalos del año.
Alberto Hernando
5. El otro lado de la esperanza, Aki Kaurismäki (44 puntos)
Mirar al mundo desde el extrañamiento, con la reconfortante sensación de haberlo abandonado. Así se despide de nosotros el protagonista de ‘El otro lado de la esperanza’, Khaled. Y lo hace precisamente después de haberse hecho visible ante nuestros ojos, como si en el fondo hubiera sido su única ambición. Con similar actitud echamos la vista atrás al año, para tratar de convertir el desaliento en regocijo, aunque sea gracias a dar a conocer un puñado de títulos entre los que las imágenes de Aki Kaurismäki resuenan con mayor relevancia si cabe.
Pero antes de llegar a la secuencia final de El otro lado de la esperanza, cabe preguntarse cómo el cineasta finlandés articula dos polos que han aprendido a dejar de considerarse opuestos en el cine contemporáneo: el compromiso social y el rigor artístico. Continuando el camino abierto por El Havre (2011), una fábula sobre la inmigración que conectaba profundamente su cine con nuestro presente, su última película (quien sabe si la segunda parte de una trilogía sobre ciudades portuarias que debería conducirle hasta Vigo) es fruto de esa reflexión, la de enfrentar la posibilidad de una película de Kaurismäki, el artificio, con la realidad misma.
Fiel a su estilo, o a su dejadez, como él diría, de nuevo encontramos el prototipo de cualquiera de sus películas. Con una puesta en escena gélida como imaginamos Helsinki, pero de paleta tan cálida como la de un pintor de la bohemia francesa, sobrellevando siempre la miseria de sus personajes con algo de alcohol, humor y camaradería, del mismo modo que se podría afirmar disfruta de la vida. En esta ocasión cuenta la historia de un hombre de mediana edad al que acaba de dejar su esposa, que malvende el stock de su negocio de venta de ropa, se lo juega en una partida de póker y con los beneficios abre un restaurante en el que empezar una nueva vida. Pero esa trama común a su filosofía se contrapone con un conflicto mayor, la presencia de un refugiado sirio que llega a Finlandia oculto en un buque, huye de la justicia para evitar ser expatriado y acaba en el contenedor de basura de su restaurante. La forma en la que ambas tramas convergen no se debe simplemente el gesto honrado y bondadoso de un personaje de una ficción hacia otro, sino una forma de invitarnos a creer que el relato dominante es capaz de tender la mano y dar cobijo a ambos. Por eso tristemente no deja de ser una película.
Hay múltiples maneras de abordar la realidad social, muchas todavía por explorar cinematográficamente, pero en el fondo se trata de algo muy sencillo. Consiste en mirar al otro, representarlo. Y hacerlo con dignidad, evitando traicionar unos determinados principios para que el peso de la conciencia no impregne de complacencia o demagogia el resultado. Por suerte, fondo y forma siempre han sido uno en el cine del director de Nubes pasajeras (1996), que se adentra en el mecanismo de los centros de acogida, refleja las desigualdades y trámites burocráticos por los que pasan todos los inmigrantes ilegales e incluso refleja en las noticias la crisis humanitaria de Siria para dar voz a su situación. Todo ello sin renunciar por un momento a su estética, que ante todo siempre fue ética.
Además de otro memorable añadido a su filmografía, El otro lado de la esperanza es un documento veraz de la situación de abandono y marginación en la que se encuentran los refugiados cuando llegan a Europa y nuestras fronteras. Pero, y es aquí donde Kaurismäki conecta con su particular idiosincrasia, también es un retrato de los músicos callejeros de Finlandia. Porque al final es a través de sus canciones con las que plasma el relato del refugiado. Canciones conectadas con una tierra que le era ajena y a la que ahora pertenece. Como con la que se despide la película, dedicada a su íntimo amigo y colaborador Peter Von Bagh, recientemente fallecido, humilde conquista de un cineasta comprometido, que no por ello dispuesto a levantarse para enarbolar banderas, sino a sentarse tranquilamente contemplando el paisaje, satisfecho por haber hecho lo que consideraba correcto.
Antonio M. Arenas
4. Certain Women: vidas de mujer, Kelly Reichardt (45 puntos)
Kelly Reichardt es una de las mentes cinematográficas más brillantes del cine independiente norteamericano, y a pesar de ello, aún no se ha estrenado ni una sola de sus películas en nuestro país. La cinta ha llegado directamente al mercado doméstico, únicamente pudimos ver la película en Madrid con motivo la inauguración del festival de cine Filmadrid que sigue trayendo a nuestro país ese otro cine que merece tener mayor visibilidad.
La película habla de forma episódica de la vida de tres mujeres de forma sencilla y clara. Sin edulcorantes ni artificios, el lenguaje de la directora elimina lo superficial para hablar del papel actual de la mujer en un mundo aún machista. La obra adhiere muy bien el carácter telúrico del gran paisaje americano frente al individuo, pero en esta ocasión para centrarse plenamente en la vida de sus tres protagonistas: Laura (Laura Dern), Gina (Michelle Williams) y una joven (Lyly Gladstone). Tres heroínas cotidianas que dejan a Wonder Woman (Patty Jenkins) a la altura del betún.
Enrique Pérez
3. Sieranevada, Cristi Puiu (49 puntos)
Como si de una torre de Babel se tratara, en la que los entresijos de una familia, de una sociedad y de una historia reciente y pasada quedan al descubierto sin apenas salir de los muros, en este caso, de la casa. La última película de Cristi Puiu vuelve a hacernos aterrizar en un espectáculo de personajes, diálogos, movimientos, puertas y muros que confluyen en un obelisco de auténtica lucidez. Y es que directores como Puiu, Cristian Mungiu o Corneliu Porumboiu, pertenecientes a la conocida como Nueva Ola de Cine Rumano, poseen la habilidad de trasladar, desde la cotidianidad y realismo de su puesta en escena, los dramas por los que atraviesa un pueblo maduro, tambaleado por dos grandes sistemas y ahora, absorbido por el capitalismo de la Europa prometida, dejado a su suerte.
Sieranevada conecta con el pulso neurálgico de una sociedad que se mira y que sirve de reflejo de lo viejo y lo nuevo, atrapada entre esos intramuros políticos y económicos que liman un carácter estoico y cercano de unas personajes adustos y palpitantes. Sin darnos apenas cuenta entramos en una insólita radiografía crítica y social que se desenvuelve con absoluta naturalidad ante nuestros ojos, sin pretenciosos diálogos o apocalípticas sentencias. Directo, sin tonadillas y de fuerza imperiosa e hipnótica, Sieranevada es un excelente baile de situaciones, resonancias y amplitud de miras desde lo más intimista y representativo del núcleo estatal, la familia.
Bea Planas
2. A Ghost Story, David Lowery (54 puntos)
No parecía A Ghost Story, de David Lowery, una de esas películas destinadas a convertirse en una de las mejores de este año 2017, tan plagado de grandes autores lejos de su momento de mayor inspiración. De primeras, la sorpresa viene de la sencillez, contar una historia de fantasmas mediante una simple sábana con dos agujeros negros como ojos. Así no hay espíritu de ultratumba que asuste, desechamos esa idea. Lowery se plantea nada más y nada menos que abordar la importancia del amor, el arte y los sentimientos en el paso del tiempo, buscar en la eternidad las huellas de lo que nos hace humanos y ver si, al final, estas resisten o se han deshecho con la erosión de los siglos.
Además de la dichosa sábana blanca, Lowery cuenta con dos impecables actores, un distante Casey Affleck que con sábana o sin ella parece ser siempre un recuerdo, uno reflejado en la mente, los ojos y el rostro eterno de Virgen del Greco de Rooney Mara; una fotografía preciosista enmarcada en un precioso formato cuadrado de esquinas redondeadas que conforma, además de una clase magistral de tonos fríos y cálidos, una muestra de intimismo atemporal donde un prado colonial y una megaurbe futurista pueden estar bañados de la misma aura poética; y un ritmo único y perfectamente ejecutado, capaz de detenerse para asemejar al espectador al ritmo espiritual de su fantasma y combinarlo con una serie impecable de elipsis temporales donde los días se convierten en meses y luego en siglos por simples cambios de plano y de luz. También impresiona su capacidad para jugar con los géneros, reducir una historia propia del terror a su mínimo común denominador para convertirla en una de amor cuyo poso se crea a través del dolor que supone la distancia insalvable entre el mundo de los vivos y de los muertos que, aunque juntos en el plano, nunca se llegan a tocar.
Por su capacidad para emocionarnos con el dolor de una perdida a través de una tarta y no de unas lágrimas fáciles, por ese abrazo en la cama que dura más que cien siglos, por esa mano a escasos centímetros de lo que ansía encontrar y por esa nota cuyo contenido nunca sabremos recordaremos A Ghost Story.
Escribí más sobre A Ghost Story en Amanece Metrópolis.
Rafael S. Casademont
1. Toni Erdmann, de Maren Ade (59 puntos)
«Ines trabaja en una importante empresa alemana con sede en Bucarest. Tiene una vida perfectamente ordenada hasta que Winfried, su padre, llega de improviso y le hace una pregunta inesperada: ‘¿Eres feliz?’. Incapaz de contestarle, su existencia se ve conmocionada por la presencia de ese padre del que se avergüenza un poco, pero que le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida gracias a un personaje imaginario: el divertido Toni Erdmann».
La sinopsis oficial de Toni Erdmann es el argumento de una mala comedia americana -de las que comprendieron mal a Frank Capra, que son las peores- pero el resultado no podía ser más diferente. Y no porque la directora alemana Maren Ade haya sublimado el contenido a través de la forma -aquí no hay rastro de formalismos-, sino porque todo -forma, contenido, actuaciones, TODO- funciona como una unidad en busca del complicado e incómodo tono de la película, con unos actores que se exponen al límite y a nosotros con ellos. Más realista que el realismo social y más allá de eso del poshumor; porque en Toni Erdmann el drama tiene la forma del humor y no hay nada más complicado que la risa.
Toni Erdmann no es el doble de Winfried, es Winfried actuando de Toni Erdmann porque no tiene otro modo de comunicarse. Cuando en un cóctel en una embajada se presenta el importante empresario a quien trata de camelarse su hija, Winfried se queda sin palabras: lanza entonces su broma: va a adoptar a una hija sustituta porque apenas ve a la suya y no tiene tiempo para cortarle las uñas de los pies. Con su hija le sucede le mismo, así que lo mejor es recurrir al disfraz.
Son bromas desesperadas. Winfried no es un ingenuo ni un anarquista que, disfrazado, vaya a poner el mundo de su hija patas arriba. Pertenece a la burguesía de clase media alemana y en sus bromas hay un incómodo patetismo que saca a relucir todos los juegos de poder que acompañan al humor y las complicadas relaciones éticas a las que se enfrenta, las mismas complicaciones morales que atraviesa Europa: cuando Winfried, disfrazado de Toni Erdmann, se ve arrastrado a los negocios de su hija -una consultora que debe hacer de pantalla para que una petrolera en Rumania externalice su producción- gasta una broma a un trabajador y provoca que le despidan sin quererlo. Más tarde alabará a unos rumanos pobres de allí: “no perdáis nucna el sentido del humor”, les dice, “es lo más importante”.
Dentro de este humor, sin embargo, se encuentra una inapagable sed por conectar entre padre e hija; aunque el camino no sea fácil y deba pasar por complicadas escenas que parecen incluir el desafío, la exposición, la vergüenza y casi la humillación. Y, más dentro todavía, se encuentra la ternura de unos seres vulnerables que han de disfrazarse para comunicarse.
Entre lo grotesco y lo naturalista, esta comedia triste como la definió Rafael S. Casademont en su crítica, nos ha regalado algunas de las mejores escenas del año: una fiesta grotesca en una discoteca, la performance más emotiva y complicada de una canción de Whitney Houston en un abarrotado salón rumano, otra fiesta en la que el juego entre la desnudez y el disfraz alcanza el cenit de la incomodidad y la risa… Motivos de sobra para reconocer a Toni Erdmann como la mejor y más inclasificable película del 2017.
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